Julián Calero es el director de orquesta de un Burgos CF que está a un paso de conseguir matemáticamente su primer objetivo, asegurarse una plaza en la nueva Segunda B Pro. Se define como exigente y fiel defensor del trabajo diario, mientras se aferra al partido a partido como única vía para alcanzar el éxito. Quiere que la afición sueñe en grande, aunque de puertas para adentro pide prudencia, ya que advierte de que en el fútbol la gloria y el fracaso están separados por una delgada línea. Cree que el equipo llega preparado a la hora de la verdad y reconoce que lo pasó realmente mal en la primera vuelta, cuando el conflicto entre el Burgos CF y José María Salmerón le pilló en medio y le impidió ayudar al equipo a ras de césped.
¿Qué sensaciones tiene después de 15 jornadas y con el equipo líder destacado?
Son buenas desde el día en que llegué. He visto que la gente tenía ganas de ir hacia adelante, de tener un proyecto que funcionara y de ver al equipo bien. La dinámica ha permitido que todo eso esté pasando. Por este motivo uno se siente relativamente satisfecho, aunque no hay que olvidar que esto es fútbol. Lo malo que tiene este mundo es que, haciendo el mismo trabajo, si el balón no entra parece que esa labor es mala. Estoy satisfecho por ver lo que se ha generado en la ciudad, entre los empleados del club en la afición… Noto una ilusión muy grande y eso es una satisfacción.
¿Pero también le tocó sufrir en la sombra?
La situación fue muy incómoda durante unos meses. Pertenezco al colegio de entrenadores, donde hay normas no escritas que dicen que cuando el anterior técnico no ha cobrado no entrenas. Me dijeron que la situación estaba en vías de solucionarse, por lo que hice la pretemporada con la tranquilidad de que se arreglaría. Luego, por las circunstancias que sean y que no voy a entrar a valorar porque ya es pasado, no se arregló. Cualquier tipo de maquinaria tiene que estar perfectamente engranada y si en el fútbol el entrenador no está en el banquillo y tampoco hay nadie del cuerpo técnico es complicado.
¿Cómo influyó en el equipo la ausencia del entrenador a pie de campo?
Lo que hacíamos era intentar dejar muy claro a los futbolistas cómo había que actuar para que tuvieran las menores dudas posibles, pero siempre surgen cosas que hay que resolver durante el partido. Sentía que dejaba a los jugadores solos ante el peligro y ese no era el camino. Hablé con José María Salmerón, el anterior entrenador, para explicarle cuál era la situación desde mi perspectiva y que no tenía nada que ver en un conflicto entre dos partes que me pilló en el medio. Me sentía perjudicado como entrenador de forma corporativa y como empleado del club al no poder cumplir con mi función. Fue desagradable, pero eso no me desanimó y trabajamos para que se notara lo menos posible. Aislamos al equipo de los problemas que surgieron y creo que esa fue una de las claves del éxito.
¿Cómo de cerca estuvo de abandonar el club?
Le comenté a los responsables que no podía continuar así en la segunda vuelta por una cuestión de honor y dignidad. Me dijeron que se iba a solucionar y que tuviera un poco de paciencia, aunque creo que una vuelta fue suficiente paciencia. A principios de año se solucionó el tema y ya está olvidado, por lo que estamos centrados en lo que toca.
¿La maquinaría está ahora perfectamente engranada?
Imagina un coche que le falte una pieza que no sea básica y que pueda andar sin ella. Si se la pones, el vehículo va mejor de lo que iba. Esa es la cuestión. Todos somos necesarios. No se puede entender un equipo de fútbol sin un entrenador haciendo la dirección de partido, que es muy importante porque es lo que te da el detalle. Van ocurriendo cosas durante el choque que hay que solucionar sobre la marcha como una expulsión, una lesión… Si estás en la grada es más complicado. Desde que estamos en el banquillo se ha engranado algo más la maquinaria (...).
(Entrevista completa, en la edición impresa de Diario de Burgos de este lunes)