"¡Ay madre mía, si se quema el Monasterio!"

H.J.
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El 21 de septiembre de 1970 la joya de Santo Domingo de Silos estuvo a punto de arder. Cincuenta años después, varios vecinos de la localidad que lo vivieron en primera persona y el más longevo de los monjes recuerdan aquel susto

Domingo, Dominica, Teófila y Clemente, cuatro vecinos de Silos que vivieron el siniestro en primera persona - Foto: Jesús J. Matías

Eran más de las 11 de la noche cuando Teófila López estaba en el Amaya, el hostal que regentaba junto a su difunto tío Severino. El verano languidecía aquel 21 de septiembre de 1970 y frente a su ventana, como siempre, dominaba la imponente silueta del monasterio de Santo Domingo de Silos. Solo que ese día vio algo anormal.

Ella fue la primera vecina de la localidad en contemplar el incendio que empezaba a devorar el ala sur del cenobio. Salió corriendo, empezó a dar voces y a golpear puertas donde estaban las antiguas vaquerías, por donde hoy entran los turistas, y así contribuyó a alertar a la comunidad.

Hace justo 50 años que una de las principales joyas del patrimonio histórico burgalés estuvo a punto de ser devorada por las llamas. Por suerte, el fuego generado por un cortocircuito quedó controlado en unas horas con el trabajo conjunto de monjes, vecinos y los bomberos desplazados de Lerma, Aranda, Salas y Burgos capital, pero por el camino se perdió el museo que por entonces tenía el monasterio y algunas dependencias tuvieron que ser reconstruidas.

Hoy, los mozos de aquella época ya son vecinos mayores pero conservan una memoria envidiable de aquel día. Dominica Cruces, de 82 años, explica con alivio que la llamada Fuente Grande, el pilón que ahora está lleno de monedas frente a la puerta de la iglesia, sirvió para alimentar las mangueras que acabaron con las llamas: "Los bomberos no creían en que tuviera capacidad suficiente, decían que se iba a secar pero aguantó. Y menos mal porque... ¡ay, madre, si se quema el monasterio!".

Añade, además, la anécdota de que "las mujeres no sabíamos si podíamos pasar porque aquello era una clausura", lo que añadió cierto misterio a las labores de extinción. Su marido, Domingo Jete, recuerda que justo por entonces se estaban construyendo la casa donde viven hoy en día, "así que estábamos donde el Ayuntamiento y lo vimos perfectamente desde allí".

Clemente Camarero, a sus 77 años, subraya que "todo el mundo estábamos bastante asustados porque no sabíamos cómo podía acabar todo aquello. Las maderas de la parte antigua ardían de una manera terrible, pero por suerte ya se estaba construyendo la hospedería y los materiales nuevos sirvieron de cortafuegos".

Desde el interior de la comunidad lo cuenta también el Padre Mariano Palacios, que a sus 93 años es el más longevo de los monjes. En 1970 él era el párroco del pueblo.

"Enseguida que dieron el aviso salimos corriendo porque el fuego estaba en el tejado de la zona habitacional, donde las celdas de los monjes", relata. Afortunadamente el incendio no dejó daños personales y en cuestión de dos años, con la aportación de 15 millones de pesetas por parte de la Dirección General de Bellas Artes, se llevó a cabo una restauración que permitió a los monjes ganar en comodidades y seguridad anti incendios. Al menos tuvo esta parte positiva.