* Este artículo se publicó en la edición impresa de Diario de Burgos el 11 de mayo de 2020
Creció entre muletas, capotes y trajes de luces, jugando con sus hermanos a emular a aquellos hombres que imponían tanta admiración como respeto. Uno de sus primeros recuerdos de infancia permanece indeleble en su memoria y está relacionado con el mundo del toro: fue ver llegar a casa a su padre, el gran banderillero Pedro Calvo, herido tras una cogida. No sintió impacto alguno, pese a la gravedad de la lesión, como si se estuviese preparando ya para una vida de riesgo en la que el dolor y la muerte están muy presentes. Nacido en Burgos en 1967, año en el que se inauguró la plaza de toros de El Plantío, Luis Miguel Calvo Maestro tenía todos los designios encima para ser torero: del apellido materno al nombre, en homenaje a Luis Miguel Dominguín, a quien su padre admiraba, más un progenitor banderillero y una infancia marcada a fuego por ese mundo de mística, sangre y arena. No era difícil, pues, que pasara lo que pasara: "La fuerza del destino es imparable", afirma el maestro.
El padre e iniciador de la saga fue durante muchos años banderillero de confianza de grandes figuras de la época (antes había sido novillero en los años duros), lo que facilitó el acceso de los vástagos a todo ese universo. "Mi vida transcurría en torno a las cuadrillas de toreros". El padre, evoca Calvo, se compró un Buick americano "en la época en la que prácticamente sólo había Seat 600 en España" y puso al servicio de cuadrillas aquel magnífico vehículo "que acabó siendo historia del toreo. Mi padre sumó sus dotes de buen conductor a las de banderillero, y lo puso a disposición de matadores de toros y cuadrillas que lo necesitasen en un momento clave, cuando aquel mago llamado Domingo Dominguín, junto a los hermanos Lozano, inventaron las novilladas de la Oportunidad en la plaza de toros de Vista Alegre. Aquello fue algo genial, histórico. De ahí salieron auténticos figurones. Fue una época romántica y apasionante, porque hicieron realidad los sueños de un montón de maletillas y de críos que soñaban con ser figuras del toreo, que es un sueño tan difícil e inalcanzable que se queda en manos de unos pocos privilegiados", admite Calvo.
Uno de que aquellos soñadores fue él. Varias veces montó en aquel Buick con cuadrillas como la de Antonio Bienvenida. Aquellas experiencias fueron decisivas. "Verlos en el hotel, en aquel ambiente, en las habitaciones. Lo que transmitían aquellos hombres... Verlos en capilla, vistiéndose con ese ritual, que es como proyectarse en otra latitud. Aquello me impresionaba, me dejaba mudo. Verlos enfundarse en un traje de torero, fuera de oro o de plata, me transmitía algo especial, me atraía profundamente. Me impresionaba", explica el maestro. Cuando ya sintió la llamada y comenzó a reclamar apoyo para luchar por el sueño de ser matador de toros, una persona se convirtió en esencial por encima de las demás: el maestro Andrés Vázquez, íntimo de su padre.
"El día que el maestro me conoció en una cacería de galgos a la que me llevó mi padre vi las puertas abiertas. Vázquez me decía que tenía cara de torero, que tenía que ser torero... Me daba cuartelillo y me provocaba. Ahí vi el cielo abierto, y eso que mi padre no se enteraba de lo que hablábamos. Me abría la puerta, me decía que él me enseñaría...". En un tentadero, siendo aún un crío de nueve añitos, se puso por vez primera delante de una becerra. De nuevo la predestinación de Luis Miguel Calvo se hizo presente: allí estaba el periodista taurino Manuel Molés, que iba a grabar un programa. Fue el primer contacto del futuro torero burgalés con el mundo de la televisión y el cine que tan importante acabaría siendo en su vida. "Me hicieron hasta una entrevista y todo, que llegó a publicarse", recuerda Calvo, quien no se arredró frente a su primer bicho, por más que recibiera más de un revolcón. "Quise demostrar que tenía capacidad de sufrimiento. Allí empezó todo".
Luis Miguel Calvo empezó a formarse en la Escuela Taurina ‘Marcial Lalanda’. "Entre las clases que recibí de mi padre y de Andrés en la casa de éste en Mirasierra más las de la escuela, fui aprendiendo". Vázquez, que sería al cabo uno de sus principales maestros y apoderado en el arranque de su carrera, le hizo un guiño clave durante una de las ferias de pueblos a las que solía acudir como matador. A la hora de comer, le dijo: ‘Oye, Miguelón ¿quieres salir esta tarde a pegar un par de pares a los novillos de esta tarde? "Yo creí que estaba de broma, que me estaba probando. Yo, muy fanfarrón, le respondí que sí. Yo estaba en la grada, entre el público, cuando vi que paró la lidia y empezó a mirar al tendido, buscándome. Pidió un par de banderillas y vino a por mí. Yo pegué un salto y allí me presenté con mis vaqueros y mis zapatillas deportivas. ¡Era un niño! Me dio un abrazo y me dijo, ‘Dale p’alante, maestro’. Fue una gran oportunidad", evoca. Calvo puso aquellas banderillas a un eral de más de doscientos kilos en todo lo alto. Y la gente se puso de pie. Allí había torero. Aquello se repitió varias veces durante un par de años, así que luego llegarían las novilladas, en las que se fajó y fue creciendo como torero. "Le perdí el miedo al toro y me ayudó a tener valor el sentido de la responsabilidad de haber crecido entre aquellos grandes de la tauromaquia. Fui un privilegiado. Desde que tuve los dientes de leche tuve la oportunidad de observar y vivir cerca de toreros".
Debutó de luces en su tierra, "como no podía ser de otra manera y era mi sueño". Fue en Trespaderne. Guarda recuerdos entrañables. "Iba con un color que tanto gustaba a otro gran maestro, Antoñete: de lila y oro". Tras una notable carrera como novillero con y sin picadores (en el debut con caballos, que fue en Aranjuez, de nuevo la televisión fue testigo del arte de Calvo en una retransmisión que llevó a cabo el gran Matías Prats padre), el burgalés firmó decenas de faenas de relumbrón y acumuló numerosos triunfos. Había cubierto con brillantez una trayectoria imprescindible antes de la alternativa.
Alternativa fallida. Día de San Pedro de 1987. El burgalés anuncia su alternativa ante sus paisanos. Fiesta por todo lo alto en el coso de El Plantío. Julio Robles de padrino y como testigo, Ortega Cano. Toros de Torrealta. "No te puedes imaginar lo nervioso que estaba. Ese día se me juntaron todas las fuerzas de la responsabilidad. Era consciente de lo que suponía. Y marcado por las cámaras, cómo no". No en vano, ese día Luis Miguel Calvo no sólo tomaba la alternativa, también debutaba como actor a las órdenes de Jaime de Armiñán: allí se tomaron las primeras imágenes para la exitosa e inolvidable serie de televisión Juncal, en la que el diestro burgalés interpreta al hijo del protagonista, el torero retirado, sablista, truhán, seductor y vividor profesional José Álvarez ‘Juncal’, papel maravillosamente interpretado por Paco Rabal. Ese día, el toro cogió a Luis Miguel Calvo casi mortalmente, malogrando la alternativa (que sí haría efectiva en septiembre, en la Maestranza de Sevilla).
"Me pegó tres cornadas, una de ellas profunda, en la ingle, al poner unas banderillas. Me dio muy fuerte. Esa es la cogida que aparece en Juncal. Auténtica. Esa tarde pasaron cosas atípicas. De una tarde de sol, azul, poco usual en Burgos, se pasó en pocos minutos a una tormenta bíblica, un aguacero que obligó a suspender la corrida. Yo no me enteré porque me estaban operando, pero el cambio meteorológico se produjo después de mi cogida, como si el cielo se hubiese rebelado por lo que me había pasado". Fue una cogida dura, con la femoral afectada. Y por momentos pensó que podía morir mientras le operaban y el agua entraba a raudales en la enfermería. "Los doctores Mateos y Aguado me salvaron la vida. Años después me enteré de que el asunto fue serio".
Pero ni siquiera aquella grave cogida hizo mella en el burgalés, que persiguió su sueño. "Para mí el toreo es emoción. Si no hubiese sido torero hubiese elegido una profesión emocionante. Me gusta el riesgo desde chico. Me gusta sentir la vida arriesgando, pero no como un kamikaze. El toreo es el carrusel de emociones más impresionante que existe en el mundo. No creo que haya nada comparable. Yo nací para ser torero. El torero tiene que ser un soñador, y además tiene que estar poseído, se tiene que engañar porque se juega con la vida. Vivir en torero, que fue lo que me inculcó mi padre y lo que yo vi siempre, era vivir para eso: mente y físico a disposición del toro. Y asumir el miedo, que es traidor. Cuando más dominado crees que lo tienes, te ataca. Pero para eso hay que estar preparado".
Simultaneó tardes de triunfo sobre la arena (así describía el gran cronista Joaquín Vidal un lance acaecido en Bilbao: El primer toro hirió a Luis Miguel Calvo cuando daba estatuarios. El novillo no le levantó del suelo, pero el pitón había hecho carne sobre la cicatriz de una reciente cornada, y ni se inmutó. Siguió tan estatuario como antes, acentuando la pinturería de su toreo, templando, pues, los redondos y naturales, y recurriendo a la fantasía de un exquisito toreo de repertorio) con el rotundo éxito en la pantalla. Recuerda con mucho cariño el rodaje de Juncal. Y a los gigantes de la escena con lo que compartió experiencia y horas. "Ponerse delante de la cámara y hacerlo con dignidad, transmitiendo y cumpliendo el objetivo de no desentonar es dificilísimo, pero parecido a hacer lo propio delante de un toro. Es emocionante. Yo valoro mucho el trabajo de los grandes actores, cuando son capaces de conmovernos, de hacernos creíble cualquier historia. Imagínate lo que suponía para mí verme al lado de Paco Rabal, de Rafael Álvarez El Brujo, Lola Flores, Fernando Fernán Gómez, Emma Penella... Aquello era algo impresionante. También fue una suerte del destino. Me llena de orgullo ser reconocido por Juncal", apostilla Calvo.
Conserva un recuerdo muy especial de Paco Rabal. "Marcó mi vida. Si en los toros me marcó Andrés Vázquez, en el cine fue Paco Rabal. Un grandioso actor y una persona para la que no tengo palabras de lo grande que era. Sentí devoción por él". En su última corrida como matador, en Madrid, se anunció como Luis Miguel Calvo ‘Juncal’. En los tendidos, un emocionado Paco Rabal. "Era una promesa que le hice a mi maestro. Aunque tarde, lo consumé. Y en Madrid. No me valía en cualquier sitio. Y pasé el examen bien cuajado. Fue un día muy importante, porque me demostré a mí mismo y a mi gente que, sin llegar a ser figura, había conseguido ser un buen matador de toros. Y llegué hasta donde Dios me dejó o pude. Para ser figura, decía Antonio Ordóñez, hay varias tardes en la temporada de un torero en las que hay que salir a morir. Eso sólo lo hacen las figuras. Yo lo hice en Burgos y estuve a punto de morir. Pero estar bien no basta. Por eso me hice banderillero".
La serie le marcó a fuego, si bien asegura que hizo mejor papel dando vida a Joselito El Gallo en la película Belmonte unos años después. Admite asimismo que tal vez aquella carrera como actor solapó su trayectoria en los ruedos, aunque reconoce que si ésta no fue más larga y fructífera se debió a que no la puso en manos de las personas indicadas. "Cometí errores imperdonables en la dirección de mi carrera. Y eso se paga", reconoce. Con todo, no se arrepiente de haber sido actor a la vez que torero. Tras cambiar el oro por el blanco, tuvo una productiva y longeva carrera como banderillero de postín. Una carrera fulgurante de la que está muy orgulloso. Tras rodar con éxito Belmonte pudo tomar parte en otros proyectos, pero al final no salieron, como en Lorca, con Andy García. "Fue en mi momento álgido como torero y como actor, a mediados de los 90".
Desde hace unos años, Luis Miguel Calvo preside Asprot, Asociación Sindical de Profesionales Taurinos, donde se faja y lucha por defender los derechos de los que han sido sus compañeros de profesión. Ahora, además, está involucrado en la proyección de un artista que, asegura, va a revolucionar el arte taurino. Se llama Juan López, y pronto, asegura, los burgaleses serán testigos de sus maravillosas creaciones.