«¡Pero qué salero tiene la niña!». Esta frase quedó marcada en lo más profundo de su ser cuando apenas levantaba un metro de altura. Una jovencísima Sara Jiménez se acostumbró a escucharla entre el grupo de amigos de sus padres al derrochar arte por todos los poros de su piel con sus bailes, cánticos y actuaciones en el salón de su casa.
A día de hoy, la actriz es como se define a sí misma: Salada y rural. Nada de estrella por triunfar en la televisión, el cine y el teatro. Ni de niña prodigio por debutar con tan solo nueve años en el largometraje Maktub, de la mano de Paco Arango. Pero sí privilegiada por su vínculo con Briviesca, aquella en la que no nació ni nunca ha residido de continuo, pero de la que proviene. Aquella a la que se mantendrá unida de por vida por su familia materna, sus amigos y las fiestas de Nuestra Señora y San Roque.
Tampoco hay que rebobinar demasiado la película para caer en la primera escena que le delata como intérprete por su corta edad (20). Pero en estos once años de carrera profesional, la combinación de esfuerzo, tesón y pasión por actuar le ha llevado a encadenar un proyecto tras otro en una profesión que siempre baila al ritmo de la incertidumbre. Hablar con ella es hacerlo casi desde la cuna. A los siete años se inscribió en una agencia y realizó sus primeros cástines y a los dos meses ya le rodeaban los focos.
A partir de entonces, una montaña rusa de emociones -todas buenas- y guiones invadieron a la actriz. Ha participado de forma capitular en algunas series televisivas como El tiempo entre costuras, Estoy vivo, Cuéntame cómo pasó o Caronte. También puede presumir, aunque se niega a ello, de haber formado parte del selecto grupo de actrices de 'las chicas Almodóvar', y de haber trabajado bajo las órdenes de uno de los «grandes del cine español, el galardonado Pedro», del que guarda un cariño especial por todo lo que aprendió con él dentro del film Julieta.
Confiesa que no podría elegir ninguno de los tres ámbitos en los que mejor se desenvuelve, pero reconoce que el teatro es «pura magia. Sentir al público y vivir durante hora y media o dos horas la plena realidad del personaje y notar los nervios en directo me resulta incomparable con el cine o la televisión», declara. Como buena conocedora de su tierra, la joven se mantiene muy al tanto de todos los pasos que da la agrupación teatral briviescana, Teatro Virovesca, y asegura que está «más que dispuesta a colaborar de cualquier forma por su ciudad». Aclara que por el momento no hay nada en marcha pero que le encantaría «desarrollar algún proyecto relacionado con la interpretación. Todo es posible cuando se tienen ganas. Otro de mis sueños es dar el pregón de las fiestas de agosto», añade. Se involucró hasta el último día en la campaña de promoción de su ciudad en el concurso navideño de Ferrero Rocher y se ofrece como «voluntaria número uno en cooperar con su impulso».
En una época tan compleja para el teatro, Sara Jiménez da gracias de que no ha parado de trabajar. Tampoco de estudiar. El tiempo entre rodaje y rodaje a veces se alarga más de lo deseado y por ello compagina el estar detrás de las cámaras con su manejo. Desde hace tres años se forma en la carrera universitaria de Comunicación Audiovisual porque en «esta profesión nunca hay nada asegurado».
Con dos proyectos ya en el horno, se acaba de estrenar La edad de la ira, una de las nuevas series originales de Atresplayer Premium en la plataforma de streaming, y el 17 de marzo la función Nunca pasa nada, en el Teatro Luchana de Madrid, uno de los diamantes a tener en cuenta en la cultura cinematográfica de España se despide de DB con la dulzura que le caracteriza. De igual forma de sus allegados burebanos. «Abuela, pronto nos vemos en Briviesca. Que no falten las rosquillas».