Ya ni siquiera queda el antiguo prestigio de la ruina, el brillo opacado que destila siempre la decadencia. Si hace unos pocos años la mayor parte de las estaciones y apeaderos del Directo a su paso por la provincia presentaban un aspecto fantasmal -edificios casi derruidos, desventrados, abandonados al olvido y la intemperie, estigmatizados por el vandalismo-, hoy constituye casi un imposible dar con las huellas o el rastro de donde un día se levantaron: Adif ha ido decretando su exterminio, su desaparición. Como fósiles de un tiempo remoto, apenas unas pocas estaciones aún se yerguen solitarias, devoradas por la maleza, osamentas de piedra si un tiempo fuerte, hoy desmoronadas. Un canto a la infamia. Nutritivo alimento para el olvido.
Al histórico escarnio que para esta tierra significa el inveterado desprecio institucional por la línea del Directo Madrid-Burgos (infraestructura otrora orgullosa, bandera de prosperidad) se suma la desoladora imagen que ofrecen las pocas estaciones que de ella quedan en pie. A diferencia de lo que sucede con otra malhadada línea, la del Santander-Mediterráneo, en la que algunas de estas edificaciones han sido reconvertidas para ofrecer nuevos usos o han sido alquiladas a particulares que las mantienen en perfecto estado, las terminales del Directo son el paradigma del olvido y la indecencia. Su vergonzoso aspecto constituye la mejor metáfora del desdén que los sucesivos responsables políticos han tenido para con ella mientras le hacían los ojos a otras, aunque con ellas se tuviera que dar un rodeo de aúpa.
De la estación de Villagonzalo Pedernales (abierta el cielo y al aire, fantasmal) a la de Fuentelcésped-Santa Cruz de la Salceda, la última que se ubica en territorio burgalés, y sólo exceptuando la de Aranda de Duero, las que aún permanecen son construcciones ruinosas, abandonadas, maltratados por el vandalismo y la inclemencia letal del tiempo.
No siendo arquitectónicamente tan bellas como las del S-M, las terminales de esta línea destacan por su volumen. Son edificaciones grandes, con dos pisos, de aspecto acastillado, pensadas para que en ellas hubiera trabajadores residentes. Son elocuentes las chimeneas que pueden verse en su interior y exterior; la cocina, los servicios y, arriba, espaciosas habitaciones.
Todas las estaciones languidecen destripada, violadas por las pintadas y los destrozos. Son visibles los restos de fogatas y de botellones, elementos que revelan su uso actual, un verdadero peligro para quienes se hacen allí fuertes cuando es de noche. Las escaleras, comidas y sin barandilla, no auguran nada bueno. Tampoco otros elementos de su interior, que parecen a punto de desprenderse. En el apeadero de Sarracín apenas queda nada ya. Lo mismo sucede en Cogollos.
De la que se ubicaba entre Villamayor de los Montes y Madrigalejo del Monte y que era otro monumento a la infamia, nada queda. Sólo una topera. La de Lerma, pura ruina también, se halla tapiada y, por tanto, a salvo de los bárbaros. Conserva, pese a su evidente deterioro, el halo de haber sido una de las paradas importantes del Directo. Pero sólo eso. Luce abatida y decrépita, como si perteneciera a un lugar remoto y deshabitado. De la terminal de Cilleruelo de Abajo-Fontioso no queda casi nada, si acaso un suele ajedrezado que una vez, se diría que hace siglos, pisó algún pasajero. En Gumiel de Izán, más de lo mismo: cuesta encontrar un resto que recuerda que una vez hubo allí una estación de ferrocarril.