El paleoantropólogo y director científico del Museo de la Evolución Humana en Burgos, Juan Luis Arsuaga, se encuentra confinado en su domicilio de Madrid y reconoce que gracias a Internet y al teléfono está conectado con el mundo exterior por lo que vive "una incomunicación muy comunicada". Sin embargo, a pesar de mantener este ‘contacto’ humano, echa de menos la naturaleza o la cultura, donde la emoción del "vivo y en directo" no se puede sustituir por nada. Para uno de los mayores expertos del mundo en la evolución del hombre, esta crisis ha sacado lo mejor de todos los ciudadanos, con multitud de ejemplos de solidaridad y compromiso.
¿En qué ocupa los días de confinamiento?
Esencialmente me dedico a leer, que no es mala ocupación. También cocino un poco, que es una actividad creativa y entretenida. Tengo además la docencia online, que ocupa más tiempo que la presencial porque hay que subir los contenidos al campus virtual, chatear con los alumnos y tutorizar sus trabajos. Por supuesto, sigo con mis investigaciones porque el laboratorio sigue funcionando a toda máquina en red. Y cuento con la televisión y la informática para ver de todo, desde documentales hasta series, óperas, ballets, películas e informativos. Deportes, desgraciadamente, no. Gracias a internet estoy conectado con los colegas y hacemos chats familiares, así que vivo una incomunicación muy comunicada.
¿Qué echa más de menos de cuando se podía salir a la calle?
Lo que más echo de menos con mucha diferencia es la naturaleza. Yo apenas puedo vivir sin salir al campo y nos estamos perdiendo las últimas nevadas y la primavera. También siento no poder ir a los museos, a las exposiciones, al teatro y a la música. En resumen, el contacto humano lo mantengo gracias a la informática y al teléfono, pero no hay alternativa para la naturaleza o para la cultura, donde la emoción del “vivo y en directo” no se puede sustituir por nada. Y además me ayudaría mucho poder dar unas carreritas por la calle o por un parque aunque solo fuera un par de días a la semana.
En el ámbito más interno o personal, se tiene más tiempo para pensar. ¿Qué reflexiones le pasan por la cabeza con la situación actual?
Como de todas las crisis o situaciones angustiosas la única reflexión posible es la de recuperar el valor de las cosas sencillas y volver a apreciar aquello que habíamos dejado equivocadamente en un segundo plano. Los abrazos, las risas y la flor de la jara o de la aulaga. Lo más valioso es siempre gratis. La alegría de estar vivo y de disfrutar de todas las cosas que nos ofrece la existencia en el terreno afectivo, cultural y de naturaleza. Nunca se está más vivo que cuando se está en el campo, y nunca se es más humano que en un teatro o en un auditorio o en un museo.
Una crisis así puede suponer una catarsis. ¿Qué cosas debemos cambiar después de esto?
Cada generación se enfrenta a situaciones nuevas y aprende de ellas. Los problemas del pasado no nos ayudan en el presente. La solución nunca está en el pasado. Vivimos ahora, para bien y para mal, en un mundo distinto al de solo hace unos pocos años. Una pandemia como ésta solo podía producirse en un mundo globalizado. Tendremos que aprender a vivir en una realidad de estas características, como lo hicimos en el pasado. La única lección de la historia es que el individuo es frágil pero la sociedad es fuerte. A mí me parece que esta crisis, lejos de sacar lo peor de nosotros como dicen algunos, ha sacado lo mejor de todos nosotros. Yo solo veo abrumadores ejemplos de solidaridad y compromiso a mi alrededor. No hay más que salir a la ventana a las ocho de la tarde.