«Soy un neandertal anatómicamente moderno»

R. Pérez Barredo
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Silberius de Ura cumple diez exitosos años con Neønymus, proyecto musical singular donde los haya. Tras unos inicios duros y difíciles, cierra fechas sin parar, ha actuado ya en diversos países y no deja de crear y tener ambición y sueños. 700

Silberius de Ura hace sonar instrumentos que remiten a los orígenes remotos del hombre. - Foto: Valdivielso

Silberius de Ura no está como un silbo, aunque haya quienes piensen que a este artista con aspecto de eremita le falta un tornillo. Los locos son ellos, que ni le conocen ni saben quién es el tipo que está en el mundo de esa manera: tiene los pies en el suelo este personaje único y audaz que un día se reinventó a sí mismo desafiando al destino y saltando sin red importándole un pito el vacío. Cuando decidió abandonar una cómoda oficina en la ciudad de Burgos para crear el proyecto Neønymus lo hizo convencido, aunque consciente de que podía pegársela. Pero le puso tanta pasión y tanta verdad al sueño de ser artista que hoy, diez años después, vive de serlo: 700 conciertos por toda España y algunos países del extranjero avalan que no estaba loco y que sabía lo que hacía. Y eso que el camino no fue fácil. 

Irradia calidez Silberius de Ura.En su refugio de Covarrubias, que se asoma al Arlanza y al agreste paisaje de su infancia, hay numerosos instrumentos, utensilios insólitos, todo tipo de cachivaches y hasta un caldero de cobre que le reporta, aún más, cierto aspecto de druida, de chamán, de hechicero de la tribu. Cuando Silberius sonríe, y lo hace constantemente, la estancia se enciende. Para explicar a este artista indefinible hay que viajar a su infancia, a una infancia casi neolítica, montaraz, libérrima. «Cuando yo era niño, en Ura no había electricidad ni agua corriente.Nos lavábamos en el río.Fue una infancia del sigloXX pero más cercana a la Edad Media. Sospecho que de ahí me viene el mezclar lo atávico y la naturaleza con la tecnología... De una forma subconsciente».

Cuando empezó a hacer esta música, explica, no fue de forma consciente.«Sí que tenía claro que necesitaba reinventarme. Y la música siempre había sido lo más importante en mi vida, porque siempre me sentí músico. Tuve el grupo de folk 'El espíritu del lúgubre', que era muy amateur, con seis conciertos al año, pero realmente la música era lo que me gustaba y decidí inventarme un proyecto que se convirtiera en mi vida, en mi vida profesional. Al principio no me imaginaba haciendo este tipo de música, yo me imaginaba como Wim Mertens, con un piano y cantando cosas que no se entendían». Pero tuvo su particular epifanía Silberius: en uno de los conciertos de Notas de Noruega, escuchó a una artista nórdica que hacía jazz con una loop station, cantando y creando capas. «No conocía esa tecnología y la verdad es que me quedé alucinado». En el proyecto Neønymus se funde la música, la pasión por la Prehistoria, la tecnología, un telurismo primitivo... Y, aunque arriesgado, dio con la tecla. No en vano, en estos diez años, ha hecho 700 conciertos. Una verdadera barbaridad.Mucho más que un sueño cumplido.

«Me va muy bien.El balance es espectacular. ¡Quién me lo iba a decir! Cuando empecé a componer las primeras canciones y a enseñárselas a los amigos estos me decían que sí, que muy bonito, pero que quién iba a aguantar una hora con ello. Yo tenía la fantasía de hacer conciertos en sitios arqueológicos y eso, pero los primeros años fueron muy duros. Hacía una música que no hacía nadie más; no había etiqueta que la definiera; no era fácil venderla a un programador cultural... No existe circuito para este tipo de música... Hasta los arqueólogos recelaban de que me pusiera a hablar de la Prehistoria en los conciertos. Ahora ya no: se entiende que soy un artista que se inspira en esa época, en esos mundos».

Pasó verdadero terror con los primeros conciertos. «Me preguntaba si gustaría o si sería insoportable». Su intuición fue acertada: poco a poco fue viendo en el público que su proyecto conseguía emocionar, que el oyente se trasladaba a un tiempo remoto, que se estremecía y conmovía. «Mi objetivo siempre fue que el público no debatiera después sobre si canto bien o mal, sobre si las canciones son chulas o no. Sino de emociones, de algo que te toca, algo casi espiritual. De alguna forma, me inventé un nuevo lenguaje musical, un tipo de música que nunca antes se había escuchado que me permite llevar al público a un territorio desconocido, emocional.Tengo cientos de mensajes en los que me hablan de lo que han sentido escuchándome, de lo que les conmueve, de que han llorado de emoción, que les fascina».

Hubo un punto de inflexión en el proyecto Neønymus: el día en el que Íker Jiménez, gurú periodístico del misterio, le invitó al programa Milenio 3, en la SER. Allí, en directo, contó su proyecto. «Entré con 30 seguidores en Twitter y salí con 600. Y al día siguiente mi primer disco era número uno en ventas en Amazon y en iTunes. Fue un altavoz gigantesco. En una noche di un salto que, en condiciones normales, me hubiera llevado tres años. Me conoció una gran masa de gente. Pero no lo programadores.Recuerdo que llamaba a muchas puertas y la respuesta siempre era la misma: que esto era muy raro y que no iba a gustar. Costó. Y fue duro porque soy impaciente. Los primeros años fueron difíciles. Y ahora ya no llamo a puertas. Vienen a buscarme. No tengo distribuidor, ni representante y no paro de cerrar fechas. Es un misterio total. ¡Llevo 700 bolos en diez años!».

Y no sólo en España: también en Francia, en Portugal, en Rusia, en Italia... Siente una enorme felicidad Silberius de Ura. «A veces pienso en ese niño de diez años que fui, al que su padre regaló un pianito... Hasta dónde me ha llevado.Me tiene fascinado, alucinado.Me parece increíble. Es un sueño cumplido y ahora ya sólo tengo que tratar de seguir siendo digno y estar a la altura de las expectativas que se depositan en mí».No deja de crear, de componer, de incrementar repertorio. De la evocación de la Prehistoria o los visigodos va evolucionando hacia los anhelos del ser humano. «La creatividad no me abandona», apostilla. 

No tiene ninguna espinita clavada, salvo que quizás no se sienta profeta en su tierra.Nada que no haya sucedido antes a otros artistas de tantos sitios. No le importa demasiado, aunque lo vive con cierta pena. «Hay gente que me sigue y me respeta, pero con respecto a otros artistas... Creo que no me consideran uno de los suyos. Se me tiene como el raro. Y a nivel institucional no se cuenta conmigo para nada, pero para nada. No sé si es que me consideran el raro que vive en el pueblo... No sé». Sí tiene aún algún sueño por cumplir: actuar en lugares lejanos del extranjero, como Japón. «Pero desde el punto de visto de que me siento un impostor de todo, un impostor como músico, para sentirme así como un artista total creo que necesito conciertos en el extranjero, una gira por Europa, ir a Japón, donde tanto les interesa la Prehistoria europea... Creo que, en el fondo, creer que eso me haría más artista no es más que un complejo de pueblerino».

Se siente satisfecho e inmensamente Silberus de Ura con estos diez años. Ya está pensando en el día 6 de agosto, en el concierto que ofrecerá en las canteras de Hontoria-Cubillo del Campo. «Es un concierto muy especial para mí porque tengo vínculo familiar con Hontoria y porque mi abuelo Silverio, que era cántabro, hizo la mili allí, en el polvorín que había, y fue así como conoció a mi abuela». Ensaya a diario este artista irrepetible, porque la voz hay que ejercitarla, y se obliga a menudo, pero sabe que es imprescindible hacerlo para estar en forma y darlo todo en los conciertos, por más que le cueste y no se cuide demasiado. «Soy un neandertal anatómicamente moderno», exclama exhibiendo una sonrisa franca y ancha. «Espero seguir teniendo el valor que he tenido hasta ahora». Grande, Silberius.