Poemas que lo dicen todo

Charo Barrios
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El argentino Edgardo Dobry publica 'El parasimpático', de Club Editor, un libro en el que la lírica es capaz de conquistar al lector con tan solo ser capaz de abrir un poco su corazón

Poemas que lo dicen todo - Foto: David Ruano

La cuestión es sencilla. «¿Y por qué seguiste a la poesía?», se pregunta Edgardo Dobry en El parasimpático (Club Editor). Y se responde: «Porque te exige todo sin prometer nada».

Sostiene el argentino que la poesía es una manera de estar en el mundo. Al menos para quien la escribe. Un modo de registrar el mundo o, más modesto, algunos de sus gestos o muecas, incluidas las del propio autor. Pero es una manera episódica: el que pretende ser poeta full time es un cursi o un engañado. ¿Qué dice el ejercicio poético de quien lo practica?, quiero saber. «Lo que dicen sus poemas».

Poemas que se abren al mundo, tan unidos a la actualidad que, a veces, su poesía puede merecer el calificativo de periodística. «Si es bueno, un poema siempre registra algo del aquí y ahora». Y se carga de razones históricas para defender su tesis. En su origen griego, con Safo y Arquíloco, esa fue precisamente la razón de ser de ese nuevo género: frente a los hechos legendarios y colectivos de la epopeya, en un pasado remoto, aparece el cuadro individual y presente del poema lírico. Por eso en el poema la conjugación en presente es predominante, como en el famoso Amo y odio de Catulo. «Yo creo ser, o aspiro a ser, un poeta más catúlico que católico». Y se ríe.  

Ahora bien, un poema es lo opuesto del periodismo, que está destinado a lo fugaz, es una planta caducifolia. Un poema tiende a sacar lo que hay de universal en lo actual; «por eso Solón de Atenas o Catulo pueden ser contemporáneos de nosotros, sus poemas nos siguen interesando porque registraron cosas que nos pasan ahora mismo».

 

Otros ámbitos

Además de poeta, Dobry es traductor, tarea que le aporta, de entrada, «dinero para comer y no tener que dormir en el parque». En cuanto a la traducción de poesía, cree que todos los poetas son traductores, incluso aquellos que no lo saben, «por lo que decía antes: porque la poesía trabaja con un catálogo reducido de asuntos y manera de tratarlos». En su libro anterior, Contratiempo, había versiones más o menos evidentes de Baudelaire y de Victor Hugo; El parasimpático se abre con un soneto, y escribir un soneto ya es un modo de traducir; luego están las voces o cadencias más o menos directas, en capas más o menos visibles de lo escrito, de otros muchos poetas. Se dice que el material con el que trabaja un poeta es su propia experiencia, comenta; y, si ese poeta se ha tomado en serio su trabajo, lo que ha leído es una parte importante de su experiencia.

De pronto, pienso en quienes ven su profesión amenazada por Google Translator y similares. Dentro de un tiempo el trabajo humano se verá reducido a la revisión de los errores que cometa el bot traductor; y, claro, se pagará 10 veces menos. «Pero si hay un género donde la traducción persistirá en su carácter humano, será la poesía precisamente porque un poema, si vale algo, juega a liquidar (en el sentido de volver a hacer líquida) la lógica fosilizada de la gramática y del léxico», comenta el autor sudamericano.

Me intereso también por su condición de profesor cuando las humanidades parecen haber perdido valor. Él satisface mi curiosidad saliéndose por la tangente: la universidad es la sede institucional de la transmisión del saber, y el estudiante que tiene una vocación humanística va a la universidad a recibir esa transmisión. A la vez, y dado que está conversando conmigo en tanto autor de un libro de poemas, se ve en la obligación de añadir que los estudiantes educan al profesor, y esto al menos por dos motivos: en primer lugar, porque el primer estudiante de cualquier asignatura es el profesor; el otro motivo es la inteligencia de los alumnos, que preguntan y descubren cosas que no habías visto, o hacen asociaciones que no habías percibido, «y eso enriquece la experiencia de la lectura, que es lo más importante que puede enseñar un profesor de literatura».

 

Versos inmortales

«Un buen profesor de poesía no enseña fechas o minucias biográficas de los autores: enseña a leer, enseña que la lectura es a la vez un acto riguroso y libre, disciplinado y creativo. Un poema vive mientras es leído y comprendido en cualquiera de sus irradiaciones: el profesor es responsable de que sus alumnos no dejen morir al poema», reflexiona en alto Edgardo Dobry, que concluye que «el arte y la poesía toda son la forma del consuelo». ¿A eso es a lo que han quedado reducidos? «¿Reducidos? ¿Por qué reducidos? ¿Hay algo más importante que el consuelo?», me replica. 

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