El monstruo de Rávena

José Antonio Gárate Alcalde
-

En un capitel de la portada de la capilla del Condestable aparece representada una de las criaturas monstruosas más famosas de la Edad Moderna

El monstruo de Rávena de la catedral de Burgos. - Foto: DB

Allá por el año 2015, Pilar Martínez Arce, presidenta de la asociación Patrimonio para Jóvenes, me pidió que explicara la capilla del Condestable a un grupo de estudiantes burgaleses. Recuerdo que comencé la visita exponiendo una serie de interrogantes que siempre había despertado en mí la portada de la capilla, particularmente las misteriosas representaciones de los capiteles-ménsula que soportan el peso de los cuatro evangelistas que flanquean la entrada. Les comenté que desconocía el simbolismo que encerraban y que probablemente se inspirasen en grabados de la época; y destaqué en especial una en la que dos angelotes armados con porras custodian a una extraña criatura.

Una vez finalizada la visita (estuvimos en la capilla más de una hora), me despedí del grupo de jóvenes, no sin antes agradecer el interés que habían mostrado a través de una atenta escucha y de no pocas preguntas. Pero la cosa no quedó ahí. Al cabo de varias semanas, la presidenta de la asociación se puso en contacto conmigo para contarme que la llamativa imagen de la portada de la capilla del Condestable había despertado la curiosidad de dos de los jóvenes participantes en la visita, María López y Sergio Rodrigo, estudiantes ambos por aquel entonces de la Escuela de Arte de Burgos, y que, tras una investigación centrada fundamentalmente en internet, habían conseguido dar con el origen de la misma.

Pocas cosas alegran más a un investigador que un descubrimiento, y si este lo realizan unos jóvenes a los que has tratado de estimular con tus explicaciones, la alegría es mucho mayor, al menos en mi caso. Este artículo, por supuesto, se lo dedico a ellos.

El nacimiento de un monstruo

Uno de los capítulos finales de la Historia de los Reyes Católicos don Fernando y doña Isabel del sacerdote y cronista Andrés Bernáldez, el titulado Del monstruo que parió una monja en Rávena, escrito hacia el año 1513, dice lo siguiente: «En la ciudad de Rávena, en la Italia, acaeció el dicho año de 1512, antes un poco de la batalla de Rávena, que una monja parió un monstruo espantable; conviene a saber, una criatura viva, la cabeza, rostro, orejas, boca y cabellos como de un león, y en la frente tenía un cuerno hacia arriba, y en lugar de brazos tenía alas de cuero como murciélago, y en el pecho tenía una señal de una Y, y en medio del pecho letra tal X, y en el pecho izquierdo tenía una media luna y dentro una V. De lo que significaban estas letras y media luna diversas opiniones y juicios hubo entre las gentes. Tenía más debajo de los pechos dos vedijas de pelos; tenía más dos naturas, una de masculino y otra de femenina, y la de másculo era como de perro, y la de fémina era como de mujer; y la pierna derecha tenía como de hombre, y la izquierda tenía, tan luenga como la otra, toda cubierta como de escamas de pescado, y abajo por pie tenía una hechura como pie de sapo, el cual dicho monstruo nació en el mes de marzo del dicho año de 1512, como dicho es, y nació vivo y vivió tres días; y fue llevado al Papa, el cual lo vio y mandó dibujarle de la manera y forma que era, y tuviéronlo en gran maravilla». Esta detallada descripción es una de las primeras que se hacen en España de uno de los monstruos más famosos del siglo XVI.

Según la historiadora Ottavia Niccoli, gran estudiosa del tema, el primer registro acerca del nacimiento del monstruo de Rávena correspondería a Sebastiano di Branca Tedallini. En su relación, el cronista romano informa también sobre la manera en la que la noticia llegó a la ciudad del Tíber. Fue mediante una carta dirigida por el gobernador de la zona, un tal Marco Coccapane, al papa Julio II.

La noticia se difundió rápidamente por toda Europa sobre todo a través de pliegos ilustrados. Especialmente interesante para nuestro ámbito es la mención de uno de esos pliegos realizada por Pietro Martire d’Anghiera (Pedro Mártir de Anglería), humanista italiano que estuvo al servicio de los Reyes Católicos y sus sucesores, en una carta dirigida desde Burgos al marqués Pedro Fajardo y Chacón el 13 de abril de 1512, documento que conocemos gracias a las investigaciones de Niccoli. De dicha misiva, que contiene una descripción del monstruo coincidente en líneas generales con la de Bernáldez, podemos deducir la rapidez con la que se propagó la noticia y que esta se conocía en nuestra ciudad desde una fecha muy temprana.

La batalla de Rávena

A los ojos del hombre actual, las increíbles peculiaridades anatómicas del monstruo de Rávena invitan inevitablemente a pensar en una manipulación, ya sea a través de una exageración o, directamente, de una invención. Pero, ¿con qué propósito? La clave nos la proporciona la concepción que tenía el hombre del siglo XVI del monstruo como una señal divina, una consideración que en realidad venía de lejos.

En la Antigüedad clásica, el nacimiento de criaturas deformes se interpretaba como un presagio, es decir, una señal que anunciaba un suceso futuro, y se recurría a los oráculos para desentrañar el mensaje que ocultaban. Esta concepción del monstruo como presagio tuvo como gran difusor a Cicerón a través de su tratado Sobre la adivinación, y será recogida posteriormente por san Agustín, que en La ciudad de Dios dirá: «Ni fue imposible para Dios crear las naturalezas que quiso ni tampoco lo será el cambiar lo que Él quiera de las creadas. De aquí proviene toda esa selva de hechos extraordinarios que llamamos monstruos, ostentos, portentos, prodigios. Los monstruos están bien llamados así y se derivan de monstrare (mostrar), porque muestran algo con un significado; ostento viene de ostentare (presentar); portento de portendere (pronosticar), y prodigio de porro dicere, o sea, anunciar el futuro». En los mismos términos se expresará san Isidoro de Sevilla en sus Etimologías.

Ya en la Edad Moderna, monstruos y prodigios serán vistos como la forma elegida por Dios para comunicarse directamente con los fieles. Surge entonces una verdadera obsesión por su interpretación. Y es en este contexto cuando aparece el monstruo de Rávena como una forma de control de la conducta, un interesante ejemplo de superstición al servicio de la religión.

Joannes Multivallis, uno de los primeros comentaristas del monstruo, ya vinculaba sus peculiaridades anatómicas a determinados defectos morales que abundaban por entonces en la sociedad italiana. El cuerpo de la criatura se convierte así, en palabras de Nicolás Vivalda, en un mapa del pecado, en el que, por ejemplo, el cuerno significaría orgullo; las alas, inconstancia y ligereza; la falta de brazos, ausencia de buenas obras; el ojo en la rodilla (que no aparece en la descripción de Bernáldez pero sí en la imagen de la catedral), afición a las cosas mundanas; y los dos sexos, sodomía. Por lo tanto, en el cuerpo del monstruo se plasmarían los pecados de una Italia advertida por la voluntad divina, pecados que la conducían a abundantes conflictos bélicos y turbulencias políticas. Por ello, no es de extrañar que los comentaristas contemporáneos no tardaran en relacionar el nacimiento del monstruo con una catástrofe bélica concreta, la derrota pontificia contra los franceses en la batalla de Rávena, acaecida el 11 de abril de 1512.

El Guzmán de Alfarache

Dicha interpretación encontró amplia divulgación en los siglos XVI y XVII gracias principalmente a los libros de prodigios de Conrad Lycosthenes, Pierre Boaistuau y Ambroise Paré. En el ámbito hispánico, el monstruo de Rávena alcanzará una gran difusión a principios del siglo XVII debido a su inclusión en la exitosa novela picaresca Guzmán de Alfarache. Su autor, Mateo Alemán, inserta la descripción de la criatura al final del primer capítulo y apoya la imagen en la tradicional interpretación del prodigio, apareciendo de nuevo en ella la denuncia de la degeneración moral de la sociedad italiana.

Pero el escritor sevillano añadirá a su interpretación una interesante lectura de los signos grabados en el cuerpo de la criatura: «La cruz y la Y eran señales buenas y dichosas, porque la Y en el pecho significaba virtud; la cruz en el vientre, que si, reprimiendo las torpes carnalidades, abrazasen en su pecho la virtud, les daría Dios paz y ablandaría su ira». En el Guzmán de Alfarache, por lo tanto, el monstruo de Rávena constituye una prefiguración de la lucha entre el vicio y la virtud que se librará en el protagonista a lo largo de la obra.

Franciscode Colonia

Es precisamente la lucha entre la virtud y el vicio lo que considero que se quiere plasmar al incluir en la entrada de la capilla del Condestable al monstruo de Rávena. De hecho, como señala en su tesis doctoral Juan José Calzada Toledano, la mayor parte de las escenas que decoran las ménsulas sobre las que descansan las figuras de los apóstoles del primer cuerpo de la capilla simbolizan esa continua batalla de la humanidad (la expulsión de Adán y Eva del paraíso, Caín matando a Abel, la embriaguez de Noé, Filis montando a Aristóteles...).

Por último, nos quedaría abordar el problema de la autoría. Tradicionalmente se atribuye la portada de la capilla del Condestable a Simón de Colonia; sin embargo, la presencia del monstruo de Rávena en la misma situaría su ejecución en fechas posteriores a marzo de 1512. Como Simón de Colonia falleció a finales del año 1511, lo más probable es que dicha ejecución recayera en su hijo Francisco, que había sucedido a su padre como maestro de obras de la catedral y que, además, por esa época se encontraba realizando la sacristía de la capilla, obra que culminaría en 1517. La existencia de elementos decorativos platerescos propios de Francisco de Colonia en la portada de la capilla parece confirmar esta teoría.