Ya se van los pastores a la Extremadura.
Su primera vez. Tenía 12 años. Todo un mundo por descubrir, una tierra prometida de aventuras de la que su padre y otros mayores hablaban maravillas. Él no quería ver el mar, ni la ciudad, él quería conocer la Extremadura. Y allí partió, «por capricho», como un chiquillo con zapatos trashumantes nuevos, para disgusto de su madre. Volvió convencido de su destino. «El año 54 fue el primero que bajé todo el invierno y no lo he dejado hasta 2007», explica un hombre que hila la cuenta de la vida precisamente por inviernos. «Llevo 13 aquí», en Tolbaños de Arriba, donde nació el 28 de febrero de 1939.
Su calendario trashumante solo se interrumpió una vez, cuando tuvo que servir con el Ejército en Sidi Ifni. «19 meses a pulso, sin un permiso, eso era peor que las ovejas... No había más que tabaibas secas que pinchaban, ni agua. ¡Una sed! Hasta agua salada del mar he bebido yo», recuerda. «Me dijeron que si me reenganchaba y les puse 20 veces que no en el papel. ¡Anda que no teníamos ganas de venirnos para acá!», se ríe. Era telefonista, de ahí que ahora se maneje con habilidad con el móvil. Su estado de WhatsApp tiene más movimiento que un rebaño.
Ya se queda la sierra triste y oscura.
A Desiderio Serrano no le gusta madrugar. Vive con su hermano, «uña y mugre» desde pequeños «y ni una sola discusión, al contrario, discutir por ver quién se llevaba el trabajo más fuerte». Ahora es José quien se encarga de la comida y otras labores para poder seguir en el pueblo. «Sospecho que lo tendré que dejar cuando ya no nos valgamos nosotros. Tendremos que acudir a Burgos o a San Sebastián, donde tenemos la familia. Lo voy a sentir, porque estoy muy cómodo en el pueblo. Pero sé que aquí mis días es difícil que los pueda acabar» y aunque no se pone fecha le duele pensar en ese desenlace, el de la España Vacía, que en el pueblo siempre ha tenido un nombre. «Yo sufro mucho cuando veo que se cierra una casa, me pone malo». Eso es la despoblación, una casa cerrada, una cochera vacía, un pajar sin leña.
Ya se van los pastores hacia la majada
«He nacido entre ganado», explica orgulloso Desi, porque aunque trashumaban, «aquí siempre se quedaba alguna cabra». Hasta 3.000 ovejas merinas llegaron a tener los hermanos Serrano, cuya estirpe ganadera se remonta al menos a su bisabuelo Juan Blas, aproximadamente en 1880. «Pero sé que de antes ya se dedicaban al ramo, porque hemos encontrado un libro de cuentas de 1740, que he donado a la Diputación de Burgos, en el que los Serrano ya entregaban arrobas de lana», detalla con una memoria prodigiosa, si bien desvela que las luces cortas les empiezan a fallar.
El recuerdo y la mirada se le avivan cuando habla de esa primera inocente primavera en Extremadura. «Aquello era una gozada. Ver el ganado entre tantísima hierba y cantidad de pájaros de todo tipo: avutardas, sisones... y animalitos salvajes. Más que ir con las ovejas, era mi afán buscar esas curiosidades de la naturaleza», un paisaje que ahora ya no se asemeja al de su infancia. «Las fincas están todas cercadas, muy explotadas. Aquello era vivir la naturaleza muy pura. Sin cercados, sin carreteras. Se viajaba en burro y se dormía en el campo en chozos, unos mejores y otros peores».
ya se queda la sierra triste y callada.
Así era desde el primer domingo de Rosario hasta que volvían. Entonces sí que había «fiesta, fiesta todo el día», con ellos «bien vestidos y contentos», en todos los sentidos. «Borrachos no nos poníamos pero beber, bebíamos como cosacos», confiesa sin reparos cuando recuerda a uno de los muchos amigos que hizo Desiderio. «¡Vaya par de alicáncanos!», apostilla en idioma serrano.
Aunque el pastoreo de ovejas no parece una fiesta, «yo nunca me aburría. Me gustaba mucho leer, todo lo que caía en mis manos». Mantiene el hábito, estos días con una obra en la que sale como protagonista, Por los Caminos de la Lana de las sierras de Burgos y Soria, del quintanaro Pedro Gil Abad. En su cultivado habla se aprecia el poso, nada pretencioso, que han dejado todas esas horas entre libros y manuscritos. Y si no había letras, estaba la naturaleza. «Soy muy observador, me entretengo con cualquier cosita... Me encanta la vida que he llevado. No me arrepiento de nada», comenta satisfecho.
Al poco tiempo de llegar a Extremadura parían las ovejas y llegaba el trabajo más duro, ese en el que su hermano José era el mejor del mundo, ahijar a madres y crías. «Eso es un don», exclama con admiración sincera, porque a su hermano -el tímido y callado de los dos- le estará eternamente agradecido de haberse quedado junto a él por ayudar, pese a sacar plaza de policía en San Sebastián.
«Epifanio era otro que se las conocía todas», apunta en referencia a un buen pastor y mejor amigo de Neila. Un día de tormenta, de esos que la sierra parecía abrirse bajo sus pies, vio caer un rayo y echó a correr hacia Canticao, porque pensó que le había partido en dos. Su colega imaginó lo mismo y el abrazo cuando se encontraron aún le estremece.
Ya se van los pastores, ya se van marchando.
Tanto trashumar, Desiderio se acabó marchando incluso a la otra vida. Y ha vuelto. Un viaje del que no recuerda nada y que apenas duró 5 minutos, cuando despertaba de la anestesia de una operación de cadera el pasado 19 de septiembre. «Lograron volverme», resume. Tras el infarto no ha cogido miedo y aunque sí medita «las cosas más», se siente si cabe «más optimista».
más de cuatro zagalas quedan llorando.
Muchas lágrimas han derramado las mozas por los hermanos Serrano. «Más en Extremadura, pero donde quiera que hemos estado hemos tenido ocasiones. Hemos estado los dos bien a punto de caer», confiesa con sonrisa pícara. Sin embargo, su estado en Facebook sigue siendo soltero. «¡Esa ha sido nuestra suerte! Se lo digo sinceramente, si se hubieran metido por medio, hubiéramos partido las peras escapados», exclama, no por las mujeres, sino por la vida misma. No fueron las faldas, sino la PAC, lo que estuvo a punto de perderles.«¡Ese fue nuestro pecado!», intentar abarcar tanto. «Nos interesaba más tener número de ovejas para cobrar que no corderos» pero tuvieron que dar marcha atrás. «Era mucho barullo», explica, también con una franca sonrisa, este fracaso.