Señoría

Antonio Pérez Henares
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El juez Marchena ha demostrado, al renunciar a presidir el Consejo General, que hubiera sido un magnífico presidente y un letrado independiente y cabal

Son bastantes quienes por representación o carrera, diputados nacionales y jueces, tienen derecho a ese trato, aunque vistos algunos comportamientos, por ejemplo el del tal Rufián, en absoluto lo merezcan. Pero hoy, estoy seguro que son multitud los ciudadanos españoles que piensan que, desde luego, alguien, aunque ya lo tuviera de antemano concedido, se ha hecho merecedor de ese trato. El magistrado Miguel Marchena. Su renuncia a presidir tanto el Tribunal Supremo como el Consejo General del Poder Judicial ha recuperado, al menos en mi caso, confianza en la Justicia y devuelto parte del prestigio que estaba perdiendo a borbotones en los últimos tiempos con tanto manoseo político, tanto mamoneo mediático y tanta cloaca desaguando.

Salíamos a roto por día y desgarrón por semana. Lo de las hipotecas y lo de Lesmes y su amigo de la sala Tercera supusieron un tiro ya no en el pie sino en las propias tripas. Y lo peor estaba por venir. Más allá, incluso, de la fórmula de elección para el CGPJ, cuestionable pero que es la que hoy existe, ha sido el vergonzoso mercachifleo, la obscenidad de los trueques y la impudicia de las filtraciones así como las cábalas de lo que el enjuague iba a suponer, incluida la composición de la sala Segunda, la de lo Penal del Supremo, que ha de juzgar el golpe separatistas del 1-O.

Miguel Marchena ha demostrado al renunciar, y precisamente por ello, que hubiera sido un magnífico presidente, un juez independiente y cabal que antepone esa condición por encima de cualquier otra consideración y ambición, que es bien legítima el querer llegar a lo más alto en su carrera. Lo ha hecho cuando la situación era insostenible en el plano de la dignidad y era retirarse la única salida, que destapaba aún más las miserias y torpezas en las que se han enfangado la ministra de Justicia, la compañera de chismes y copitas de Villarejo, autora, ¿cómo no?, de las filtraciones y cabildeos, el exministro Catalá, que se ha cubierto también de gloria y el botarate del portavoz en el Senado del PP Cosidó, que con sus wassaps ha sobrepasado los límites de la insensatez, más habiendo sido lo que fue en la Policía. En la olla podrida estaban PSOE, PP y Podemos, unidos jubilosamente al reparto para pillar cacho, ahora chamuscados y echándose las culpas los unos a los otros. Todos menos Ciudadanos que se ha salvado, con su actitud de no querer participar en el cambalache y es de justicia el reconocerlo.