En un capítulo de la conocida serie Los Simpsons, los guionistas y directores se atreven, con su habitual dosis de humor, a recrear una situación en la que uno de los personajes, Ralph Wiggum (un niño de ocho años e hijo del jefe de Policía de Springfield), lograba que tanto el partido Republicano como el Demócrata de Estados Unidos le apoyasen a la vez. Dejando a un lado este hilarante supuesto, lo cierto es que no es habitual que haya una unión, en términos generales, entre las dos principales fuerzas políticas de un país a la hora de gobernar, al menos entre las potencias más relevantes de occidente. Mucho menos en España. El desencuentro abismal que existe entre el PSOE y el PP hace inviable la posibilidad de llegar a un acuerdo de gran coalición, como van a negociar en Alemania conservadores y socialdemócratas para frenar el avance a la ultraderecha.
Desde el Ejecutivo, el ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel Albares, afirmó esta semana que «le agrada enormemente» que la ganadora de los comicios, la conservadora CDU, dejase «muy claro» que no habrá «ningún tipo» de alianza con la extrema derecha. Sus palabras no eran vacías e iban dirigidas hacia su habitual oponente en las urnas, una formación popular -censuró- que «ha tomado la opción contraria siempre».
El líder de los de Génova, Alberto Núñez Feijóo, devolvió la pelota, culpando a Pedro Sánchez de impedir la posibilidad de que pudiera darse esa hipotética alianza.
Además, el gallego dejó otro recado al socialista, señalando que es bueno «legitimar» que gobierne quien gana las elecciones, refiriéndose a su victoria en julio de 2023 y acusando al inquilino de Moncloa de pactar «con toda la izquierda radical y con todos los independentistas», formando un Gobierno Frankenstein, para que no pudiese presidir el partido vencedor.
Más allá de las alianzas del PSOE con los separatistas, una parte de estas diferencias se explican tras la irrupción de Vox en el tablero político nacional estos últimos años, y su posterior unión con los populares en varias autonomías. Sin embargo, la formación presidida por Santiago Abascal ha acabado rompiendo los pactos de Gobierno que tenía con los de Génova en cinco regiones después de los últimos comicios, celebrados también en 2023. Y si los de Sánchez afean al PP esos antiguos pactos, el partido ultraconservador, por su parte, urge a Feijóo a que aclare si tiene intención de copiar a su socio germano para firmar una alianza con el PSOE, con tal de evitar un acuerdo con ellos.
Colaboración efímera
La realidad es que parece algo irrealizable que socialistas y populares alcancen siquiera unos mínimos comunes. Ni siquiera la inestabilidad a nivel electoral de estos últimos años o la aparición de otros partidos han propiciado que ambas formaciones unan sus fuerzas. La falta de cultura a la hora de negociar ha sido una problemática que, incluso en el pasado, llegó a provocar un bloqueo político de más de 300 días entre diciembre de 2015 y octubre de 2016.
Porque si de precisamente hay que hablar de bloqueos, el de la renovación del Consejo General del Poder Judicial es otro claro ejemplo de esa dificultad para llegar a entenderse. Hubieron de pasar hasta cinco años para alcanzar una solución que, incluso, precisó por momentos de la mediación del excomisario europeo Didier Reynders.
Aquel trabajado acuerdo parecía ser la semilla que sembrase un cierto clima de cordialidad a la hora de abordar otros asuntos de calado. Sin embargo, la ruptura acabaría produciéndose tras la designación, por parte de Pedro Sánchez, de José Luis Escrivá (exministro de su Gabinete) como gobernador del Banco de España. Pese a las negociaciones previas, la imposición del líder de Moncloa provocó el rechazo del PP y el precipitado final de aquella efímera senda de colaboración.
Ahora, ambas posturas parecen más distanciadas que nunca. Quién sabe si un adelanto electoral podría precipitar a posteriori un escenario inédito en nuestra democracia. Aunque, vistos los últimos acontecimientos, resulta difícil que esa posible alianza pueda llegar a ocurrir.