El progreso es considerado uno de los pilares de la visión histórica occidental, desde la cual se entiende el progreso como un avance deseado que nos permite mejorar y evolucionar hacia el perfeccionamiento. La palabra progreso tiene una connotación positiva, siendo la aliada de los grupos de poder, incluso de lo más conservadores, que consideran el progreso la zanahoria para atraer la atención de una sociedad moderna obligada a progresar para sobrevivir.

El progreso que vivimos está estrechamente vinculado a un fuerte y veloz desarrollo tecnológico y digital, que nos lleva a experimentar el progreso desde lo material. Sin embargo, el progreso de índole moral y ético no evoluciona al mismo ritmo.

En el terreno de lo material, el progreso es siempre considerado un avance que aporta rapidez, comodidad, bienestar y optimización, sin embargo, en el plano del comportamiento humano experimentamos progreso, pero también, invariabilidad e incluso, regresión.

Actualmente, sería impensable volver hacer uso del iPhone 9 ya que, por bueno que sea su rendimiento, consideramos que se trata de algo desfasado y su uso nos situaría como personas desactualizadas.

Sin embargo, el uso de la moral y la ética evoluciona a la vez que el ser humano; un comportamiento estancado e invariable también es síntoma de regresión.

Nuestra sociedad aplaude el progreso de lo material olvidando que éste necesita del progreso de lo humano para que se produzca una relación equilibrada que permita una gestión óptima de la persona con relación a la multitud de 'cosas' que le rodean.

Uno de los objetivos es evolucionar hasta posicionarnos a un nivel que nos permita interactuar con un chat GPT de forma sostenible y saludable a sabiendas que esta inteligencia está al servicio de las personas quienes, desde nuestro progreso intelectual y sobre todo del emocional, somos la especie que domina el mundo.