Una sola pregunta acerca de cómo van las cosas en casa puede ser suficiente para que un profesional de Atención Primaria o de Urgencias detecte un posible caso de violencia de género en su consulta, una situación que, según la Consejería de Sanidad, el año pasado se dio en 129 ocasiones en la provincia. La mayor parte de las veces fueron los médicos de los centros de salud quienes dieron parte del maltrato, al registrar en el sistema informático 74 potenciales diagnósticos sobre un total de 129. El resto se supone que se corresponde con las Urgencias de los diversos hospitales: 17 en el Universitario de Burgos, 34 en el Santos Reyes de Aranda y 4 en el Santiago Apóstol de Miranda. Sin embargo, tanto sanitarios consultados como fuentes de Sacyl advierten de que el sistema informático «no permite» disponer de una información detallada, por lo que asumen que en las consultas se reciben muchos más casos de los que refleja la estadística.
En las Urgencias de Burgos, por ejemplo, se ha explicado en diversas ocasiones que es imposible afirmar con certeza cuántas mujeres atienden por violencia de género al cabo de un año, porque el programa informático con el que trabajan no lo diferencia. Y a esto hay que añadir la dificultad para detectarlo y confirmarlo. Una traba añadida, esta última, de la que es consciente todo el sistema sanitario y sobre la que se ha tratado de advertir a los facultativos en diversos documentos de uso frecuente desde que la violencia machista se consideró problema de Estado y el gobierno de Castilla y León decidió incorporarlo a la cartera básica de Servicios de Atención Primaria, en 2008. Por ejemplo, en la Guía de Práctica Clínica sobre Violencia Contra las Mujeres en la Pareja, editada en 2010, se especifica que «la Organización Mundial de la Salud concede una extraordinaria importancia a los servicios de salud en la detección y atención a mujeres que sufren violencia de género; sin embargo, el diagnóstico por parte de los y las profesionales sanitarios es bajo y ello a pesar de la alta frecuentación por las mujeres que lo sufren, sobre todo en Atención Primaria, Urgencias y Salud Mental».
Los juzgados de la provincia recibieron el año pasado 680 denuncias y adoptaron 170 órdenes de protección, una medida que se toma ante una situación de riesgo objetiva para la mujer. Son cifras más altas de las que permite obtener la estadística sanitaria y, de ahí que el sistema admita que en este momento no son capaces de llegar a todo lo que hay y, por lo tanto, que los propios sanitarios hayan tratado de buscar las causas que pueden ser un primer paso hacia un punto de inflexión.
El porqué de las barreras. Sacyl explica que la dificultad para detectar el maltrato estriba en diversas barreras, tanto por parte del profesional como por la de la víctima, que primero es incapaz de reconocer el abuso y después lo niega e impide la intervención. Entre las trabas de los profesionales, la Consejería destaca que en muchas ocasiones no preguntan porque no tienen la formación necesaria para reconocer el maltrato si no se expone abiertamente y tampoco para abordarlo de una forma eficaz con la paciente en una consulta que no puede prolongarse durante un tiempo ilimitado porque hay una sala de espera con otros pacientes. Todo debe ser muy rápido.
La Guía de Práctica Clínica a la que se aludía con anterioridad especifica que el profesional, en muchas ocasiones en las que sospecha, tiene la sensación de estar ante una situación «incómoda» porque duda de si la mujer va a molestarse ante unas preguntas que «pueden interpretarse como una invasión de su intimidad», la dificultad de dar con las preguntas adecuadas, no saber qué respuesta darle una vez detectado el abuso o dudar acerca de la solución que puede ofrecer el sistema a la mujer e, incluso, poner en entredicho «la veracidad del testimonio» de la supuesta víctima.
Desde la elaboración de este documento hasta ahora ha habido avances, pero muchos facultativos consideran que no los suficientes porque en cantidad de ocasiones siguen sin interpretarse de forma adecuada los síntomas o las señales que la paciente muestra de forma consciente o inconsciente. «La propia dinámica del maltrato provoca en las víctimas desestabilización, confusión y ambivalencia respecto a los sentimientos hacia el agresor. Una ambivalencia difícil de comprender para un profesional que desconozca el proceso de génesis y mantenimiento de la violencia en la pareja y puede ser causa de errores en el abordaje del problema», especificaba el manual, antes de destacar que en las primeras fases de maltrato, la mujer ni siquiera identifica su situación con la de una víctima porque no reconoce el abuso. Y cuando ya está más avanzado y aunque lo reconozca y haya acudido al médico como consecuencia de lo ocurrido, lo habitual es que lo niegue ante el facultativo. «Las razones tienen que ver con la esperanza de que la situación cambie, sentimientos de vergüenza y la sensación de fracaso y culpa», añade Sacyl.
Estas dificultades frente al objetivo de rebajar la incidencia de la violencia de género fueron las razones que condujeron a la Consejería de Sanidad a implantar una suerte de cribado sistemático para todas aquellas mujeres de más de 14 años y a facilitar la labor de los profesionales con un protocolo de actuación en el que se puede empezar a romper el hielo con preguntas sencillas acerca de la situación en casa, la preocupación del médico por unas determinadas lesiones y explicar que son cuestiones de rutina con todas las mujeres que atiende.