El actual obispo de Mondoñedo-Ferrol, Fernando García Cadiñanos (Burgos, 1968), siempre ha sostenido un discurso dentro de la Iglesia extremadamente comprometido e implicado con los colectivos más desfavorecidos y vulnerables, una postura que no le ha abandonado cuando ha asumido mayores responsabilidades en la jerarquía. Así, como delegado de Cáritas en esta provincia, cargo que asumió en 2015, no solo hablaba de la pobreza sin tapujos sino que señalaba sus causas, y al ocupar la vicaría general de la diócesis de Burgos tuvo un papel medular en la creación de la oficina de atención a las víctimas de abuso, llamándole a las cosas por su nombre. Hace apenas unos días ha recibido el encargo de la Conferencia Episcopal de presidir su Subcomisión para las Migraciones y Movilidad Humana.
Se va a ocupar de asuntos muy delicados, que crean mucha controversia y que copan muchas veces las portadas de los medios de comunicación. ¿Con qué espíritu ha acogido esta responsabilidad?
Es un área muy importante dentro de la acción eclesial porque es fundamental que nos preocupemos de los últimos, de aquellos que, quizás, no cuentan tanto, que seamos buena noticia y, en nuestra cercanía con los pequeños y pobres, expresión de lo que es el mensaje de Jesús y de lo que la Iglesia quiere.
Hace unos días varias personas murieron y otras resultaron heridas por un naufragio de un cayuco en Canarias; en febrero, 25 fallecieron saliendo de Senegal y el pasado mes de octubre en un mismo día llegaron a España un millar de personas del África Subsahariana. ¿Qué le producen estos datos?
Entiendo que son el resumen de nuestro fracaso como humanidad y que evidencian que no somos capaces de sensibilizarnos ante la realidad del sufrimiento ajeno. Santiago Agrelo, que tantos años ha sido el altavoz de la realidad de las personas migrantes desde el arzobispado de Tánger, puso de manifiesto el otro día la paradoja de que a través de las redes sociales aparecieron 14 personas que quisieron apadrinar a otros tantos burros para evitar que su dueño los sacrificase mientras no somos capaces de apadrinar personas, de acogerlas y recibirlas, es decir, que, a día de hoy, es casi mejor ser un burro que una persona.
¿Cómo le gustaría que España y la Unión Europea recibieran a los migrantes y afrontaran esta realidad?
La Conferencia Episcopal acaba de publicar un documento, de título Comunidades acogedoras y misioneras, que parte de dos derechos que, a juicio de la Iglesia, deben ser conjugados: el de no tener que emigrar y el de migrar, que están establecidos en la Doctrina Social de la Iglesia pero también en el derecho internacional y que es bueno que se conjuguen adecuadamente, de la manera que las autoridades establezcan pero con los verbos que a nosotros nos gusta utilizar: acoger, proteger los derechos humanos, promover la inclusión e integrar para que esas personas participen en todos los ámbitos.
Las personas que llegan buscando refugio la mayoría de las veces se hunden en un laberinto burocrático que, sumado a que carecen, en muchísimos casos, de recursos, hace que no tengan dónde vivir y supongan ya un cierto porcentaje de los atención en el programa Sin hogar de Cáritas. ¿Qué debería hacer la administración? ¿Tendría que ser más humana la burocracia?
En el Congreso se acaba de presentar una iniciativa legislativa popular para promover una regulación extraordinaria porque nos estamos encontrando con cientos de personas desplazadas y migrantes en un limbo jurídico y que pudiendo trabajar no trabajan. Hay un desencaje entre la realidad y las leyes, que deberían acomodarse más a la realidad. Existe un discurso demasiado lejano y temeroso que preserva en exceso falsas identidades y que tendría que revisarse para servir más a las personas. De todas formas, el de la vivienda es el gran problema social, no solo el de las personas migrantes sino de todo el mundo.
Habla de discursos «lejanos y temerosos». ¿Qué reflexión le provocan quienes que ven a los migrantes como una amenaza a los cimientos cristianos de Europa?
Tenemos que desterrar toda visión de la migración en clave de problema, de delincuencia y de irregularidad. Son personas y las tenemos que ver como tales. Es cierto que se nos presenta el reto de la evangelización de Europa con la pluralidad que tiene la propia identidad europea, que tampoco hoy es católica en su expresión por las nuevas generaciones. El reto de la evangelización no viene provocado por grupos migrantes sino por la propia secularización de la sociedad.
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¿En España se ha olvidado que fuimos un país de emigrantes?
El problema es más de aporofobia, en palabras de la filósofa Adela Cortina, que del origen de las personas. El problema no son los migrantes, son los pobres porque cuando los extranjeros vienen de vacaciones no les damos la espalda, como tampoco se la damos a los jugadores de fútbol que llegan de otros países. Existe una aporofobia manifiesta y clara y frente a esto tenemos que reivindicar la defensa de la persona sea pobre o rica. Pero, sí, es cierto que la memoria es muy corta.
(La entrevista completa, en la edición impresa de este lunes de Diario de Burgos o aquí)