Aitor García Fernández y Alfredo Ojeda, ambos con un largo recorrido en cocinas de alto nivel, tenían previsto poner en marcha su empresa en verano de 2012, pero el camino trazado se desvió ante la falta de financiación pública del Plan de Reindustrialización del entorno de Garoña. Su proyecto, la creación de un obrador de productos gastronómicos de alta gama, fue rechazado, pero tras dos años de «muchos obstáculos» lo han sacado adelante con el aval del patrimonio de su familia y el apoyo de una entidad bancaria. Son los primeros emprendedores que estrenan una de las ocho naves nido construidas por el Ayuntamiento del Valle de Tobalina en el parque empresarial del municipio.
Solo pagan 250 euros mensuales, han firmado un contrato de diez años renovable y tiene opción a compra desde el minuto uno. Cada nave cuesta 50.000 euros. Reconocen que el Ayuntamiento tobalinés se ha volcado para facilitarles la creación de la empresa y aseguran que el motivo de que no haya más naves ocupadas «no es que no haya ideas, es que emprender es un obstáculo tras obstáculo».
En su caso, para optar a un préstamo a interés cero del Reindus tuvieron que decantarse por crear una sociedad limitada. «Todas las ayudas nos lo exigían», pero por otro lado una vez que los préstamos blandos y las ayudas nunca llegaron, no pudieron capitalizar su paro, porque el Servicio Público de Empleo les exigía otra fórmula distinta a la S.L.
Admiten que estuvieron «a punto de tirar la toalla» cuando les denegaron el préstamo del Reindus, pero la decisión tomada ha valido la pena, porque ya son una veintena los restaurantes de Burgos y Bilbao que confían en sus elaboraciones, cinco las tiendas de alimentación que las venden y tres las residencias de mayores que se han convertido en sus clientes.
Se muestran muy satisfechos del resultado de sus primeros tres meses de existencia. El olor que desprende su nave en el solitario polígono tobalinés invita rápidamente a probar sus croquetas de hongos, de cecina o de jamón ibérico, sus canelones de pato con trigueros, su rulo de toro en crepineta o la larga lista de salsas y caldos que preparan. Inicialmente iban a pasteurizar sus productos, garantizando todas sus propiedades, pero finalmente se han decantado por la congelación, porque alarga a un año el periodo de conservación y los clientes demandan más esta posibilidad.
Su objetivo es ofrecer a los restaurantes «un apoyo con elaboraciones que llevan mucho tiempo y mucho trabajo» y que se confeccionan con productos naturales y adquiridos en Las Merindades, siempre que sea posible. Insisten en que no restan empleo en las cocinas, pero si facilitan «productos que dan mayor calidad a los platos y mayor valor añadido». Para los particulares, que se han revelado como un importante nicho de negocio, distribuyen en tiendas de alimentación y aceptan encargos a la carta.
La distribución para que no se rompa la cadena del frío es la mayor dificultad que ahora están encontrando, pero avanzan que este año es muy probable que contraten a una persona para realizarla directamente. Su plan de empresa no tiene límites y cuenta con el aval de muchos profesionales.