Cuando nosotros fuimos los refugiados... en Rusia y Ucrania

R. PÉREZ BARREDO
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En plena Guerra Civil, 3.000 niños españoles fueron enviados a la URSS para ser puestos a salvo. Allí les acogieron, mimaron y educaron en Casas de Niños repartidas por Rusia y Ucrania. Dos de aquellos críos fueron los burgaleses César y Manuel Arce

Niños españoles aprendiendo a esquiar en invierno. - Foto: Asociación Guerra y Exilio (AGE)

Sí, también nosotros, los españoles, fuimos refugiados. También tuvimos que huir del horror de la guerra, del espanto de las bombas. De la amenaza de una muerte segura. Hace 85 años que miles de familias -mujeres, hombres, ancianos, niños- se vieron obligados a huir despavoridos de una España que se desangraba, una España en la que se mataba y se moría. Fueron numerosos los destinos, los países de acogida en aquella crisis humanitaria: Francia, México y Argentina se constituyeron en los principales, pero hubo muchos más. Curiosamente, fueron Rusia y Ucrania, tristemente convertidos hoy en el centro de atención del mundo, los que abrieron sus brazos con una generosidad sin límites a una legión de refugiados muy, pero que muy sensible y especial. Porque ambos países, en aquel momento integrados en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), dieron cobijo a 3.000 niños españoles en una operación de evacuación sin precedentes en la historia universal.

Entre los años 1937 y 1938, y en varias expediciones, desde los puertos de Santurce, Gijón, Valencia y Barcelona salió tamaño contingente rumbo a la URSS. Algunos llegaron a Leningrado (hoy San Petersburgo, Rusia) y otros a Odessa (Ucrania). Todos ellos fueron repartidos en diferentes Colonias o Casas de Niños ubicadas en ciudades diferentes. Respecto de tierras rusas, hubo dos en Leningrado, otras dos en Puskhin, dos en Moscú, otras tres en las cercanías de la capital rusa -en las localidades de Obninskaya, Mozhaisk y Pravda-, otra en Kaluga. En territorio ucraniano se ubicaron cinco Casas de Niños: una en Kiev, dos en Odessa, una en Járkov (a quién no le suenan hoy estos nombres) y otra en Jerson.

Aunque la mayor parte de aquellos niños de edades comprendidas entre los 4 y los 14 años que fueron evacuados eran vascos, cántabros, asturianos, catalanes y valencianos, la propia guerra había provocado que criaturas de otras regiones se sumaran a aquella aventura. Y entre ellos había dos hermanos burgaleses: César y Manuel Arce Porres, ambos naturales de Oña. Este último creó muchos años después la Fundación Nostalgia para luchar por los derechos de todos los que, como él, vivieron aquella epopeya. Además, es uno de los protagonistas principales del documental Huérfanos del olvido, dirigido por el cineasta burgalés Lino Varela, que cuenta la historia de este singular exilio. Y es autor de un libro de autobiográfico que ha sido referente para estudiar la odisea de aquellas 3.000 criaturas: Memorias de Rusia. Vivencias de un niño de la guerra.

Tuvieron maestros españoles y rusos. Nunca perdieron su acervo natal. Tuvieron maestros españoles y rusos. Nunca perdieron su acervo natal. - Foto: Asociación Guerra y Exilio (AGE)

Los hermanos Arce Porres se hallaban residiendo en Bilbao, adonde habían trasladado a trabajar a su padre, cuando más arreciaban los bombardeos, cuando Franco había decidido conquistar el norte. Ya se había destruido Guernica y la aviación sublevada, apoyada por la italiana y la alemana, golpeaba noche y día. Víctimas civiles. Niños. Por eso el Gobierno de la República y el Gobierno Vasco orquestaron aquellas evacuaciones. "Yo era un niño de 8 años. Mi hermano César tenía 12. Nunca había montado en barco... Para mí fue una novedad, como una aventura. No tuve conciencia de lo que aquello significaba. No en ese momento. Sí más tarde, claro", ha contado muchas veces Manuel Arce, que tiene 93 años y reside en Madrid con su mujer, María, nacida en Rusia de padres españoles exiliados.

Los hermanos burgaleses zarparon de Santurce en el buque carguero Habana el 13 de junio de 1937 con destino a Burdeos. A bordo, un total de 4.500 niños; en la ciudad francesa ambos embarcaron, junto con otras 1.500 critaturas, en el buque galo Sontay, con tripulación china, rumbo a Leningrado a través del Báltico. Pisaron tierra soviética el 22 de junio. Allí fuueron recibidos en olor de multitudes, como héroes. Con un cariño, ha evocado siempre Manuel, emocionante. Como la travesía había sido larga y con hacinamiento, llegaron comidos por los piojos y las chinches. Fueron inmediatamente lavados y vestidos con ropas nuevas, agasajados con un gran banquete en el que abundaba un alimento que no habían visto antes. Quizás por eso ninguno lo probó: era caviar, caviar negro.

Todos aquellos niños creían que tan exótica estancia sería cosa de dos o tres meses. Que los republicanos ganarían la guerra y regresarían a casa. La perdieron. Y mientras los pequeños expatriados que habían sido enviados a otros países sí pudieron volver a España, los que habían recalado en la URSS no pudieron. Allí estaba Stalin. El gran ogro. El enemigo. Ninguno pudo volver hasta pasados veinte años. Pero la URSS cumplió su palabra y cuidó de todos mejor que a ningún soviético. Fueron magníficamente educados por profesores rusos y españoles. Perfectamente alimentados. Disfrutaron del privilegio de tener juguetes, de practicar deportes en invierno y en verano. Cuando se hicieron mayores, pudieron estudiar carreras universitarias, todo a cuenta del Estado.

Manuel Arce Porres, burgalés que fue enviado a la URSS siendo un niño para salvarse de los bombardeos en la Guerra Civil Española.
Manuel Arce Porres, burgalés que fue enviado a la URSS siendo un niño para salvarse de los bombardeos en la Guerra Civil Española. - Foto: Alberto Rodrigo

Entre medias, la II Guerra Mundial alteró sus vidas. Ahí pasaron miserias. Manuel sufrió un accidente en el que perdió las dos piernas. César, que ya era mayor de edad durante la contienda, se alistó voluntario para luchar contra los invasores alemanes. Perdió la vida defendiendo a su país de acogida. Concluido el infierno, Manuel Arce estudió Magisterio primero y después Medicina. Cuando pudo volver a España lo hizo, pero fue tan difícil la adaptación (¡eran tan distintos!) que se volvió a Moscú a concluir los estudios. Trabajó diez años en el Instituto de Neurocirugía de Moscú, donde se especializó en neurorradiología. Tres décadas después de salir de España, decidió regresar. Enseguida comenzó a trabajar en del Hospital de La Paz de Madrid hasta su jubilación en 1982. Ha regresado muchas veces a su tierra de acogida. Por eso está viviendo con tristeza estos días: hoy, 85 años después de su epopeya, otros niños se están viendo forzados al desgarro de refugiarse en tierra extraña.