La pandemia ha roto la vida social en la pequeña pedanía villarcayesa de Céspedes. Para mejores tiempos han quedado las comidas y meriendas en las que tantos días se reunían los vecinos alrededor de una mesa. En este escenario, a muchos apenas les queda la misa como lugar de encuentro o reunión. Pero tampoco ha podido celebrarse en las condiciones idóneas, porque desde hace justo un año, el bar del pueblo o su terraza, según la estación, hacen las veces de templo y algunos reconocen que no se han atrevido a participar de la Eucaristía en invierno, porque el espacio era poco y las distancias apenas se podían guardar.
En julio de 2020, una de las vigas principales del pórtico de entrada se resquebrajó por completo y desde entonces está sujeta con dos puntales. Para acceder a la parroquia de San Martín Obispo es imprescindible pasar por debajo de la zona más deteriorada de la viga, por lo que el sacerdote, Alejandro Ruiz, y la alcaldesa pedánea, Inmaculada Gonzalo, decidieron suspender el culto en el templo del siglo XVIII. A ello se suman ya desde hace años otros problemas en el tejado de la propia iglesia, donde las vigas resisten, pero la rotura de los cabríos que las enlazan ha ido generando hundimientos, movimientos del alero de piedra y goteras y filtraciones que meten la humedad al interior.
En Céspedes se celebra misa dos domingos de cada tres y un nutrido grupo de feligreses es fiel a la Eucarística. Prácticamente todos son nacidos en el pueblo y aunque muchos tienen su residencia habitual en Burgos, Vizcaya o Álava, siguen regresando a su localidad casi todos los fines de semana y siempre en vacaciones. La mayoría pisaron el espacio que ahora se ha convertido en lugar de culto provisional como escolares y aprendieron allí sus primeras letras. La antigua escuela luego trocó en casa de concejo, bar y club social, pero nunca hubieran imaginado que incluso sustituiría a la iglesia.
En broma, una vecina dice que mira «a la cafetera como si fuera San Martín», ya que está colocada justo en el centro del mostrador, al igual que el patrón que preside el retablo prechurrigueresco del templo. En Céspedes se lo toman con humor, pero también se han producido situaciones muy tristes este último año, cuando falleció una de las personas nacidas en el pueblo y no se pudo oficiar el funeral en esas condiciones. Su hermana recuerda que lo realizaron en Erandio (Vizcaya) y ya meses después, una misa la recordó. El sentimiento compartido por todos es el de poder volver a su iglesia y por ello esperan que la Diputación Provincial responda a la petición de ayuda económica que la pedanía y la parroquia acaban de realizar en la reciente convocatoria del ‘convenio de las goteras’ para cofinanciar los 28.200 euros que cuesta una primera fase de las obras.
El valor del culto. La iglesia ha sido testigo de sus bodas, del bautizo de sus hijos y de sus comuniones, de funerales... y está «llena de recuerdos». Cuando eran jóvenes el templo se abarrotaba. Ahora son menos, pero merecen un lugar de culto digno y como señala su alcaldesa, «no se trata solo del valor histórico y artístico, aquí se quiere conservar un valor intangible, el del culto, de las personas que acuden a la iglesia con fe y necesitan un entorno adecuado». Además, Inmaculada Gonzalo advierte que «el arreglo es absolutamente necesario porque, si no se repara el tejado, podría colapsar por completo en pocos años».