Raquel Neira apenas tenía unas semanas de vida cuando su padre, Nicolás, fue fusilado en Estépar. «Nací en agosto, el 16, y a él lo mataron el 9 de septiembre. Casi ni me vio», cuenta. Hoy, 83 años después, recibirá los restos de su progenitor, que será reinhumado en el cementerio municipal de San José junto a la que fue su esposa, Valeriana. «¡Quién se lo iba a decir a mi madre! Ella estuvo pendiente de mi padre muchos años y cuando oía algún ruido en casa pensaba que era él, luego ya se dio cuenta de que si no venía era porque lo habrían matado».
Nicolás Neira fue un activo sindicalista de la CNT y del movimiento libertario burgalés en los tiempos de la Segunda República Española. Mecánico de la Compañía (ferroviaria) del Norte, fue un hombre polifacético que, al margen de su acción política, se desenvolvía con soltura en otros campos como la forja, la fotografía o el dibujo, como muestran algunas de las creaciones que su familia aún conserva en su domicilio.
«Era muy buena persona y amigo de sus amigos, un hombre enérgico y muy buen charlador. Iba a muchos mítines y tenía fama de buen orador» evoca Raquel, que todo lo que narra sobre su padre se lo contó su madre, Valeriana, que «todos los días me hablaba de él, aunque fueran cosas repetidas», dice. Ella, sin embargo, apenas pudo conocerle. «Me llevaron a la cárcel para que me viera, pero yo era una niña casi recién nacida y estaba dormida». Nicolás Neira pasó unas cuantas veces por prisión, pero la última vez que salió lo hizo para no volver.
A diario, una persona cercana a la familia le llevaba la comida al penal hasta que el 9 de septiembre de 1936 «nos dijeron que le habían dado la libertad, pero si a su casa no volvía... ¿qué libertad le han dado?». A Valeriana y a las mujeres de otros presos «nunca» les dijeron la verdad, pero «supusieron que habían muerto en una ‘saca’», indica Raquel Neira. En el expediente carcelario de su padre consta que falleció por una angina de pecho, aunque su cuerpo nunca fue entregado a la familia. «¡Qué coño una angina de pecho, si tenía 25 años y era un hombre sano y fuerte!», expresa la ‘hija de la CNT’ como era conocida.
El año pasado, gracias a los trabajos de investigación y arqueológicos a cargo de la Coordinadora Provincial por la Recuperación de la Memoria Histórica de Burgos y la Sociedad de Ciencias Aranzadi , que incluían el análisis de una muestra de ADN de Raquel Neira, identificaron los restos de Nicolás entre los hallados en una de las fosas localizadas en el Monte de Estépar, en la que fue enterrado tras su asesinato junto a otras 26 personas más.
Hoy los recibirá su hija, aunque «después de tantos años tampoco me hace demasiada ilusión», dice. «A mi abuelo lo tengo perdido por ahí y a dos o tres primos también los mataron. Es algo a lo que te acostumbras, pero mi madre tardó, mantuvo la esperanza durante años».
De todos ellos, de su madre e incluso de ella misma cuando era pequeña guarda aún fotos en un pequeño baúl de su salón. También conserva las cartas que su padre le escribió a su madre desde el «cementerio de vivos» en el que fue encarcelado. En algunas describía, en claro tono irónico, las «habitaciones independientes» con «un amplio ventanal (0,30x0,40) por el que entra a raudales la luz solariega» del «hospitalario hotel» en el que pasó días encerrado hasta que fue asesinado.