La noche anterior a la batalla de las Navas de Tolosa, el hijo mayor de don Diego López de Haro, que iba a mandar la vanguardia y cuerpo central castellano de las tropas cristianas contra el inmenso Ejército almohade, le dijo a su padre:
- «¡Que por mañana padre, no me llamen hijo de un traidor!»
A lo que don Diego respondió:
Sepulcro donde descansa el que fue alférez real de Alfonso VIII. - «Hijo de puta si podrán llamártelo, pero hijo de traidor, no». Y se fundió en un abrazo con su hijo, de su mismo nombre, a quien por algo llamaban Cabeza Brava y que al día siguiente cabalgaría a su lado.
Ambos sabían el porqué de sus palabras y el decirlas allí. A don Diego, que tantos años había sido alférez real del rey Alfonso VIII, soportaba malas murmuraciones sobre el después de la terrible derrota de Alarcos, donde mandó la retaguardia y viendo la batalla perdida y el tras sacar al rey y lograr que dejara el campo y escapara con apenas 20 caballeros hacia Toledo, hizo retirar la tropas supervivientes y que se refugiaran en el castillo de Alarcos. Evito así la completa matanza y después logró, con el conde Pedro Fernández de Castro, pasado y al servicio de los almohades que el califa Al Mansur aceptara un aman, un canje por cautivos musulmanes y entrega de rehenes, que permitió salir y salvarse a lo que quedaba del Ejército castellano.
El rey comprendió la prudencia y la valía de su decisión y le mantuvo como su alférez real, pero sus rivales, los Lara, la más poderosa familia, cuyo cabeza, don Nuño, había sido hasta su muerte en el cerco de Cuenca, su ayo, preceptor y lo más parecido a un padre que conoció desde niño y huérfano el soberano, azuzaron la insidia sobre su persona acusándole de cobardía y cuando más tarde tuvo desavenencias puntuales y por un tiempo se desnaturó de él, arreciaron su inquina y propalaron la infamia. Don Diego, tras haber incluso reconocido don Alfonso que se había propasado para mal con él, lo había recuperado a su lado y entregado la enorme responsabilidad de dirigir sus tropas en la más crucial de la batallas. Pero la alferecía real había sido puesta en manos de hijo de don Nuño, el conde Álvarez Nuñez de Lara. Y la rivalidad entre ambas familias había llegado a la fogatas de quienes aguardaban al amanecer para vencer o para morir.
Una reproducción de López de Haro. Lo de aquello que podían llamar al hijo tenía su aquel. Era el vástago mayor y único hijo que don Diego había tenido con doña María Manrique de Lara, molinesa y que como indicaba su apellido era miembro de la familia rival y lo sucedido, que había dejado al señor de Vizcaya y gran señor, por las gracias de un herrero con quien se fugó. De aquello, también es posible que viniera la enemista con los Lara. Desde luego aquel matrimonio, luego anulado, no ayudó a mejorar, como se había pretendido, la relación.
Habrá que decir, después de ello, que al día siguiente padre e hijo se batieron con la mayor de las bravuras y fueron artífices de la decisiva victoria. Pero no quedó atrás su rival, don Álvaro Nuñez de Lara, que en el empuje final que derrumbo las defensas almohades fue el primero que haciendo saltar su caballo sobre las lanzas los negros encadenados que lo protegían asalto el palenque donde se asentaba la tienda del califa Al Nasir, aunque el Miramamolin ya no está tras haber escapado en una mula. La leyenda dice que fue Sancho VII el Fuerte de Navarra, quien rompiendo a espadazos las cadenas entró en el recinto. Y fue verdad, pero antes y por el frontal, era don Álvaro, alférez real de Castilla y gran jinete, quien primero las había traspasado.
Don Diego López de Haro había nacido en Najera (Navarra) en el año 1152. La Rioja, largo tiempo en disputa entre castellanos y navarros, acabó finalmente en la corona castellana y el vástago de los Haro en la corte de Alfonso VIII, donde al comienzo de su estancia y hasta la muerte de don Nuño e incluso después la prevalencia de la casa Lara había sido total. Esto hizo que don Diego optara por dejar Castilla y pasar al servicio de Navarra durante los años 1179 a 1183, lo que hizo recapacitar al rey por la perdida de tan importante y decisivo vasallo y más en aquellos territorios, quien consiguió su vuelta y le dio el relevante cargo de alférez que junto con el de mayordomo real era lo de mayor fulgor.
Sin embargo, cuando la hermana de don Diego Urraca López de Haro casó con el propio tío de don Alfonso y rey de León, don Fernando II, don Diego partió para aquel reino dejando cargos y gobiernos en Castilla. Pero al año de estar allí, en 1188, el rey Fernando murió y con él su suerte en León. Menos mal que había adquirido gran crédito con el rey castellano y este generosamente pero también con interés le devolvió el oficio de alférez.
Lo conservó tras Alarcos y dio prueba de su valía en los duros años posteriores cuando Castilla hubo de defenderse, con el solo apoyo del rey de Aragón, Pedro II, de las embestidas almohades, coaligados encima con el nuevo rey de León y también del navarro. Cuatro años después, a pesar de su labor, fue desposeído de él y el codiciado cargo pasó a las manos de su rival, Álvaro Núñez de Lara. Y una posterior peripecia familiar le llevó a desnaturalizarse de nuevo y volver a Navarra entre los años 1201 y 1206. El asunto vino porque por una vez el Alfonso rey de Castilla y el Alfonso rey de León, primos, estuvieron de acuerdo en unirse para quitarle los castillos de Aguilar y Monteagudo a su hermana Urraca, la viuda del anterior rey leones. Don Diego se refugió en Estella y allí llegó a ser asediado por el rey castellano que invadió Navarra pero a pesar de un largo cerco no consiguió tomar la plaza pero sí tal vez entrar en razón. Llegó a reconocer, en un primer testamento que hizo que le había injustamente perjudicado, y considerándolo imprescindible para su reino logró la reconciliación y que volviera a su lado y de nuevo como su alférez en 1206. Y aunque dos años después el cargo volviera a manos del Lara, el de Haro fue bien recompensado y nombrado uno de sus cinco albaceas manteniéndole en el círculo de su más estrecha confianza. En ella le nombró para el puesto decisivo de la batalla de Las Navas, al mando de uno de los tres ejércitos cristianos, el central, compuesto sobre todo por los caballeros y mesnadas castellanas. Ambos celebraron la victoria pero no pudieron disfrutarla demasiado. El rey Alfonso tenía previsto para él que fuera ayo y preceptor del único hijo varón que le quedaba, Enrique, tras la desgraciada muerte por unas fiebres del llorado heredero, el infante don Fernando, un año antes de las Navas cuando era ya su mano derecha, prudente y valiente a la vez. Pero en el año 1214 don Diego fallecería y a los pocos meses le seguiría a la tumba su rey, a quien disputas aparte, también sirvió. Fue enterrado en Najera, en el claustro del Monasterio de Santa María la Real y su símbolo heráldico, inventado por el mismo en 119, un lobo con un carnero en la boca, fue uno de los más señeros y poderosos de toda la nobleza castellana.
Porque, eso también, sus servicios, don Diego, se los hizo pagar muy bien y los gestionó aún mejor. Amén de los territorios familiares en La Rioja obtuvo las tenencias de las Asturias de Santillana y la Bureba y tras su exilio añadió aún más poder en el Nordeste castellano hasta que acuñó la frase de que gobernaba «desde Almazán hasta el mar» (Cantábrico) y como colofón para persuadirle de que volviera de último, le otorgó el gobierno y señorío de Vizcaya que antecesores habían gobernando casi dos siglos atrás. Tras la Navas se añadió a él, la emblemática Durango y su comarca y su hijo, aquel que el interpelaba la noche anterior a la gran batalla acabaría teniendo bajo su dominio los extensos territorio en Castilla la Vieja, las Asturias de Santillana, Vizcaya y luego Álava también, que hicieron de la casa Haro una de las mas poderosas y en ocasiones la que más de todo el reino.
No fue este hijo su único descendiente, pues tras el tropiezo con doña María Manrique de Lara volvió a matrimoniar con doña Toda Ruiz de Azagra, hija del señor de Estella y de Aslbarración, quien le dio dos hijos varones y cinco hembras, a las que casó muy bien. La mayor de ellas, Urraca, con su gran rival, el conde Álvaro Nuñez de Lara y su hermana María, con su hermano, Gonzalo Núñez de Lara . Otras dos hijas, Aldonza y Mencía, casaron con dos hermanos también, los Díaz de los Cameros, señores de esa región y una última con un infante leonés, Sancho Fernández de León, hijo del rey Fernando y de la hermana del propio don Diego, Urraca López de Haro.