El colmo de un electricista es que no le sigan la corriente, reza uno de los muchos chistes tan cortos como malos que alguna vez hemos tenido que escuchar. Para Demetrio Delgado el medio ambiente nunca ha sido una broma y en muchas ocasiones ha tenido que nadar contracorriente. Pero pronto se dio cuenta de que merecía la pena e incluso abandonó su profesión. Electricista, ¿cuál si no?
A los 21 años, al regresar de la mili, cayó en sus manos un ejemplar de Natura, una revista muy popular en los 80. Ahí se forjó su conciencia ecológica, «seguramente por rebeldía y por amor a la tierra», confiesa. Desde entonces permanece enchufado a ella, un empeño no siempre grato que ahora acaba de ser reconocido por la Junta de Castilla y León con el premio regional Fuentes Claras para la sostenibilidad en los pequeños municipios, en la categoría de empresas.
Desde Educación&Tierra imparte más de una veintena de talleres etnográficos, de reciclaje, sobre plantas, alimentación ecológica... Podría ser definido como un hombre orquesta de la cultura y los oficios tradicionales, pues lo mismo sabe tallar piedras, que hilar lana, fabricar tejas o hacer chocolate, pan y queso con los métodos que utilizaban nuestros ancestros, sin aditivos ni más aparatos que un molinillo o una rueca.
Entrar en el espacio de trabajo de Demetrio Delgado en Ibeas de Juarros supone cruzar un túnel del tiempo. Algunos objetos irreconocibles para las nuevas generaciones, muchos de los que saben poco más del nombre y una gran mayoría imposibles de manejar para el común de los mortales. «¿Sabes qué es esto? «¿Y cómo se maneja?», pregunta Delgado mientras pasea la vista por las tablas atiborradas de utensilios, aperos y materiales que cincelaron el día a día de Castilla durante siglos y que se plasman en el enorme mural al que Antonio Basavilbaso dedicó un verano entero.
Demetrio Delgado presume de ser uno de los pocos hombres que sabe usar la rueca. Una mujer le ayudó a descubrir en qué fallaba: «No aprendes porque no tienes cintura», así supo cómo colocarla y ahora domina también ese arte.
También fue pionero en su Riocerezo natal. «Organizaba repoblaciones forestales cuando nadie las hacía», una sana costumbre que procura mantener. «Fui también el primero que puse un contenedor para reciclaje de vidrio, aunque luego no teníamos dónde llevarlo, pero al menos ya no lo echaban a la orilla del río», reconoce.
«La constancia es lo fundamental» en el carácter de una persona que se quiera dedicar al medio ambiente. De ahí que él haya saltado de un proyecto a otro. Empezó por unos campamentos para niños en el Valle de las Navas; en el año 98 dejó su trabajo como electricista y se lanzó a crear junto con otras personas la granja-escuela de Arlanzón y en 2004 salió de ella para fundar Educación&Tierra, donde imparte talleres fundamentalmente para la Diputación Provincial, las mancomunidades y las asociaciones de las localidades de la provincia. Aunque los niños parecen un público objetivamente perfecto para esta actividad, Delgado asegura que vienen pocos a su aula-taller. «Me cansé de enviar publicidad a los colegios», apostilla.
El Premio Fuentes Claras reconoce todas las actividades que desarrolla en defensa del patrimonio etnográfico: «Yo soy de los últimos que quedan que estudia las tradiciones. Hoy no hay referentes, pero la gente los necesita», sostiene. También su perseverancia, no siempre comprendida por todos. «Para vivir aquí y tener un aula en un pueblo hay que aguantar. El ecologista no está bien visto en ninguna parte. En el medio rural estamos totalmente demonizados, desde el día que pones aquí el pie. Yo no me callo, si hay un problema ambiental me meto con él y eso a la gente no le gusta», detalla con un tono a caballo entre la queja y el enfado por lo que de incomprensión tiene una lucha que es de todos. La defensa de la tierra.