A Facundo Castro se le cae la baba cuando habla de su pueblo. No es para menos: mientras a su alrededor otras localidades -casi todas- se desangran poblacionalmente, Villaldemiro exhibe con orgullo una realidad maravillosa. Casi milagrosa. No en vano, en menos de diez años, lejos de haber ido vaciándose como ocurre en casi el cien por cien de los pueblos que no están el alfoz de capital, Villaldemiro ha ganado vecinos. Y no dos o tres: son casi una treintena más. Ahí es nada. Su alcalde pasea con orgullo por el centro del caserío preciosamente conservado o rehabilitado, limpias y pulcras sus calles; hay un parque infantil impecable junto al Consistorio; unos metros más allá, una piscina ¡cubierta!, una cancha de fútbol sala y un polideportivo, un centro social, un museo dedicado a la escultura que acoge un impresionante edificio de piedra. Todo luce limpio, idílico, en Villaldemiro. ¿Cuál es el secreto de su éxito?
«Cuando llegué a este Ayuntamiento éramos 67 habitantes. Hoy somos 99 y hemos llegado a ser 102. Hay muchos factores que explican este incremento de población. La buena comunicación es una, pero otra tan importante o más es que este Ayuntamiento da facilidades para rehabilitar casa o para construir nuevas viviendas. Ponemos las menos trabas posibles, por no decir ninguna», explica Castro. Pero hay más: «Aquí escuchamos a los vecinos. A todos. Damos prioridad a cualquier demanda que pueda surgir, del tipo que sea. Antes de hacer cualquier cosa, aquí nos juntamos, dialogamos. No hay como hacer lo que la mayoría del pueblo quiere, y al final la gente se da cuenta de que en el medio rural también hay vida».
Para el regidor de esta villa situada a algo más de treinta kilómetros de la capital, los servicios que tienen son buenos. «Tenemos wifi gratis para todo el pueblo (aunque la cobertura no es la que quisiéramos); tenemos un pequeño bar, unas piscinas, un museo... Cuando la gente nos visita se da cuenta de que este es un pueblo con vida y con identidad propia, porque no hemos perdido ni vamos a perder la identidad. Somos un pueblo. Y aquí, a diferencia de lo que sucede en el alfoz, vivir no es tan caro. Tenemos colegio a tres kilómetros, en Pampliega, y un autobús que recoge a los críos para llevarlos; tenemos servicios suficientes», apostilla. No sólo hay casos de gente con vínculos familiares con Villaldemiro que han decidido venirse a vivir al pueblo de sus mayores: hay residiendo hasta tres familias que nada tenían que ver con esta localidad, que no tenían familia ni lazos, «pero vinieron, lo conocieron y les gustó. Gente que buscaba tranquilidad, precios asequibles y que estuviera bien comunicado con Burgos. Y les hemos dado cabida, naturalmente», apunta exhibiendo una sonrisa de satisfacción.
En una década, se han construido en Villaldemiro doce casas nuevas y se han rehabilitado otra decena. Afirma Facundo Castro que el ambiente que reina en el pueblo es estupendo; que los más mayores del lugar se muestran encantados con tan notable incremento de población. «Tenemos más de veinte vecinos mayores de ochenta años. Y están felices, porque sienten arropados. Hablan con unos, con otros, se sientan a echar una partida... Están más entretenidos. Aquí, los viernes, los sábados y los domingos por la tarde hay tres o cuatro partidas de gente de todas las edades. A mí me emociona ver por las mañanas a unas ocho mujeres del pueblo, algunas mayores, en la piscina cubierta, por ejemplo. En este pueblo hay siete niños menores de cinco años. Eso es una maravilla».
Tiene claro este alcalde que jamás será su objetivo un crecimiento desproporcionado. «No queremos perder la identidad de pueblo; si nos fuéramos a quinientos habitantes, dejaríamos de ser un pueblo. No queremos crecer mucho, pero lo que desde luego no queremos es morir, como se están muriendo muchos pueblos. Encantados con mantenernos. Sabemos que el nuestro es un caso excepcional. Estamos orgullosos», concluye Facundo Castro.