Este guardián de las palabras castellanas viaja a Villafruela, el pueblo donde nació, menos de lo que le gustaría. Pero no por ello ha olvidado sus años de niñez, antes de marcharse a estudiar.
Por querencia y sentimiento, este estudioso de las palabras tiene una favorita entre las miles y miles de ellas que pueblan el Diccionario del Español Actual, del que es coautor con Manuel Seco y Olimpia Andrés. Y esa palabra no es otra que melguero, el gentilicio con el que se conoce a los nacidos en su pueblo natal, Villafruela. Otra palabra de la que presume es paciencia porque resume una de las virtudes imprescindibles para trabajar en un proyecto semejante.
Gabino Ramos, melguero pues, hace muchos años que dejó de ir físicamente a su pueblo a pasar los veranos, pero en su retina nunca han dejado de estar presentes los paisajes de su niñez, esos que por muchos años que pasen no se decoloran, ni los amigos de la cuadrilla, ni las reuniones familiares en torno a una boda de las de antaño que duraban una semana, ni simplemente, una foto junto a la casa donde pasó largas horas pensando hacia dónde encaminar su vida. ¡Y qué decir de esos paseos, andando o en bicicleta hasta Frades para beber el agua fresca de su fuente...! Todos esos fotogramas, algunos de ellos rescatados para este reportaje, son tesoros para este catedrático de Francés y refutado filólogo, a los que él seguro que añade una palabra a modo de recordatorio para que perviva por los tiempos de los tiempos.
No sé si Gabino imaginó alguna vez de niño cómo sería su futuro, cómo se ganaría la vida, qué proyectos engendraría, pero seguro que en el momento que pisó el seminario con 14 años -prácticamente la única salida que para un chico de pueblo había entonces para estudiar- se abrieron ante sus curiosos ojos y su despierta mente, un abanico de posibilidades que se fueron fraguando después con tesón y esfuerzo. Tras la etapa del seminario burgalés, en la que coincidió con otros jóvenes del pueblo (varios de ellos llegaron a tomar los hábitos), Gabino Ramos se traslada a Madrid a estudiar; unos años después también se instalaron aquí sus padres y el resto de hermanos, que eran 6. Recuerda que a partir de los 18 años y una vez en la capital del reino con la familia, dejó de venir los veranos al pueblo, o lo hacía de forma esporádica. Además, aprovechaba también para viajar al extranjero, Francia e Inglaterra, para aprender idiomas. De hecho, domina el francés y su vida profesional ha sido la de profesor del idioma galo, pero también el inglés y se defiende en alemán y ruso. Gabino procura alimentar a diario esos conocimientos y dedica todos los días un rato a ver las televisiones rusa, francesa y alemana, esta última ahora con más empeño.
Los padres de Gabino tenían carnicería y agricultura en el pueblo; como el resto de sus hermanos, ayudaba en casa, hasta cuidando los corderos, dice, y en el campo. Es difícil olvidar pues, los veranos, con la siega de las mies y la trilla en las eras. Tampoco se olvida de sus quintos y otros amigos y amigas de la cuadrilla, ni de las fiestas de San Antonio, entonces más bulliciosas que las de San Lorenzo en agosto porque este mes se estaba segando, ni de los almuerzo y meriendas en las bodegas... Recuerdos que están ahí, en un lugar recóndito de la memoria y que es difícil que en el día a día salgan a la luz, pero que se hacen muy presentes y cercanos cuando alguien nos los recuerda, como en este caso.
Pero como decíamos, todo esto quedó atrás cuando este melguero marchó a Madrid y empezó a orientar su vida. Tras el Bachillerato estudió Filosofía y Letras y, paralelamente, en la Escuela Central de Idiomas aprendió las lenguas mencionados. Siempre las letras, las palabras, su significado, sus posibilidades... Gabino dice que pensó dedicarse a la carrera diplomática. Sin embargo, cuando terminó los estudios de Francés, le dieron un título que habilitaba para la enseñanza y le ofrecieron un puesto en la propia escuela de idiomas. Aquí estuvo mientras se preparaba las oposiciones, llegando ser catedrático de instituto.
No tardó mucho en compaginar estas clases con su trabajo en la lexicografía, fruto del cual nació unas décadas después -más tiempo del inicialmente previsto, reconocieron en su presentación- el primer Diccionario del Español Actual, en común conManuel Seco y Olimpia Andrés. Esta primera publicación ha tenido descendencia, ya que en noviembre de 2011 se publicó una segunda edición;sin desánimo, siguen los tres amigos preparando una probable tercera edición, aunque Gabino no oculta lo difícil que se presenta su edición, ya que también a este sector ha llegado la crisis, por lo que es difícil aventurar cuando verá la luz. «Un diccionario, como obra de consulta que es, va dirigido a bibliotecas, universidades y colegios, fundamentalmente; a todos se les ha restringido el dinero que se les daba, por lo que tienen difícil adquirir estos libros, además de que las editoriales tienen una situación preocupante», concluye.