De entre todos los hijos, elegir a uno es misión imposible para la mayoría de los progenitores, al menos en público. Imagine si la prole alcanza los 90 y todos son ángeles. Algo así le ocurre al delegado de Patrimonio de la Diócesis de Burgos, Juan Álvarez Quevedo, que cuando le piden que seleccione los tres grandes hitos artísticos de Angeli, los acaba multiplicadas por cinco.
De la misma manera, cuando le apremian para que abrevie las explicaciones, acelere el ritmo y avance por los cinco Capítulos en los que se divide de la exposición que ha comisionado, da un paso para adelante y dos para atrás. Ni su sapiencia ni la singularidad de cada pieza le permite avanzar.
Pero al final, la vida es elegir. Entre el bien y el mal. Entre ángel y demonio. Y esta es -antes de que se arrepienta- la selección del comisario:
Virgen apocalíptica procddente del Valle de Losa. - Foto: Alberto Rodrigo
CAPÍTULO I: ¡ÁNGELES DEL SEÑOR, BENDECID AL SEÑOR!
1.- La Alegoría de la Inmaculada Concepción, un óleo sobre lienzo de grandes dimensiones que representa a una Virgen apocalíptica. Obra de Ambrosius Benson y colaboradores en el siglo XVI, procede de la iglesia parroquial de Santa María de San Vicente de Losa (Burgos).
Dos trabajadores colocan un arcángel del escultor Alejo de Vahía, procedente del Museo de Becerril de Campos (Palencia). - Foto: Alberto Rodrigo
CAPÍTULO II: LOS ÁNGELES LE SERVÍA
2.- El relieve de La Anunciación, del retablo de la Capilla de los Condestables, obra de Felipe Bigarny y Diego de Siloé.
San Mateo de Gil de Siloé, procedente del sepulcro de los padres de Isabel la Católica en la Cartuja de Miraflores. - Foto: Alberto Rodrigo3 y 4.- Anunciación y Nacimiento, dos óleos sobre tabla del taller de Fernando Gallego de la última década del siglo XV, con clara influencia flamenca. Ambos proceden de Toro (Zamora).
5.- Entre ellos se ubica espacialmente el Nacimiento de Jesús, de la iglesia parroquial de San Andrés de Presencio (Burgos). Obra del Maestro de Los Balbases en el siglo XVI.
CAPÍTULO III: SANTO, SANTO, SANTO ES EL SEÑOR
6.- El Ángel de la guarda de Aniano Stellato (siglo XVII), que se custodia en el Monasterio de San Blas de las Dominicas de Lerma. "Una obra extraordinariamente majestuosa que no se puede ver" más que en esta ocasión, porque nunca ha salido de su emplazamiento.
CAPÍTULO IV: ÁNGELES Y DEMONIOS
7, 8 y 9. Tres arcángeles esculpidos por Gregorio Fernández dan la bienvenida al visitante en el último estadio de la exposición antes de cambiar de templo. San Rafael con el pez, San Miguel con el escudo y San Gabriel con el dedo en alto para marcar el mensaje que trae a la Virgen.
10.- En la nave central de la Iglesia de San Pedro y con una espectacular iluminación que asemeja unas nubes se alza la que quizás sea la pieza que visualmente más impresiona al visitante. Un San Miguel realizado por Salvador Carmona en el siglo XVIII, extraído del retablo mayor de la Iglesia de Vergara (País Vasco). Arte barroco en estado puro, al demonio que pisa el arcángel no le falta detalle: orejas puntiagudas, uñas que más parecen garras y una cola animal. Habitualmente expuesto a más de 10 metros de altura, en Lerma se puede sentir y casi oler a este diablo.
11.- San Miguel Arcángel, del escultor Alejo de Vahía, procedente del museo de Becerril de Campos (Palencia).
12.- La potente y marcada musculatura en la rodilla izquierda y el brazo, sello del escultor Juan de Juni, define a este imponente San Miguel.
13.- Otro San Miguel, en este caso procedente de la iglesia de Santa María la Real de Sasamón y atribuido a Diego de Siloé.
CAPÍTULO V: LA JERUSALÉN CELESTE
14.- El culmen de la exposición llega con la contemplación de "la joya" de Angeli, una obra del Greco procedente del santuario de Nuestra Señora de la Caridad de Illescas, en Toledo. La coronación de la Virgen fue pintada a principios del siglo XVII. En el Monasterio de la Ascensión de Lerma ocupa un lugar prioritario y sobre ella se ha situado una instalación de Nei Alberti que representa "un ángel que asciende hacia nuestro destino, que es la Jerusalén".
15.- Una pequeña escultura de San Mateo, cincelada por Gil de Siloé, que forma parte del sepulcro de los padres de Isabel la Católica y que nunca hasta ahora había salido de su emplazamiento en la Cartuja de Miraflores.