Los del domingo fueron tres puntos más, pero no una victoria cualquiera. Después de dos derrotas inmerecidas ante Sporting y Eibar y un meritorio empate en Leganés, la goleada al Valladolid supo a gloria en un derbi castellano que en seis minutos se tiñó de blanquinegro para alegría y goce de las casi seis mil personas que lo presenciamos en El Plantío.

«Pocos partidos he disfrutado tanto como hoy», me dijo Andrés nada más pitar el árbitro el final. La cara de felicidad de mi padre, unas filas más arriba, hablaba por sí sola. Y Ángel, ya volviendo a casa, donde había dejado a medias la comida familiar, se ilusionaba pensando en llevar por primera vez a su nieto a El Plantío, como en su día hizo con sus hijas en el Calderón. 

Horas antes, el ambiente que a las tres de la tarde se respiraba junto al remozado (con cierto encanto) estadio era de partido grande. De «locura», de hecho, calificó lo que vio en la previa en la avenida del Arlanzón un amigo que aún se resiste, pero acabará acompañándonos en la grada.

Ese aliento de la hinchada lo sintió el equipo, liberado con el penalti sufrido y transformado por Juanma. El gol entusiasmó a la afición, que explotó de júbilo con el sublime cabezazo de Valcarce y enloqueció con el 3-0 del ‘pichichi’ andaluz. «A ver si nos vais a meter cinco», me escribían atónitos desde Pucela. Casi. 

Tus colores serán mis colores, tu valor será nuestro valor..., acabó entonando el público, evocando hazañas de un pasado en rojipardillo. De blanquinegro luce hoy el estadio y con orgullo visten esos colores pequeños y mayores también por la calle (¡había que ver cómo estaba el centro de bufandas y camisetas incluso horas después!). 

La ciudad llevaba 20 años esperando esto y se merece seguir disfrutando de ello. Hacerlo está un poco más cerca: a 46 puntos, según las cuentas de Michu.