Es un libro tan bello como misterioso. Profundamente lírico y a la vez perturbador. Una rareza maravillosa que han alumbrado dos talentos: uno con el dibujo, el otro con la escritura. Alguien se despierta a medianoche (Reino de Cordelia) es una suerte de revisión bíblica contemporánea, una obra singular e inclasificable que ejerce un hechizo poderoso, una fascinación total: resulta imposible empezarlo y no terminarlo del tirón. Dice el escritor burgalés Óscar Esquivias que es, sin duda, el libro más especial que ha hecho, en esta ocasión acompañado por las sublimes y deslumbrantes ilustraciones de Miguel Navia. Que nadie se lleve a engaño: no es una obra literaria interpretada por un ilustrador; tampoco es una serie de ilustraciones a las que un escritor ha puesto palabras. La obra fue naciendo a la vez, esto es, imagen y texto fueron fluyendo conjuntamente, complementándose siempre, a menudo con una sutilidad extraordinaria.
Explica Esquivias que las ilustraciones de Navia siempre le habían resultado subyugantes por su ambiente de misterio, de amenaza, inquientante y ominoso. «Son paisajes urbanos opulentos en los que parece que va a pasar algo, poblados por pesonajes solitarios, ensimismados». El dibujante le mostró una serie de láminas en las que estaba trabajando y al escritor le parecieron una versión actualizada «de aquellas ciudades bíblicas en vísperas de su destrucción, y los personajes que desfilan por ellos son como profetas contemporáneos que se pasean ante la indiferencia de la gente». Eso les dio una clave y decidieron hacer «una especie de Biblia contemporánea que recreara historias antiguas del libro sagrado e inventar otras que fueran como nuevas parábolas, nuevos relatos, trayendo al mundo actual el espíritu de aquellos relatos bíblicos. La Biblia está poblada de cuentos, de poemas. Y quisimos que este libro fuera algo así y nosotros como una suerte de evangelistas de una voz ajena, superior a nosotros. Es un libro puramente narrativo, poético, plástico, pero nada ideológico», subraya el escritor.
Es un libro puramente narrativo, poético, plástico, nada ideológico"
Las ilustraciones de Navia, repletas de símbolos, evocadoras y turbadoras, acompañan los textos líricos y también en ocasiones misteriosos -siempre maravillosos- de Esquivias, que despliega todo su talento narrativo y su enorme capacidad de fabulación para deslumbrar al lector. Abismarse en este libro es emprender un viaje al envés de la realidad, es como traspasar el espejo y adentrarse en una Babilonia burgalesa, una Jericó madrileña, una Nínive vallisoletana o una Jerusalén bilbaína, pues estas ciudades son las que reinterpreta Navia en sus ilustraciones, en las que también hay provocación, desafío. «Patriarcas, profetas, ángeles, caudillos y vírgenes son reinterpretados en ese juego ancestral propio del arte. Lo sagrado se entrelaza con lo profano y el mito con la historia. Esta obra, además, recrea y actualiza otros temas y símbolos bíblicos, desde la creación del Universo hasta el Apocalipsis, con imágenes y textos contemporáneos, como si entre los dos autores trataran además, y actualiza otros temas y símbolos bíblicos, como si entre los dos autores trataran de inventar un nuevo Libro Sagrado», explican sus creadores.
Profetas contemporáneosEl último detalle
Dios es luz y la luz es Dios. El primer día de la Creación, Dios tomó conciencia de que existía y se asombró de su propia y refulgente belleza. Luego, empezó a cantar: las cosas fueron brotando al son de la música, con melodías cada vez más alegres. Dios no dio órdenes como un general (hágase esto, hágase lo otro) sino que, feliz como un niño, empezó a jugar. ¡Qué sorpresa al imaginar los mirlos y los jilgueros y luego escuchar su canto! Pintó las cerezas en las ramas de un árbol y las plumas del pavo real. Creó los alhelíes y la madreselva y aspiró su olor; dotó de inteligencia y gracia al zorrito y se entretuvo en peinar cada púa del erizo. Sopló sobre el mar para que surgieran las olas y le gustó mucho el ir y venir de aquellos pliegues infinitos. En la playa, entre cangrejillos, modeló a Adán con inmenso amor, con un barro denso, oloroso y dúctil. Fue dando forma a los muslos, las nalgas, el pecho, los pegotitos de las tetillas, los testículos, la caracola de las orejas, los dedos de las manos y los de los pies, el cuello y la nuez. Sólo consideró acabada su obra cuando, tras mucho contemplarla, metió travieso su dedito en la masa y creó el ombligo.
Luego se marchó y dejó todos sus juguetes olvidados.