Siempre ha estado ahí. La fotografía forma parte de la vida de Sergio Ibannez (Burgos, 1989) desde pequeño. Pero nunca lo había enfocado hacia algo en concreto. Hasta que llegó la pandemia. No podía salir a hacer fotos y brujuleó por el archivo personal y familiar. «Me dio por deformar las imágenes, darlas una segunda vida, porque la primera era la lectura con la que se habían realizado y yo la quería más interpretativa». Ese tiempo le encendió otra luz. Cayó en que apenas sabía nada y quiso ahondar en este arte. Se matriculó en el Centro de Fotografía Contemporánea de Bilbao. «Fue abrir un baúl de muchas cosas buenas, me junté con gente con inquietudes como las mías, tuve de profesores a auténticos virtuosos, aprendí a nivel conceptual e histórico. Llevaba toda la vida haciendo fotografía pero no sabía nada de ella». Y se propuso encauzar todo en su primer proyecto. «Me di cuenta de que había dos componentes en mis fotografías a lo largo de los años. Uno era el vacío, la nada, paisajes desiertos, y otro era la materia, las texturas, las formas, el cosmos...». Estos elementos le condujeron directamente al efecto Casimir, teoría de la física cuántica por la que dos objetos separados por una distancia determinada se atraen. Tiró de este principio científico para hilar el fotolibro El efecto Casimir, 54 fotografías en las que plantea esa dualidad y, sobre todo, busca la reinterpretación del lector, entre comillas, porque para leer apenas cuenta con una reveladora cita de Albert Einstein y un pequeño texto al final.
«Va a plantearse dudas sobre qué es la realidad, que es el tema que a mí me mueve, cómo asociamos la fotografía a la realidad. Para mí la fotografía es una grandísima mentira, porque siempre está el ojo de la persona que la hace, que sabe manipular el espacio y la máquina. Cuando lo llevas al extremo, como hago yo aquí, te presentas con elementos difíciles de interpretar, que tienes que juntar en una narrativa. Ahí esta la miga del asunto», desarrolla el autor, que se ha enfrentado a una minuciosa labor de selección. El 80% de las imágenes procede de un archivo de unas 500 reunido de 2008 a la actualidad, extendidas en una larga mesa, impresas en papel en pequeño formato para establecer conexiones, y el 20% restante corresponde a su estancia en la capital vizcaína, donde reconoce haberse sentido identificado por el trabajo de Jon Cazenave, David Jiménez o Masao Yamamoto.
Al tiempo que pasa las hojas, habla de poesía, para él cada página es un verso, y aprecia la influencia de la música y la ciencia. «Me hacen soñar imágenes». Todas se expondrán en Espacio Tangente desde el día 23.
El pecho voluptuoso de una figura de porcelana y el agujero negro de una pieza de mármol; la frialdad de la luna una noche de invierno junto al caballero de gorro ruso que huye del plano; la pulida quijada de un animal con la cometa que reta a la luz... La asociaciones de El efecto Casimir se alargan hasta el infinito.
Y sin fin se antoja este baile a dos entre Sergio Ibannez y la fotografía. Lleva ya un año trabajando en su próximo proyecto. Una pista: realidad simulada.