En el mismo instante en que las llamas devoraban sin piedad una caseta ubicada a orillas del río Arlanzón en La Ventilla, a Santos se le encogió el corazón mientras pedía limosna en el arco de San Juan. Lo jura. Dice que sintió cómo algo se resquebrajaba por dentro, y no solo porque lo que estaba ardiendo era su hogar. Al llegar horas después, se cumplió el mal augurio. Entre las cenizas yacían los cadáveres calcinados de los dos perros que desde hacía casi una década mitigaban su soledad. «Eran como mis hijos, y me los arrebataron», lamenta entre sollozos. Porque para él aquel incendio ocurrido el viernes por la mañana no fue casual, sino intencionado. Alguien, no tiene claro quién exactamente, acabó con la vida de los dos animales a sangre fría y con alevosía. Ahora, con los ojos secos por el duelo que vive, solo pide que se encuentre al culpable y se haga justicia.
Su documento de identidad refleja que se llama Arlindo, pero todo el mundo en la calle San Juan le conoce por su firma, Santos. Lleva muchos años sentado en una esquina del arco pidiendo limosna y tanto vecinos como comerciantes hacen lo que pueden por ayudarle. Desde el viernes, solo consiguen darle consuelo. No ha parado de llorar desde entonces, aseguran. La muerte de Beethoven y Scooby, como se llamaban las dos mascotas, parece haberle desorientado. Incluso a sus amigos, aquellos que se vuelcan por echar azúcar a este mal trago que está pasando, les cuesta seguir su rastro.
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