Se está muriendo gente que no se había muerto nunca, decía el gran Virgilio Mazuela, y justo ayer se murió uno de estos, otro tipo extraordinario, el dibujante Juanito Mediavilla, y eso que él mismo se sorprendía de no haberse muerto antes -«es un jodido milagro que yo esté vivo», solía soltar entre sonoras risotadas-, así que celebró esa bola extra hasta el final, y eso que no le faltaron sobresaltos de los gordos, como la sombra del desahucio bancario, a lo que acaba de sacar la lengua por si las moscas haciendo una de Houdini: que os den, cabrones.

Juanito Mediavilla, burgalés de 1950, fue uno de los grandes exponentes de la cultura underground surgida en la Barcelona de la década de los 70, que fue una suerte de ciudad de los prodigioso mendoziana para aquella gente con talento que, sintiendo cercano el airecillo de la libertad, hizo una eclosión creativa en revistas de todo pelo y condición. Mediavilla, junto a su amigo y hermano de alma Miguel Gallardo (también fallecido este año, tan siameses supieron ser siempre), creó uno de los personajes de cómic más icónicos de aquellos años gloriosos: Makoki, un tipo procedente del lumpen más oscuro, un outsider en toda regla, un satélite marginal que, junto a una cuadrilla de lo más variopinta, puso voz y muchas más cosas a toda una época. Su éxito fue inmediato. Tanto, que sus historietas, incluidas en publicaciones como Disco Exprés, Star, Bésame mucho o El Vívora, dieron el salto para convertirse en un cómic por sí mismas.

(Más información, en la edición de papel de hoy de Diario de Burgos)