"Aunque estés limitado, salir de prisión ya es un alivio"

F.L.D. / Burgos
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Pedro, que acaba de cumplir una pena de año y medio por violencia de género, pasó parte de la condena en su casa

Uno de cada diez presos de Burgos cumple el final de su condena en casa. - Foto: Luis López Araico

Meses después de haber cumplido con la justicia, Pedro reconoce que durante mucho tiempo se «tomó a broma» una medida cautelar impuesta por el juez. Le prohibieron acercarse a su expareja por violencia de género, pero no hizo caso. De nada le sirvió alegar que la víctima estaba de acuerdo, porque el delito era el mismo. Una infracción que le valió una condena de año y medio. En la trena su comportamiento fue muy bueno, lo que le granjeó la posibilidad de terminar la pena en su casa. Aquel momento, reconoce, fue un «alivio».  

En realidad los primeros soplos de libertad le pegaron en la cara con los  permisos penitenciarios, pero nada podía compararse con la posibilidad de dormir en su casa. «Ya no tenía horarios férreos como en el tercer grado. Estás condicionado a la pulsera, pero puedes hacer más o menos una vida normal», cuenta Pedro. Su caso fue peculiar, pues su profesión le impedía mantenerse en casa en el tiempo estipulado de encierro, así que tuvo que buscarse un empleo a turnos. «Es verdad que te ponen muchas facilidades para que no te impida seguir tu vida laboral y personal», reconoce. 

Aunque la gente no se fije sabes que llevas la pulsera y recuerda que aún no has cumplido» 

Pedro debía pasar, como mínimo, nueve horas en casa, que es el tiempo en el que estaba funcionando la pulsera. El resto del día podía volver a sus rutinas. Pero para llegar a este punto tuvo que tener un comportamiento ejemplar en la cárcel. «Ellos valoran tanto tu trayectoria como tu personalidad en ese momento. También me sometí un programa de violencia de género que me hizo tomarme la cuestión muy en serio. En realidad, ya sólo el hecho de entrar ya me cambió», confiesa. Desde luego, la progresión la tuvieron en cuenta, porque le concedieron el beneficio. «Si ven que no has cambiado y que eres un riesgo, no te dejan salir», subraya.

Estar en casa era una liberación, cuenta, pero la pulsera le recordaba que tenía cuentas pendientes. «Era verano y al ir con pantalón corto se veía mucho. Es verdad que la gente no solía fijarse, pero tú sabes que la llevas», dice. También los horarios le devolvían a su realidad penal, pues a veces estaba tomando algo con los amigos y tenía que regresar corriendo porque el tiempo se le echaba encima. «Tenía la experiencia previa y sabía que no podía tomarlo esta vez a broma», concluye.