Como un desierto calcinado o como la superficie lunar: esa es la imagen que ofrecen hoy miles de hectáreas de fincas y lomas en el entorno de Valluércanes, Cerezo de Río Tirón y Quintanilla San García después del devastador incendio que hace una semana arrasó con más de 1.600 hectáreas de cereal. La desolación reina en este paraje singular y en el corazón de los muchísimos agricultores que han visto con desesperación y tristeza cómo un año de esfuerzo se va al garete por culpa del fuego y de la tardía reacción, denuncian, de quienes mejor y más preparados están para combatirlo. Raúl Gordo es uno de los afectados por este incendio. Ha perdido seis hectáreas de trigo y de cebada, y nunca antes -y lleva toda la vida dedicado al campo- se había enfrentado a un siniestro de esta magnitud. «Fue terrible, las llaman avanzaban como la pólvora, como si hubieran echado gasolina», evoca.
Esa misma mañana él había estado cosechando en sus tierras y cuando más apretaba el calor lo dejó y marchó a comer al pueblo. Ya en toda la zona se sabía que había un incendio en la zona de Valluércanes, pero se aseguraba que estaba controlado. «A las cuatro de la tarde empezaron a llegar mensajes de que no sólo no estaba apagado, sino que se había avivado y avanzaba hacia Cerezo». Lo que siguió fue un combate brutal, casi cuerpo a cuerpo, contra las llamas: él, al igual que otras decenas de agricultores de la zona, trataron de frenar el avance con sus tractores, haciendo cortafuegos «pero hay zonas en las que los tractores no pueden entrar». Por las vaguadas de los pequeños vallejos que configuran este telúrico paisaje avanzó el fuego sin freno, empujado por el viento, llegando a cruzar caminos y carreteras como si tal cosa. «Pasó por todo el valle y bajó hasta Quintanilla San García en cuestión de dos o tres horas. Fue algo impresionante».
(El reportaje completo, en la edición impresa de hoy de Diario de Burgos)