Montserrat Iglesias, después de la publicación de algunos cuentos, una novela corta y trabajos de investigación, se estrena a lo grande en la ficción novelada con La marca del agua, cuya historia se desarrolla con Linares del Arroyo y La Vid como telón de fondo. Una obra que se ha encuadrado en género neorural, de manera casual y no buscada por la autora, en la que ha querido plasmar las vivencias de la generación de sus abuelos.
¿Cuál fue el germen de esta novela?
Está en mi familia. Toda mi familia paterna vivía desde hacía generaciones en Linares del Pantano y tuvieron que irse cuando construyeron el pantano, trasladándose a La Vid. Hubo gente que cobró las indemnizaciones y emigraron a cualquier otro lugar, eso está en mi ADN porque yo desde pequeña he oído hablar de Linares, he sentido la nostalgia de Linares, el desarraigo por los preliminares,... Mi padre, que salió de Linares con seis o siete años siempre dice que es segoviano, incluso yo, que he escrito desde que tengo uso de razón, cuando mi abuelo muere tenía 13 años y tres años después intenté escribir un cuento llamado El pantano pero me quedé paralizada y dejé de escribir, hasta los 41 que dije 'ahora o nunca'.
¿Qué es La Vid para usted, porque lo describe casi como un pueblo sin alma?
En la novela no se nombra La Vid, como tampoco Linares del Arroyo, le cambié de nombre, porque tenía que crear un espacio de ficción. Pero la idea de que el pueblo no tuviese nombre está desde el inicio, yo sabía que no lo iba a nombrar, primero porque en la época en la que se van todavía no tiene nombre definitivo, llegó un par de años después de que ellos estuviesen allí viviendo.
Y también porque es algo que no se puede nombrar con una palabra porque todavía no es nada, es algo que se ha plantado ahí en medio y llegan a un lugar sin pasado ni presente, solo puede tener futuro y poco, porque enseguida llegó la inmigración. Lo sentimos como propio, para los que ahora viven allí o los que vamos en verano es nuestro pueblo pero no es un pueblo como los de alrededor, le falta historia, su historia está en Linares, está bajo el agua, eso es lo que ellos sienten.
¿Cómo ha plasmado este ámbito rural tan particular?
Yo lo que tenía clarísimo es que tenía que dar voz a los que nunca habían hablado. Hay muy poca literatura sobre esto pero lo que hay es o bien de testigos o bien de hijos, los del presente cómo miran al pasado. Yo lo quería afrontar desde los propios protagonistas y esa ha sido la gran dificultad: El meterte dentro de la cabeza de un hombre de los años 50, con una voz de los años 50.
Creía que era de justicia que los que nunca han tenido voz aunque se haya hablado de ellos por una vez la tuvieran, aunque fuera de ficción, pero que lo contaran desde su punto de vista.
¿Y cómo se mete uno en esa personalidad?
Con muchísima dificultad. Primero con mucho trabajo de investigación, con un año y medio de esfuerzo para que saliera, de romper mucho y, cuando crees que no vas a poder, recurrir al lenguaje familiar porque como hablaba mi abuelo es como se ha habla en mi casa ahora. Es intentar limpiar el lenguaje de todas las capas de modernidad que pueda tener y quedarse con lo esencial.
¿Cree haber conseguido este efecto? Porque parece que no faltan palabras de halago hacia esta novela.
Por el momento, las personas que me han leído, y aprecio mucho a las personas que pertenecen al entorno rural, me han dicho que sí. Me llamó un señor de Maderuelo, que yo no conocía de nada absolutamente, y me decía que era como estar en aquel momento y dentro de mi casa hablando con mis abuelos.
Hasta el momento, el retorno que estoy teniendo es positivo.
¿Qué se van a encontrar los lectores que ya conozcan La Vid y su entorno cuando se sumerjan en esta novela?
Sumerjan, nunca mejor dicho. Creo que se van a encontrar como lectores una historia muy bien construida, con unos personajes profundos y una historia de ficción, que nadie espere ver exactamente lo que pasó porque no es así. Me hizo mucha gracia la llamada de una amiga del pueblo que me preguntaba que a qué familia le pasó lo que narra la novela; le tuve que aclarar que no le pasó a ninguna.
Lo que sí quiero que encuentren son los paisajes de la zona y, sobre todo, los sentimientos que causó todo aquello. Eso espero que sea lo real, lo verdadero, y que encuentren ese espíritu castellano de la zona y se reconozcan en él. Si logro eso, sería maravilloso.
¿Qué le costó más trabajo: dar forma a los paisajes y los personajes o crear la trama de ficción?
Para mí crear la trama tiene una cierta complejidad, son tres tiempos y hay que lograr una lectura fluida y entretenida, que no haya confusión. Es difícil pero es un tema de carpintería.
El problema es poner a caminar aquello, encontrar la voz y que suene todo verosímil y que implique al lector, encontrar el lenguaje. Fue lo que más me costó, lo más trabajoso.
¿Se considera una escritora de mapa o de brújula?
De mapa no, de guía Cepsa. Estaba todo milimetrado y cuando ya tenía todo, al escribir lo que hice fue adelgazarlo. Yo parto de una estructura muy amplia, con muchísimas más cosas, y en la escritura se queda lo esencial, se adelgaza para dejar lo pertinente y lo importante para la historia y su voz.
Pero lo más bonito de todo es que, por muy milimetrado que lo tengas, llega un momento en el que los personajes empiezan a caminar solos. A veces, Marcos me llevaba por sitios que no tenía previsto que fuera, reacciones, actos, escenas que no estaban planeadas pero el personaje te lleva, de alguna manera cobra vida propia. Eso te enfada, por un lado, porque lo tienes todo pensado, pero por otro es maravilloso porque tiene como una entidad paralela al propio autor.