La leyenda siempre está ahí, envolviendo entre brumas aquellos símbolos que son más queridos e idolatrados. Pocos iconos están más vinculados a la Cabeza de Castilla que el Cristo de Burgos, talla de enorme carga simbólica que se venera en la capilla del mismo nombre de la Catedral y que está rodeada por numerosas leyendas. La primera, y más antigua, es que el autor de la doliente figura fue el mismísimo Nicodemo, aquel fariseo de posibles y jefazo del Sanedrín con quien Jesús mantuvo un prolongado diálogo, según recoge el Evangelio de Juan.
Otra remite al hallazgo de la escultura nada menos que en alta mar. En un texto del siglo XV firmado por un noble centroeuropeo, León de Rosmithal de Blatna, señala que la imagen fue encontrada en el océano, a bordo de un galeón. Según este relato, el hallazgo fue cosa de unos marineros españoles. Al ver el barco, temieron que fuese tripulado por enemigos, pero al acercarse no vieron alma alguna en cubierta. Desde la nave de estos marineros enviaron «una barca ligera para que explorasen, y si había peligro se volviesen con presteza; acercáronse estos poco a poco, y no sintiendo ningún rumor, se atrevieron algunos de ellos, no sin gran temor, a subir al galeón»; lo único que encontraron, según el barón Rosmithal de Blatna, fue «una caja embreada» en cuyo interior se hallaba esta figura de Cristo «y determinaron volver con él y con la nave hacia Burgos, que era su patria».
Otro relato coetáneo de este lo firma Tetzel: «He aquí como vino el Cristo a la ciudad sin saber nadie de dónde.En el año 412 del nacimiento de Nuestro Señor apareció en el mar un buque con las velas desplegadas, viéronle unos piratas y se propusieron robarlo, abordáronlo y no encontraron a nadie, ni vieron otra cosa que un cofre, y cuando lo quisieron abrir cayeron todos como muertos, de modo que no pudieron abrirlo, aunque se apoderaron del cofre y del buque.Levantóse entonces una gran tempestad, empujándolo con fuerza hacia Burgos, y llevaron un ermitaño a quien llevaron al buque y le enseñaron el cofre pidiéndole consejo. Díjoles éste que en Burgos había un santo obispo de raza judía, al cual le contaría todo lo ocurrido para que diese su prudente dictamen.Cuando llegaron a visitar al obispo estaba durmiendo y soñaba que había un crucifijo en un barco que flotaba en el mar, y su traza y forma eran las de Jesucristo al morir en la cruz, y cuando el ermitaño y los marineros llegaron a visitar al obispo y le hablaron del barco y el cofre que estaba en él, el cual nadie había visto, recordó el prelado su sueño y mandó que confesaran, y que con la mayor devoción fuesen todos procesionalmente hacia el buque y el obispo con algunos sacerdotes entró en el barco y abrió entonces por sí mismo y el obispo vio allí el Crucifijo. Tomóle con la mayor veneración, llevándolo al pueblo y la iglesia en donde hoy se halla».
Este Cristo se custodia en la Catedral desde 1836, ya que procedía del convento de los Agustinos Ermitaños que fue arrasado durante la Desamortización. Entre los siglos XV y XVI fue casi lugar de peregrinación, ya que la talla ejercía gran atracción. Estuvo allí hasta 1808, en que fue puesto a salvo para evitar el saqueo de los franceses, y pasó un tiempo en San Nicolás; tras la ocupación francesa, regresó al convento, de donde volvió a salir en 1836 hacia su nuevo y por el momento último destino.
Y más leyendas... El Cristo de Burgos es un talla articulada. Sus características alimentan la leyenda: está hecha con madera, piel de vaca, lana picada, cabello natural... Materiales que le confieren un portentoso y casi escalofriante aspecto realista. Durante siglos se creyó -enésima leyenda- que le crecían el pelo y las uñas, que sangraba, sudaba y lloraba. Ya en el siglo XIX se incrementaron los mitos en torno a esta figura, especialmente después de que el escritor Felipe Urquijo, que había vivido una temporada en Burgos, se hiciera eco en el periódico carlista La Fe del dictamen de un médico navarro llamado Salvador Rodríguez que aseguraba que el Cristo de Burgos «no era un escultura propiamente dicha sino un cadáver milagrosamente conservado con un hálito de vida durante siglos». Huelga decir que el interés por la figura se disparó exponencialmente. Y el asunto tuvo que atajarlo el arzobispo Anastasio Rodrigo Yuso, quien prohibió que la imagen fuera analizada.
En el siglo XX, el teólogo y canónigo de la Catedral Ricardo Gómez Rojí echó más leña al fuego al afirmar en 1914: «No puede asegurarse de qué materia esta imagen, aunque a juzgar por su blandura y flexibilidad, que cede con sólo aplicar suavemente la mano, parece ser de piel.Ahora bien, de qué clase de piel sea, no es fácil conjeturar».
Si todas estas leyendas fueran pocas, hay que sumarle una más, y posiblemente no la última: siempre existió la creencia, especialmente en tiempos pretéritos, de que la figura obraba milagros.Esta fue una de las razones principales, si no la principal, de la enorme devoción que desde el siglo XV ha existido por esta figura en Burgos.Incluso los peregrinos franceses con ínfulas de escritores que hacían el Camino de Santiago llegaron a propagaron la fama milagrera del Cristo de Burgos.
*Fuente: ‘ElSanto Cristo de Burgos y los Cristos dolorosos articulados’.María José Martínez Martínez.