El milagro de San Gil

B.G.R. / Burgos
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Comerciantes, hosteleros, vecinos y el cura relatan el resurgir de una calle que ha pasado de considerarse un punto negro a destacar como entorno de especial interés. En un año han abierto tres negocios

De i. a d., Antonio Arrabal, Laura Cubillo, Quique Ybáñez, José Luis González, David Ruiz, Alfonso Barajas, Hugo de León y Antonio Luque. - Foto: Luis López Araico

Una mirada hacia un pasado no tan lejano sitúa la calle San Gil como un punto negro del casco histórico. Las persianas de los comercios existentes se fueron bajando de forma progresiva, con la única excepción de la peluquería, al tiempo que se acrecentaba su deterioro. Sin embargo, ese espacio abandonado ha sufrido una continua transformación hasta que en la actualidad se ha convertido en un punto de tránsito continuo, ya sea de camiones de reparto, burgaleses o turistas que al llegar a la ciudad descubren sorprendidos su especial encanto.

Este breve resumen lo realizan quienes conocen bien la zona. Veteranos y nuevos hosteleros, comerciantes y vecinos que han contemplado de primera mano un resurgir al que han intentado contribuir con el mayor de los empeños. Mención aparte merecen los anteriores responsables de la parroquia del mismo nombre, así como el nuevo, cuyos esfuerzos han permitido recuperar el entorno de una iglesia de gran valor.

Uno de los residentes más veteranos es José Luis González, del Bar Pozanos, quien relata el estado de la vía cuando llegó hace más de una década. «Se podía pasar con el coche y aparcar a ambos lados de la calle, cuyo pavimento era de piedra», afirma, recordando en este punto la existencia de una variada oferta comercial (ultramarinos o la chatarrería Foro), pero sin dejar de hacer referencia a la «conflictividad» existente en los años 80 y 90 contra la que «hubo que luchar».

A lo largo de la historia de esta calle existen varias fechas relevantes. En  2007 culminó la restauración del Arco, mientras que en 2010 se inauguró su peatonalización. No obstante y tres años más tarde, los propios vecinos del casco histórico reivindicaban más mejoras y la Junta de Castilla y León proponía a la Diócesis burgalesa que fueran los feligreses de San Gil los que realizaran aportaciones para llevar a cabo la segunda fase de la rehabilitación de la iglesia gótica.

La adecuación exterior del templo culminó en junio de 2016 y el año siguiente comenzaron las obras en el pavimento. En 2018 se terminó la rampa de acceso y cuatro años más tarde la adecuación de las escaleras. Entre tanto, se sucedían los desprendimientos de fachadas de los edificios existentes, que han ido adecentándose hasta que en este momento solo queda uno en el que se actuará en breve. 

Uno de los mayores cambios vividos en este tiempo fue el derribo, en 2017 de los números 6, 8 y 10, reconvertidos en viviendas nuevas y apartamentos turísticos. Laura Cubillo, de Trazas y Construcciones, empresa que impulsó la rehabilitación de estos inmuebles y posterior explotación a través de HomeSanGil, rememora unos inicios que partieron del flechazo hacia un espacio «maravilloso» y la incomprensión de verlo convertido en «decadente». «Tuvimos claro el respeto al entorno», precisa.

David Ruiz, de la floristería Cultura de Flor, fue uno de los primeros comerciantes en aterrizar en la calle procedente de la cercana Avellanos. Lo hizo en 2018 enamorado de un local con jardín interior, aunque dentro de una calle «en la que veía todo cerrado», además del «gran agujero» que ocasionó el derribo de dichos edificios con el que se topaba cada vez que levantaba la persiana de su tienda. Hasta que llegó un nuevo vecino y «se hizo la luz» con la apertura de la Bodeguilla de Arrabal en el número 11.

Una oportunidad. «La zona tenía muchas posibilidades al estar cerca de la calle Avellanos y existir un flujo de personas con un perfil muy diferente al de nuestra clientela habitual», explica el chef Antonio Arrabal. Lo consideró como una «oportunidad», aunque no todo resultaba favorable. Al respecto y coincidiendo con el resto de compañeros, hace referencia al botellón que había en el entorno y que  ha desaparecido en su totalidad. Ahora, el flujo de clientes es continuo en una vía «para disfrutar», en la que el vermú después de misa ya es una práctica habitual y en cuyo resurgir asegura que «ha ayudado mucho la apertura de negocios».

Si alguien sabe de esa remontada es Quique Ybáñez, vicario, nuevo párroco y antiguo catequista de San Gil, quien recuerda que el templo está considerado como la «segunda Catedral de Burgos». Un «tesoro escondido bajo una fachada sencilla» que ha visto cómo se ha incrementado de forma notable el número de visitas; de las 14.000 recibidas en 2019 a las 22.000 contabilizadas en lo que lleva transcurrido 2023, así como de feligreses. «Hemos pasado de tener 50 niños en catequesis a 140», subraya, no sin antes elogiar una ubicación con la que se entiende el «contexto histórico de la burguesía» y para la que exige una mejor señalización.

Se consideran, junto al vecindario, una «gran familia», entre la que también se encuentra Alfonso Barajas, quien procedente de Madrid se aventuró a comprar dos apartamentos en la calle Hospital de los Ciegos en un momento en el que no se imaginaba la transformación que podía sufrir la zona, donde, precisamente, ahora gestiona la Pensión Boutique Doña Urraca.

Empresarios veteranos que dan la bienvenida a emprendedores como Antonio Luque, que hace un año puso en marcha un negocio de 'chuches' para mascotas (Kidogo Snack) al que acuden clientes de otras partes de la ciudad. «Me sorprende cómo ha espabilado la zona», sostiene en referencia a otros dos nuevos inquilinos. Uno es Hugo de León, que acaba de abrir una bocatería, orientada al horario nocturno, donde antiguamente funcionaba un estanco con la ilusión de trabajar por cuenta propia. 

Vecino además del barrio, valora el cambio vivido en este entorno y recuerda como si fuera un hito (con el asentimiento del resto) el momento en que se retiró un contenedor de materia orgánica ubicado en el centro de la plaza en el que se acumulaba fuera la basura día sí y día también. Todos ellos esperan la llegada del sumiller Diego González, quien levantará la persiana de otro de los locales vacíos a finales de diciembre con el negocio Tiempos Líquidos, donde «poder viajar a través de una copa de vino, comprar el clásico de picoteo, ir a una cata o asistir a la presentación de una bodega», según detalla.

La complicidad que desprenden se traslada a la realidad a través de la organización de actividades que ya planean de cara a próximas fechas señaladas. Han solicitado al Ayuntamiento permiso para la instalación de una iluminación «especial» en Navidad en consonancia con lo que alguno define como una «plaza típica italiana», además de organizar actuaciones de corales en las escalinatas de la iglesia. No por ello se olvidan de las reivindicaciones, una de las cuales pasa por «rematar» ese espacio central y prestar más atención a su adecuado mantenimiento.