Aún estaba media España muerta de hambre o en la cárcel (y tantos y tantos en cementerios y cunetas), pero en el año 1943 la dictadura tiró la casa por la ventana para celebrar en Burgos el Milenario de Castilla, que no fue otra cosa que propaganda del régimen con nostalgia medieval. Como no podía ser de otra manera, en los fastos programados para los meses de agosto y de septiembre se corrieron toros. Y los carteles para las dos citas a celebrarse en el coso de los Vadillos eran de campanillas. Pero un nombre sobresalía sobre los demás: el del matador cordobés Manuel Laureano Rodríguez Sánchez,Manolete, que se hallaba en el cénit de su arte, quintaesencia del toreo más puro y vertical, destilación perfecta de lo que habían dejado en herencia dos genios de la tauromaquia como Joselito y Belmonte.
Había expectación, y no era para menos. El genio cordobés ya había actuado en Burgos en 1940, dejando mal recuerdo entre la afición. No estuvo brillante en ninguna de las dos corridas de aquellos Sampedros, llegando a oír pitos y abucheos, y a leer que no estaban justificados sus honoriarios. Pero en aquel 1943 Manolete ya era la indiscutible figura del toreo. Y quería resarcirse de aquella primera vez. Algunas crónicas de la época señalan que el hijo de doña Angustias pisó el albero con uno de sus trajes de luces favorito: de purísima y oro, Manolete se presentó ante el público burgalés, con Franco en la tribuna, plaza engalanada. Pues ese traje de purísima y oro, así como varios capotes, muletas, estoques y puntillas que fueron del diestro y de su cuadrilla, van a ser subastados el próximo día 26 de enero en la Casa Ansorena.
Y los precios de salida están a la altura del mito trágico de Manolete, de su estatura torera y solemne, de su rostro cetrino y tan atormentado que parecía saberse cerca de la muerte desde la cuna. Así, por el traje de luces del amor de Lupe Sino (chaquetilla, chaleco y taleguilla. Forro de lino blanco y seda azul bordada con aplicación de alamares y lentejuelas con hilo de canutillo de oro y rojo) hay que pujar desde 30.000 euros del ala, nada menos. Por dos capotes serigrafiados con el nombre del diestro y los sellos comerciales de Juan Jiménez y Santiago Pelayo hay que partir de 8.000 euros; por dos muletas, 6.000 euros, misma cifra que se pide por un fundón de espadas con estoque y puntilla.
De la arena de los Vadillos a una casa de subastasManolete llegó a Burgos como llegan las leyendas: rodeado de un aura especial, figura del toreo pese a su juventud. En la primera corrida, celebrada el 6 de septiembre, El Califa estuvo bien.Sólo bien: vuelta y palmas con sus bichos. Se diría que entrenó para la gloriosa jornada del día siguiente, cuando incendió la plaza con su arte, con su riesgo, con ese toreo vertical, estatuario, que lo llevó directo a la gloria.Así, cuajó una faena sensacional, una de las mejores que se recuerdan. Hizo buena aquella frase suya de «yo no me aparto de los toros mientras me llame Manolete».
La afición burgalesa lo vivió enardecida. Hubo instantes de enmudecimiento y otros de auténtica locura, con todo el coso agitando pañuelos blancos, gritando extasiado. Regaló el diestro verónicas perfectas, pases por alto de una quietud irreverente, naturales perfectos, medidos, remates con el pecho de fantasía, manoletinas, molinetes y estocadas certeras, arriba, como mandan los cánones. Cortó dos orejas a su primer toro y dio la vuelta al ruedo entre una ovación estruendosa mientras los sombreros (uno de mujer, apostillaba una de las crónicas) llovían sobre el albero castellano. A su segundo le hizo una faena valiente, inteligente, «llena de sabor, con tocamiento de pitones». Sonó la música, mató de una estocada sensacional y recibió una ovación saludando desde los medios.
La faena resultó inolvidable según las crónicas, que agotaron los adjetivos. Manolete fue más Manolete que nunca. Regresó el diestro andaluz al año siguiente, como no podía ser de otra manera tras aquel sonado éxito, para las fiestas de San Pedro.En su faena del día 30 cortó una oreja y salió ovacionado. Y ya no volvió a torear en Burgos. Estaba previsto su retorno al coso de Los Vadillos para los festejos mayores del año 1948, pero el destino en forma de toro llamado Islero lo truncó en la plaza de Linares la tarde del 28 de agosto de 1947.
La última imagen. Pocos días antes de vestirse de luces en la plaza en la que sería empitonado para irse derecho a la muerte y a la gloria, Manolete estuvo en Burgos. Regresaba a Madrid después de haber participado en una corrida en San Sebastián y se detuvo a comer en Burgos, ciudad que le traía buenos recuerdos porque siempre asoció su triunfo en los festejos del Milenario de Castilla a la que ese año pretendía convertir en su esposa, toda vez que ambos eventos se habían producido el mismo año: 1943. Escogió el restaurante Madrid-Irún, hoy desaparecido, que se situaba en la calle Vitoria de la capital. Su propietario, Adrián Pérez, gran aficionado al arte de Cúchares, logró hacerse una fotografía con el matador a la puerta de su negocio.Se la hizo el fotógrafo Tárrega, que tenía su estudio cerca del establecimiento. Una o dos semanas más tarde, de nuevo de paso tras actuar en Santander, se detuvo nuevamente en Burgos y le dedicó la fotografía al dueño del local. Con una letra tan estilizada como su figura y su arte, escribió: Para Adrián Pérez afectuosamente.
Es muy probable que aquella fuera una de las últimas instantáneas tomadas a Manolete vestido de elegantemente de paisano. El matador posa enhiesto, chulapo, ocultando su ascético y huesudo rostro trágico tras unas gafas de sol, con las manos en los bolsillos y la chaqueta abrochada por un botón. En Linares, a la hora de la suerte suprema, entrando al volapié como en cámara lenta, Islero entró en la historia de la tauromaquia perforando la femoral del diestro. Al día siguiente nació el mito y la leyenda. Y la literatura también se ocupó de ello: «Bajo el hueso amarillo de la frente,/ tus ojos ya sin ojos, sin deseo,/ radiográfico, mítico ascendente,/ fiel a ti mismo, de perfil te veo, / como ya te verás eternamente,/ esqueleto inmutable del toreo».