Es un clásico del enconadísimo debate social sobre la inmigración. Quienes se muestran abiertamente partidarios de una regularización extraordinaria de personas que se encuentran en España sin documentación reglada o desvinculan la delincuencia con quienes vienen a este país a buscarse la vida porque los datos así lo dicen o que, simplemente, exigen el respeto de sus derechos humanos, suelen toparse bastante a menudo con una respuesta airada, poco reflexiva y, por lo tanto, muy emocional: «¡Si tanto te gustan, llévatelos a tu casa!». Pues esto es lo que han hecho durante unos meses una familia burgalesa y una comunidad parroquial, con quienes han estado conviviendo un matrimonio venezolano solicitante de asilo y unos jóvenes africanos, respectivamente, en el contexto de un programa piloto puesto en marcha por varias instituciones de la Iglesia Católica en Burgos (Pastoral para las Migraciones, Cáritas, Atalaya Intercultural y la Casa de Acogida de San Vicente de Paúl) y que ahora se va a desarrollar más ampliamente dados sus buenos resultados y gracias a una financiación de 33.600 euros por parte de Cáritas Española.
El punto de partida, explica José Luis Lastra, responsable de la Pastoral para las Migraciones, es el acuerdo que tomó la Asamblea Diocesana de 2022 y que se incluyó dentro del capítulo dedicado a la «participación social y política al servicio de la fraternidad universal». Desde la archidiócesis se animaba a «coordinar a familias, comunidades y parroquias para que ofrezcan acogida temporal a personas migrantes y refugiadas que necesitan ser acompañadas en su proceso de protección e integración». También el Plan Pastoral Diocesano, que tiene su arco de acción entre 2023 y 2027, pide que se promueva «la colaboración de familias y comunidades en la acogida y acompañamiento a migrantes llegados recientemente y a personas con dificultades para encontrar vivienda».
Todo, pues, empujaba a la Iglesia Católica burgalesa a poner en marcha su acción 'Familias, comunidades y parroquias acogedoras'. Lastra destaca que es la primera diócesis en España que ha implementado esta iniciativa y pone el foco, además, en las palabras del papa Francisco de 2018, cuando propuso cuatro acciones en relación con las personas migrantes: acoger, proteger, promover e integrar, e hizo una llamada a los religiosos para que pusieran a disposición sus casas vacías, algo que en Burgos ya llevan tiempo haciendo varias órdenes como los salesianos o los jesuitas, que alojan en su propia comunidad a dos migrantes y a otros 16 en una pequeña residencia de su propiedad.
Mohammed y Musa preparan un café en la cocina de la casa que comparten. - Foto: ValdivielsoCon todos estos mimbres y la intención de promover una «cultura de la hospitalidad», en abril comenzaron las dos experiencias piloto: un matrimonio venezolano acogido por otro burgalés y tres jóvenes africanos que viven en la comunidad parroquial de San Juan de Ortega junto al sacerdote Javier García Cadiñanos, y el resultado, comenta la delegada de Migraciones, Hilda Vizarro, «ha sido muy positivo».
En el primer caso, después de un tiempo en el que la pareja consiguió regularizar su situación y encontrar empleo, se ha independizado, pero quienes viven en un piso de la parroquia San Juan de Ortega, continúan su proceso, mientras aprenden español y se forman a través de cursos.
Para dar los primeros pasos, en la diócesis se han dejado aconsejar por la Fundación Ellacuría, que lleva muchos años haciendo algo similar en el País Vasco con su programa Hogares Acogedores, y se optó a una subvención de Cáritas Española que va a permitir la contratación de una trabajadora social que se ocupe de la gestión de la iniciativa. El perfil de las personas que pueden ser acogidas tienen que corresponder con alguien que ha iniciado ya un proceso de incorporación social y que sea conocida de las entidades implicadas -Cáritas, Atalaya Intercultural y la Casa de Acogida de San Vicente de Paúl- y, algo fundamental: que no haya podido regularizar su situación administrativa en España.
Podrán acoger familias que puedan y quieran ofrecer su casa y no que dejen un piso vacío a un inmigrante, puntualiza José Luis Lastra, «porque el objetivo es que haya una convivencia entre las dos partes y que se establezca un vínculo diario». Se puede hacer de forma permanente o los fines de semana, vacaciones o momentos puntuales en los que se necesite una vivienda. En cuanto a las comunidades religiosas o parroquias de acogida, la clave sigue siendo el acompañamiento y las modalidades son varias: se podrá integrar a la persona en la propia comunidad o en la casa parroquial para que conviva con los miembros de la misma o se podrá ofrecer una vivienda de la que disponga sin convivencia «pero sí con un grupo dispuesto a encargarse de acompañar a los acogidos», que es la opción que ha hecho la parroquia de San Juan de Ortega, en el barrio de San Cristóbal.
Parte de este grupo lo conforman Rosalía Santos y Elisa Vicario, que con otros cuatro compañeros ejercen de 'enlace' con Cáritas y fueron las que acogieron y guiaron a Mohammed Berrabah, Musa Bojang y Mohamed Amssayet en los primeros pasos de su vida en un piso con el que cuenta la parroquia. «Les ayudamos a instalarse y les trajimos algunas cosas que les hacían falta, como ropa de cama, y hemos echado una mano para que se integren en las actividades comunitarias. La verdad es que lo han puesto muy fácil, la gente ya les conoce e incluso les saludan en el autobús. Empiezan a ser unos vecinos más», explican estas voluntarias, que le quitan toda importancia a lo que están haciendo: «Somos una comunidad cristiana y lo que hacemos es el proyecto de Jesús, que es inclusivo y que no distingue a quien sufre por el color de su piel o por su origen». Así, los dos Mohamed y Musa han participado en convivencias, en cenas y comidas y en partidos de fútbol con familias de la parroquia y con los jóvenes frailes de Verbum Spei, una orden religiosa creada en México en 2012 que se ha asentado recientemente con ocho seminaristas en el antiguo convento de las Calatravas, que está en el barrio.
«La fraternidad es posible». De la misma opinión, de que el mensaje de Jesús no entiende de papeles ni de color de piel, es el cura, Javier García Cadiñanos, que asegura que la inmigración es «una grandísima experiencia» y que el mensaje que quieren dar con el acogimiento es que «la fraternidad es posible desde la convivencia y el diálogo»: «El único problema de la inmigración es problematizarla y no ver por dónde va el futuro, que es por la convivencia entre distintas identidades».
En su caso, es algo que tienen superadísimo. La casa que ocupan ahora fue anteriormente la vivienda de un sacerdote y en ella había símbolos católicos, como un crucifijo. Cuando García Cadiñanos les comentó a los tres -musulmanes practicantes- que se sintieran libres de retirarlos si así lo deseaban, ninguno de ellos lo hizo. «Para mí no es ningún problema -señala el marroquí Mohammed Berrabah, que es el que mejor se desenvuelve en español- yo he venido aquí a trabajar y a mejorar mi vida y estoy muy agradecido por esta generosidad que están teniendo conmigo», cuenta este chico de 29 años que conoce bien desde que llegó a Europa lo que es vivir en la calle y tener trabajos muy precarios.
El día que tiene lugar esta entrevista ha echado unas horas de forma puntual en una obra porque está a cualquier cosa que salta y es polifacético: ha hecho un curso de hostelería y, como señala el cura, «es un magnífico albañil». Su compañero Mohamed Amssayet no puede participar de la charla porque también por un día ha podido ganar unos euros sustituyendo a un conocido que cuida de un señor mayor. El resto de sus jornadas se van fundamentalmente en aprender el idioma, lo que hacen en Atalaya Intercultural y en Burgos Acoge, para obtener la soltura necesaria con la que poder encontrar un empleo.
A Musa Bojang, de 45 años -es el más mayor de los tres- aún le cuesta mucho. En un spanglish con muy buenas intenciones y Berrabah haciéndole de intérprete cuenta su historia. Es de Gambia, país en el que trabajaba en la pesca hasta que enviudó y se quedó a cargo de sus tres niños. Pensó que para el mejor futuro de la familia debía emigrar y así lo hizo, dejando a las criaturas al cuidado de su madre y hermana y recortando como pudo la distancia, primero hasta Senegal, más tarde hasta Mali y de allí a Marruecos donde, con mucho esfuerzo, se hizo un hueco en una patera, llegó a Canarias. De allí a Almería y después a Burgos, donde dice que le gustaría quedarse y traerse a su familia. A pesar de todo el estrés que tiene -según perciben las voluntarias- siempre está de buen humor, es optimista y «todo está bien» es el lema con el que encara la vida.