La Federación Castellano Leonesa de Jugadores de Azar Rehabilitados (Fecyljar) advirtió ayer del aumento de la adicción del juego entre los jóvenes, empujados principalmente por obtener dinero fácil y por la «situación» que les produce hacerlo en grupo, con amigos, sobre todo de forma online, algo que se diferencia notablemente de los adultos con este problema, que habitualmente lo hacen en soledad y en máquinas tragaperras, y acompañados de «mayor comorbilidad», con otros trastornos como la depresión, la ansiedad o el consumo de alcohol, tabaco o drogas, según explicó la psicóloga de la Asociación de Jugadores Patológicos Rehabilitados de Valladolid (Ajupareva), Sandra Cuevas, antes de participar en el I Congreso de Salud Mental y Adicciones en Jóvenes.
Igualmente, Cuevas añadió que los pacientes diagnosticados de trastorno por juego de azar son ya 3.000 personas desde el nacimiento de Ajupareva en 1990, según informa Ical. Este colectivo trabaja desde el primer momento con terapias de grupo e individual, en las que busca una «identificación del enfermo de ludopatía con el resto de pacientes», que pone sobre la mesa una «reestructuración de sus distorsiones cognitivas, que le hacen volver a jugar y cada vez más». Normalmente, prosiguió Cuevas, los pacientes «no son conscientes de que tienen la enfermedad» y acuden «empujados por la familia». Sin embargo, una vez que inician las terapias de grupo «empiezan a identificarse con el resto de compañeros».
Por su parte, el presidente de Fecyljar, Ángel Aranzana, abogó por escuchar a los profesionales para que los pacientes «tengan muy claro a dónde asistir o acudir con las personas que necesitan ayuda inmediata y de calidad, que es lo que reivindican las familias». Aranzana explicó que actualmente 800 personas se encuentran en tratamiento por ludopatía en Castilla y León. Solo en el último año y medio han acudido a pedir ayuda 89 menores de 35 años en Valladolid. Conoce muy bien este escenario el jefe de Psiquiatría del Complejo Asistencial de Salamanca, Carlos Roncero, quien definió los trastornos por juego como «enfermedades mentales que desde la sanidad pública se deben atender» y que «no deben ser olvidados ni menos valorados».