Una vida amasando mucho más que pan

I.P. / Cerezo de Río Tirón
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El último obrador de Cerezo ha echado el cierre, tras la jubilación de Feli, la tercera generación de la panadería Ortiz. El despacho, sin embargo, se mantiene y cada día llega Mari Carmen con pan cocido en Belorado

El último obrador de Cerezo de Río Tirón echa el cierre. - Foto: Alberto Rodrigo

De los bajos de la calle El Rincón salieron los primeros olores a pan de horno de leña recién hecho. Fue allí donde Justino y Paz instalaron la primera panadería que llevaría el apellido de él, Ortiz. Eran los años 60 del siglo pasado y entonces, Cerezo contaba hasta con cuatro obradores más. También fueron aquellos años cuando los vecinos de la localidad comenzaron a emigrar; en el campo no había trabajo para tantos hijos como solían tener los matrimonios y algunos tenían que marchar a la capital.

Sucesivamente, las panaderías fueron cerrando. No fue así en el caso de Ortiz ya que los fundadores tuvieron relevo en Satur y Juana, y estos en Feli, su hija, que mamó el negocio desde bien pequeña, aprendiendo a amasar antes casi que a hablar, como también tuvieron que hacer sus hermanos, como era tradición en los negocios familiares en los que todas las manos tienen que aportar lo que puedan y cada uno especializarse en aquello que mejor se les dé. 

Pero fue ella, Feli la que finalmente se hizo con las riendas del negocio cuando sus padres se jubilaron. Han sido más de cuatro décadas haciendo, cociendo y vendiendo barras, hogazas, panetes, chapatas, pastas, tortas de aceite, de chicharrones o de manteca, magdalenas... durante los siete días de la semana, que el pan no sabe de descanso.

Desde primeros de octubre, Feli ya no tiene esas obligaciones a las que ha estado atada, se ha jubilado y con ella ha echado el cierre el único obrador de Cerezo, pueblo que afortunadamente no se queda sin despacho de pan porque se ha hecho cargo del mismo El Zamorano de Belorado, que cada día desde entonces abre la tienda para despachar. La nueva panadera es Mari Carmen del Canto, con también décadas de experiencia en el oficio y amiga de la familia Ortiz desde hace muchos años. Por eso cuando se enteró de que Feli se jubilaba no dudó en proponerle que le dejase la tienda para vender. Y ahí está, sirviendo a los clientes a los que hasta hace dos semanas atendían Feli y Ana, su hija, mientras estas siguen rondando a ratos por el local porque toca recoger la maquinaria y el material del horno propiamente dicho, labor que querían dejar hecha antes de tomarse unas más que merecidas vacaciones en la playa en plan familiar, algo que hasta ahora nunca han podido hace, ya que había que irse turnando porque el obrador no se podía cerrar. Eso nos decían el día que nos acercamos a charlas con ellas de su oficio y lo que ha supuesto mantenerlo durante cuatro generaciones. 

Feli asegura que se hubiera jubilado antes -tiene 69 años-, pero que ha aguantado por Ana, su hija. Juntas han llevado la panadería en los últimos 22 años, pero Ana tenía claro que cuando su madre lo dejase ella también se iba porque una persona sola no puede hacerse cargo del obrador y la venta. Así que ahora ambas han cerrado una etapa de su vida en la que han sido felices, han trabajado mucho, eso sí, y seguro que echarán de menos a ratos, más quizás la hija que la madre, porque a esta los años le iban pesando cada día más.

Feli, en todo caso, echa la vista atrás y se da cuenta de las horas y horas que ha pasado embadurnada en harina. Recuerda a sus abuelos trabajando, a sus padres, a ella misma corriendo al horno para ayudar, o solo porque allí encontraría a sus padres, en cuanto salía de la escuela y cómo la panadería se trasladó desde la calle El Rincón a la ubicación donde ha permanecido y se mantiene ahora el despacho de venta, la avenida Andrés de Cerezo, frente al Ayuntamiento. También se refiere al cambio del horno de leña al de gasóleo y de pasar de los madrugones para hacer la masa a no poner tan pronto el despertador porque la tecnología ya permite programar el horno por la noche y dejar fermentar la masa en la cámara para llegar por la mañana y directamente, a cocer. «Con estos cambios se trabajaba la mitad», reconoce Feli que nos recuerda que también en el despacho han vendido el Diario de Burgos. Se van satisfechas de haber hecho un trabajo que les ha gustado y creen que para el que valían, «porque tanto mi madre como yo tememos un carácter abierto y eso es importante para tratar con la gente», dice Ana. 

De la escuela al horno. Feli siempre había merodeado y ayudado en la panadería, como sus hermanos, pero tras acabar sus estudios en el pueblo, hizo el Bachiller interna dos años en Rabé de las Calzadas. Como lo suyo no era estudiar, dice, en cuanto acabó ese ciclo se volvió a trabajar con sus padres en el obrador, con unos 18 años. 4 años después se casaba. 

Cuando sus padres se jubilaron, asumió la empresa familiar junto a su hermano Jacinto, y después ya con su marido Domingo Solano, 'el Rubio', que dejó su trabajo para incorporarse a la empresa panadera, a la que después llegó su hija Ana, con 25 años. Esta estudió Administrativo en María Madre, trabajo que ejerció durante unos años. 

Ana ha sido la que más ha salido a vender el pan por los pueblos del entorno en los últimos años, aunque la primera que empezó fue la propia Feli a quien su padre 'obligó' a sacarse el carné de conducir, y también en el despacho. Ahora, con 47 años, se quiere tomar un tiempo de descanso para disfrutar de ella misma y su familia, pero después tiene intención de buscar trabajo, «si es que sale algo». 

Feli y Ana han venido haciendo tres coceduras a diario; la más temprano, grande, y las otras dos más pequeñas porque cada vez son menos los vecinos de Cerezo y en pueblos como Tormantos, excepto en verano, el resto del año son muy pocos. El reparto en este pequeño pueblo lo seguirá manteniendo El Zamorano, que también lleva el pan a Fresno de Río Tirón. De hecho, es Mari Carmen quien antes de recalar en Cerezo, para en Fresno a vender, en este caso, en la calle.