De los viajeros huesos del Cid, destierro provocado por el impune saqueo que las carroñeras tropas francesas de ocupación realizaron tras la invasión napoleónica, se han escrito incluso libros, como el que firmaron Leyre Barriocanal y Ana Fernández (Los huesos del Cid y Jimena. Expolios y destierros. Diputación de Burgos. 2013). De entre todos los azarosos y bien rocambolescos episodios de esa diáspora ósea uno es especialmente singular: el que alude a un presunto trozo de cráneo del que en buena hora nació que se encuentra depositado en la Real Academia Española. Precisamente sobre tan particular capítulo se da cumplida cuenta en un libro de reciente publicación, La costurera que encontró un tesoro cuando fue a hacer pis, obra del periodista Vicente G. Olaya editada por Espasa que hace un recorrido apasionante por los hitos de la arqueología española en la que se cuenta la historia de tesoros de leyenda, yacimientos milenarios, robos y expolios.
Los protagonistas principales de esta historia son el escritor Camilo José Cela y el historiador Ramón Menéndez Pidal, ambos académicos de la RAE cuando, en 1968, el eminente investigador cidiano recibió un homenaje asaz especial con motivo de su 99 cumpleaños. El 13 de marzo del citado año una comisión académica se personó en casa de Menéndez Pidal para felicitarle y entregarle un presente que por nada del mundo podía imaginar: un hueso del cráneo del Cid. ¿Cómo había acabado la reliquia en manos de los académicos? El futuro premio Nobel Camilo José Cela estaba detrás del hallazgo. Había sido el autor de La colmena quien, en alguno de sus múltiples viajes, había conocido a la condesa Thora Darnell-Hamilton, quien le había mostrado al novelista la reliquia, heredada por vía familiar.
El descubrimiento constituyó todo un alborozo para Cela, que en una carta al director de la RAE de entonces, Vicente García de Diego, le participaba de esta manera el singular hallazgo: Mi muy querido y respetado don Vicente, le ruego que no me tome por loco, pero creo que he encontrado un trozo del cráneo del Cid que se llevaron los franceses en 1808 (...). En la misiva, Cela explica la delirante historia que la condesa le había contado sobre la reliquia y que podría resumirse muy sucintamente de esa manera: el trozo de cráneo lo había heredado de su bisabuelo, un tal Labensky, después de que a éste se lo donara un tal barón de Lamardelle, que no era otro que uno de los principales expoliadores.
La actas del la RAE recogen la visita que Pidal tuvo en la que fue su último cumpleaños. "Sentado en un sillón de ruedas, casi paralizado el cuerpo, pero no el espíritu, nos acogió cariñosamente, dirigiendo a cada uno de nosotros frases inequívocamente destinadas al respectivo interlocutor; y cuando le hablamos de la reliquia y se la enseñamos, guardó conmovedor silencio y la besó devotamente. La escena se nos aparece hoy plena de sentido y emoción. Aparte de la posible autenticidad o falsía de la reliquia (los datos aparecen también en una inscripción colocada en el mismo hueso), la circunstancia invade y reviste de atenazante gravedad aquellos momentos, y pone en pie, en un instante, largos siglos de historia. El Cid había sido uno de los grandes temas de la investigación histórica y filológica de Menéndez Pidal. Ya la muerte llamando a la puerta, el legendario héroe aparecía inesperadamente, para acompañar al maestro. No hubo otra pompa litúrgica que la presencia en la sala de un enorme ramo de rosas, noventa y nueve rosas, tantas como años cumplía, enviadas por Camilo José Cela, que no pudo asistir, a pesar de figurar en la comisión designada por el pleno".
La descripción técnica. También en las actas de la RAE se conserva la descripción técnica que Ángel Fuentes, profesor titular de Arqueología de la Universidad Autónoma de Madrid, realizó del trozo de cráneo. Dice así: "Fragmento de calota correspondiente a la sutura lambdoidea del occipital, de la que se conservan dos ramas, perteneciente a un individuo de sexo masculino que, por la robustez del fragmento, rondaría los cincuenta años de edad. Aparentemente, el cráneo se mantuvo intacto durante la inhumación y fue desencajado del resto del cuerpo durante la exhumación, rompiéndose por la sutura craneal. Antes de recibir la inscripción [por ambos lados tiene inscripciones], el fragmento fue cortado con una sierra de dientes pequeños dándole la forma de pentágono irregular que observamos.
Dos de los lados pertenecen a la sutura lambdoidea, mientras que los otros tres son artificiales, producto del corte con la sierra desde el endocráneo al exocráneo, excepto el más largo. Se conservan las incisiones en perfecto estado. La observación de la pieza con luz ultravioleta nos ha permitido detectar restos de erosiones en la tabla ósea del exocráneo que afectan directamente a la superficie de la calota; no son, sin embargo, apreciables en el endocráneo. A vista de microscopio, hemos podido concluir que la pieza estuvo semienterrada -hemos observado la existencia de restos de raíces adventicias en su superficie-, circunstancia que ha provocado una diferencia de tonalidad en el hueso: la parte que estuvo enterrada presenta un tono más claro y la que quedó completamente al descubierto, un color más oscuro. El fragmento se encuentra en buen estado de conservación. El díploe se conserva completamente y pueden apreciarse los agujeros nutricios, por donde pasaron las venas. La superficie del fragmento sufrió un impacto y presenta un brillo o una impregnación que podría tratarse de algún tipo de cola natural cuya finalidad sería la protección de la tinta de la inscripción firmada por el fedatario de la exhumación y del corte del cráneo.