Si cualquier crimen es execrable, el que se comete contra un niño constituye la más profunda de las aberraciones. La conmoción que vive este país tras el asesinato en la localidad toledana de Mocejón de un criatura de 11 años ha devuelto a la memoria las muertes violentas que, en Burgos, se perpetraron contra menores. Rescatamos aquí los casos más sonados.
2004 | El niño del triple crimen
El salvaje asesinato de tres miembros de una misma familia en su piso de la calle Jesús María Ordoño de la capital burgalesa en la madrugada del 6 de junio de 2004 es uno de los casos de la crónica negra de esta tierra que más ríos de tinta ha generado. No es para menos: la violenta muerte de Salvador Barrio, su mujer Julia Dos Ramos, y el hijo pequeño del matrimonio, Álvaro, de 12 años de edad, sigue sin resolverse tras no pocas y rocambolescas investigaciones, giros, detenciones, acusaciones, pesquisas y un largo etcétera de cuestiones que, veinte años después, no han dado el fruto esperado. Lo que se sabe a ciencia cierta es que aquel infausto día, alguien se coló en el piso de esta familia, del que se hallaba ausente el hijo mayor, Rodrigo, que entonces contaba con 17 años.
Portal de la vivienda de la calle Jesús María Ordoño donde se cometió un triple crimen en 2004. / Jesús J. Matías
Ese alguien -una sombra, una incógnita- accedió sin problema a la vivienda de los Barrio. Silente y nada dubitativo, se deslizó en el dormitorio del matrimonio y apuñaló violentamente al cabeza de familia; su mujer, presa del pánico, apenas pudo ahogar un grito para después ser pasada por el frío metal del asesino. Al oír los gritos, el pequeño se despertó y, en un acto que revela pánico y sentido de supervivencia, echó el pestillo de la puerta de su habitación y se escondió bajo la cama. Ambas medidas resultaron inútiles: el criminal tiró abajo la puerta de una fuerte patada (aquello sirvió para determinar el número de pie, marca y modelo de la zapatilla) y, tras encontrar al muchacho, lo arrastró hasta el pasillo, donde le rebanó el cuello y le asestó hasta 32 puñadas, algunas postmortem.
Salvador, aunque herido de muerte, trató de buscar ayuda reptando a duras penas por el suelo; pero el criminal lo halló en la cocina, donde concluyó su trabajo, una oda al ensañamiento, una orgía de sangre de película gore: el padre de familia recibió medio centenar de cuchilladas. Antes de abandonar el hogar de los Barrio, del que no se llevó nada, se cambió de ropa y de calzado. No dejó rastro alguno excepto la huella, de entre el 42 y el 46, que hasta la fecha sólo ha traído confusión. Meses más tarde, Rodrigo, el primogénito del matrimonio, que la noche de autos se encontraba, según su testimonio, en el internado en el que estudiaba en la localidad ribereña de La Aguilera, fue detenido como presunto autor material de la muerte de su familia. Según aquella investigación, aunque cenó en La Aguilera, consiguió escapar, llegar a Burgos y ajusticiar a los suyos. Pero no se pudo confirmar la teoría con pruebas. En 2010 fue archivada la causa contra él en contra de una parte de la familia (la de Julia Dos Ramos) que siempre creyó que había pruebas suficientes para inculpar al hijo mayor.
Tiempo después, todos los focos recayeron sobre Ángel Ruiz 'Angelito', un vecino del pueblo de Salvador -La Parte de Bureba-, con quien éste había tenido más de un encontronazo (realizó, además, unas pintadas ofensivas en el cementerio del pueblo contra Salvador una vez consumado el triple crimen) y que se encuentra en prisión por el asesinato de otra vecina del pueblo y por la desaparición de un hombre de nacionalidad búlgara. Pero ni la Fiscalía ni el juzgado hallaron durante 10 años ninguna evidencia que pudiera incriminarlo.
1991 | ¿Quién mató a Laura?
Más de treinta años después, todo siguen siendo enigmas en torno al caso de la desaparición y muerte de Laura Domingo, una niña de seis años vecina del barrio de Capiscol a quien en la tarde del 8 de abril de 1991 alguien se llevó mientras jugaba en la calle, muy cerca del portal de su casa. Su cadáver fue encontrado veinte días después en un paraje conocido como 'La Majada', a orillas del Arlanzón, en San Medel. En el mismo punto en el que apareció siempre hay una cruz y una foto que recuerdan a la niña de rostro angelical por la que la sociedad burgalesa se movilizó durante días como nunca antes lo había hecho. Porque Laura sigue muy presente en la memoria de los burgaleses. Fue -es- un caso que estuvo lleno de misterios, errores policiales, pérdida de pruebas...Un desastre, un despropósito (según afirmaría varias veces el abogado de la familia de la criatura) una auténtica chapuza que quizás explique que nunca nadie ha pagado por ello. Y aunque el caso no prescribirá hasta el año 2029, nadie cree que vaya a conocerse nunca la verdad.
En el paraje cercano a San Medel en el que apareció el cadáver de Laura Domingo siempre ha habido cruces y fotografías que la recuerdan. / Jesús J. Matías
Lo único cierto es que, según testigos presenciales, testigos un hombre de mediana edad al que la pequeña parecía conocer, se la llevó de la mano aquella tarde. Nadie supo nada más de ella hasta veinte días después, cuando su cuerpo sin vida fue hallado. El modo en que se encontró el cuerpo -por su colocación (no fue arrojado, sino depositado), por el estado de la ropa (como recién lavada y planchada) y por el aspecto que presentaba (sin huella alguna de sufrimiento, sin marcas, como si la niña hubiese sido perfectamente alimentada hasta el final- chocó a los investigadores. Y cuando el análisis forense reveló que la cría había muerto por asfixia pero que no había sido objeto de violencia alguna, los desorientó por completo. Dado que nadie había solicitado dinero a cambio de la vida de la niña, el caso era absolutamente insólito: no había móvil. Y en el decálogo de un crimen siempre hay un motivo.
Sin pistas, sin móvil, se pensó en un perturbado; sin embargo, los padres de Laura Domingo insistían una y otra vez en que la niña jamás se hubiese ido dócilmente con un desconocido. La investigación no se centró en un principio en el entorno próximo de la familia, lo que hubiese sido lógico. Pero ninguna persona del entorno familiar fue investigada. Muchos años después se admitió que fue un error. La instrucción fue un desastre; y la custodia de las pruebas, otro. Uno de los letrados implicados en la causa siempre ha señalado que se perdieron algunas en el traslado deun juzgado a otro, y que desaparecieron varios elementos esenciales por la propia acción de las pruebas de ADN, cuya aplicación no era entonces tan eficaz como hoy.
Tras años de averiguaciones estériles y palos de ciego, uno de los principales investigadores dio un giro radical al caso. Ya que el procedimiento deductivo no había llegado a puerto alguno, propuso el inductivo. Como no había móvil, la idea de un maníaco cobró fuerza. Y a manos de los investigadores llegó una lista de personas con problemas mentales. De entre estas, una encajaba: un tipo de carácter introvertido y comportamientos extraños cuya familia poseía un chalet en San Medel. Y todo se precipitó. En 1999, esta persona, un varón de 30 años, fue detenido. Se pretendió, a partir de ahí, encontrar las pruebas que lo incriminaran. Fue algo más que un paso en falso: no se halló prueba alguna en la casa relacionada con la niña. Y el detenido tenía una coartada perfecta: cuando la niña desapareció, él se hallaba fuera de Burgos, en un establecimiento hotelero de Levante, por lo que fue puesto en libertad sin cargos, siendo exculpado por la Audiencia Nacional veinte meses después de su detención. A una familia destrozada, la de la niña, se sumó otra, la de este hombre, a quien se condenó socialmente. Un daño terrible, irreparable.
Tras el tremendo desatino policial todo fue silencio, hasta que en 2006 se reabrió el caso con otro giro en la investigación. Entonces, quince años después, ésta se centró en el entorno familiar y cercano. Hubo interrogatorios a personas por las que nunca se habían interesado los investigadores. Así, un tío materno de la niña realizó una exposición en algunos puntos delirante pero, de alguna manera, dotada de cierto sentido. Al menos así lo sintieron quienes tuvieron acceso al testimonio, caso de uno de los abogados personados en la causa. El testimonio podía sonar inverosímil y, sin embargo, parecía hacer encajar las piezas. El acta de la declaración recoge la tesis deslizada por el interrogado: elucubró que quien se llevó a la niña pudo ser la que entonces era su pareja sentimental, una tal Charo, quien según él se llevaba muy bien con Laura; y que tal vez la muerte de la pequeña se debió a un hecho accidental porque no le encajaba que la mujer pudiera causarle deliberadamente daño alguno.
En su alucinado relato, el hombre llegó a especular con un truculento detalle: contó que tal vez su excompañera sentimental y una pareja amiga de ésta, ante la fatalidad de la muerte accidental de la niña y para ganar tiempo, habrían podido ocultar el cadáver en un congelador. También aseveró que la víspera de la aparición del cuerpo sin vida de Laura, la tal Charo y la citada pareja le pidieron prestado el coche con la excusa de viajar a Quintanar, desplazamiento que según él jamás llegaron a realizar, lo que no significaba que no lo hubiesen utilizado para llegarse hasta San Medel con un objetivo: implicarle a él, algo que también atribuyó al hecho de que la mujer le había cortado un mechón de pelo por aquellos días. Durante la declaración, los investigadores le mostraron fotografías del día en que apareció el cadáver, y hete aquí que identificó como suyas unas bolsas con publicidad de cintas de vídeo y una toalla aparecidas en el paraje de San Medel. Interrogado acerca del motivo de aquellas nuevas revelaciones, el declarante se limitó a decir que no había reparado en estos extremos hasta fechas recientes. En cualquier caso, fue tarde: Charo ya había fallecido, y aunque se amplió el informe forense, se realizó una evaluación psiquiátrica del hombre y se llevó a cabo un careo entre éste y dos de las personas a las que citó en aquella extraña declaración. Pero no hallaron pruebas para incriminar a nadie. El tío de Laura murió hace unos años. Nadie ha pagado por el crimen.
1992 | Un crío degollado
Noche del 4 de abril de 1992. Melgar de Fernamental. El matrimonio compuesto por Javier y Ana María regresan a su casa de la calle Virgen de Zorita tras haber estado tomando algo por el pueblo. Sus hijos Francisco Javier, de 9 años, y Sergio, de 8, duermen en la misma habitación, cada uno en una cama. El progenitor se asoma al cuarto y decide entrar. Lo que descubre es el horror: su hijo mayor reposa sobre un charco de sangre. Tiene un tajo en el cuello, desde la oreja hasta la tráquea. Está muerto. Su hermano, en la otra cama, duerme plácidamente. En torno al caso, que consternó y golpeó al pueblo, se manejaron hipótesis de todo tenor: desde que fuese el propio crío quien se cortara al cuello bien deliberadamente, bien por accidente dando vueltas adormilado en la cama -ambas fueron descartadas-, a que alguien con llaves de la casa (ni ventanas ni puertas habían sido forzadas) hubiese entrado y hubiera cometido tan atroz crimen. Entre medias, alguna aún más desasosegante, como que pudo haber sido el hermano pequeño el autor de los hechos, algo que también fue descartado por los investigadores.
En la imagen en blanco y negro, Francisco Javier, que apareció degollado, junto a su hermano Sergio, sentados en la puerta de su casa de Melgar. / Jesús J. Matías
Todo fue confuso. Los padres aseguraron que llevaban tiempo recibiendo amenazas en forma de llamadas telefónicas anónimas, algunas incluso de muerte; y que recientemente les habían pinchado la rueda del coche y hasta vertido ácido sobre la puerta de la vivienda. Sin embargo, ninguno de estos hechos había sido denunciado por el matrimonio. Para la familia, este extraño caso no se investigó lo suficiente, algo que siempre han considerado una gran injusticia. Como no se encontró culpable y no se hallaron pronto pistas o indicios que señalaran alguno, las investigaciones duraron poco tiempo.
Según se afirmó en todo momento, el niño degollado era un chaval absolutamente normal; era bueno, responsable, alegre, inteligente, aplicado en los estudios y con muchos amigos. «No existen indicios que permitan determinar en qué condiciones se ha producido este hecho, si ha sido un desgraciado accidente o ha sido de otra naturaleza», manifestó el subdelegado del Gobierno de la época, César Braña, el mismo día del multitudinario funeral.