Hablan con aplomo, seguros de que el paso que han dado es el correcto, pese a que las dificultades se amontonan, pero también contaban con ellas, «y con los tiempos de la burocracia». Cambiar de vida de forma radical conlleva un riesgo que están dispuestos a asumir con paciencia por sus hijos.
Valentina Cuitino y Carlos Gallicchio, 39 y 40 años respectivamente, llevan desde las vísperas de Navidad instalados en Pradoluengo con Francesca, de 13 años, Valentino, de 11, y Stefano, de 9. Son uruguayos y hasta hace algo más de un año vivían en su país, los pequeños estudiaban y ellos, trababan de enfermeros, su profesión. Gozaban de una vida cómoda, aunque sin opulencia, pero sus mentes buscaban algo más, reconocen.
Sus nombres y apellidos ya ponen sobre la pista que sus raíces están en Italia. Valen y Carlos llevaban tiempo pensando en saltar el charco y España, por el idioma, estaba en su punto de mira.
La decisión de aterrizar en Europa, «muy meditada y planeada durante un largo año», solo tenía un propósito, asegura Valentina: buscar un mejor futuro para sus hijos, un país donde encuentren más oportunidades. «Vinimos para allanarles a ellos el camino», asegura la madre, mientras él apunta que en Uruguay es muy difícil sacar adelante a tres hijos, «porque no hay ayudas», y para vivir bien y dignamente «hay que hacer una carrera muy larga y comprometida; creemos que acá hay más posibilidades abiertas, más opciones para elegir y lo que estudien les puede dar para tener calidad de vida».
Con esa idea en la cabeza y anteponiendo a sus hijos por encima de ellos mismos, planificaron su migración, con Italia como primer destino para acceder más rápidamente a la ciudadanía al ser sus abuelos italianos. Valen y Carlos aseguran que no son personas arraigadas a las cosas materiales, así que tampoco les costó mucho dejar su casa y sus pertenencias; lo más doloroso fue decir adiós a los padres de ella y a sus 5 perros. Valen hace hincapié en que «ha sido una emigración muy, muy planificada», y recuerda que ya en Uruguay tramitaron la homologación de sus títulos, pese a lo cual, 10 meses después no les tienen en su poder para poder trabajar en su especialidad, «que no sería difícil porque enfermeros se necesitan en todos los sitios», aseguran.
Nueve meses duró su estancia en el país italiano, donde recalaron en un pueblo de montaña de la provincia de Icierna. Conseguida la ciudadanía, la familia puso rumbo a Pradoluengo, donde llegó bajo el amparo del proyecto Hola Pueblo, tras los contactos con el grupo de acción local Agalsa y el Ayuntamiento, que consideraron que su perfil 'encajaba' en la filosofía del mismo, que no es otra que conectar a personas que quieran emprender o arraigarse en el medio rural con los municipios que quieren atraer repobladores, como es el caso de la villa textil.
La familia está instalada en un piso de alquiler. Los niños están encantados. La mayor va al instituto de Belorado y juega al voleibol, que es su pasión, mientras los chicos van al colegio de la villa textil. Son buenos estudiantes, educados y se han integrado bien. Sus padres, además, destacan la capacidad de «seguirles a ciegas» en su deseo de buscarles más oportunidades de futuro. Para los padres, lo más difícil está siendo culminar todas las tramitaciones y la espera de la convalidación de sus títulos para poder desarrollar sus profesiones, que es su objetivo. Se muestran tranquilos, viviendo de los ahorros, «muy controlados», pero conscientes que se acaban, por lo que no descartan emprender, ella en el coworking Sierra de la Demanda, en algo relativo a asistente virtual, y él en «lo que pueda surgir», aunque sabe que «hay poco trabajo».