Arturo (Salamanca, 1984) y Laura Martín (Salamanca, 1980) son Mayalde. Como lo son sus padres, Eusebio y Pilar, y como posiblemente lo serán sus hijos: Beltrán, Cuba, Cayetana y León. Mayalde es un grupo de música tradicional con sabor ancestral creado en los años 80, que se ha especializado en la recuperación de la música del alma. Sus conciertos son una experiencia transformadora impregnada de magia. En ellos, el poso de la tradición cobra vida reencarnado en sus voces y ritmos, en una liturgia que reivindica el rito, donde músicos y público celebran la vida de una forma muy especial, recordando las raíces que nos sustentan.
Padres e hijos tocando juntos. Suena bien pero el camino no ha sido sencillo hasta alcanzar este punto.
Arturo: Quizá lo más normal hubiera sido que Laura se hubiera dedicado a Económicas, por ejemplo, y que yo hubiera sido profesor y volviéramos al pueblo (Aldeatejada) algún domingo o cada tres meses para ver a nuestros padres, que es lo que suele suceder. Es más difícil que una familia siga sonando junta. Yo creo que mis padres lo han hecho bien. Al final somos una tribu, vivimos en el mismo pueblo porque hemos apostado por esto y porque nuestra naturaleza nos lo pide. Mi padre me enseñó a tocar los palos con cinco años, y ahora cuando veo a mi hijo pequeño danzar con esa edad y cómo se come la procesión y hace retumbar el suelo cuando baila… Con eso ya está todo pagado.
¿Qué lugar ocupa Salamanca en su corazón?
Laura: Para mí lo es todo. El otro día fuimos a Madrid con los niños y mi hijo mayor no paraba de decir: 'Qué de ruido, qué de cosas, nos tenemos que ir, yo no puedo estar aquí'. Esa es un poco la sensación: tienes que abrir un poco la mente y ver también otras vidas y otras cosas, pero que tu hijo pueda ir a montar a caballo con su abuelo, que los niños le den de comer a las gallinas o que puedas quedar con tus amigos a tomar un café cada mañana... Eso no lo tiene nadie.
Arturo: Yo no soy nacionalista; odio los nacionalismos, las banderas y todo eso, pero le debo muchas cosas a la gente de este pueblo. Hace poco nos regalaron una plaza aquí, en Aldeatejada. Mis padres ya tenían una en La Maya como dúo, y ahora tenemos esta los cuatro, porque llevamos más de veinte años en los escenarios con ellos y también somos historia de Mayalde. Yo he crecido aquí, de pequeño me llamaban 'El Negro' y los abuelos me lo siguen llamando. Todas las tardes voy a ver a mi abuela, que es la persona más buena que conozco. A mí me encanta viajar y recorrer China o Perú, pero qué me puede dar Nueva York o Berlín mejor que lo que tengo aquí.
Comentaba Eusebio, antes de empezar esta charla, que le da más miedo mirar al futuro que al pasado. ¿Qué querrían para el futuro de esta tierra que llevan tan dentro?
Arturo: Es complicado. Tengo la sensación de que Salamanca, en cierto modo, está anclada a un pasado ideal. Hay proyectos muy interesantes aquí que tendrían que tener reconocimiento incluso a nivel internacional, como lo que está haciendo en el barrio de Buenos Aires Emiliano (Tapia), un cura que promueve la economía sostenible y que acoge en su casa a una treintena de presos. En Salamanca hay cosas maravillosas que se siguen criticando.
Laura: La gente tiene que poder trabajar. Si las empresas de Madrid o Barcelona facilitasen el teletrabajo (que es viable, como se demostró en la pandemia) todo sería diferente porque la gente está deseando venir a los pueblos. Para ello tienen que disponer de ciertas infraestructuras, como una buena conexión a internet y una sanidad en condiciones, pero es el pez que se muerde la cola: si no hay gente en los pueblos quitan sanidad, autobuses y todo, y así no se revierte la situación.
Arturo: Por otro lado es fundamental tener implicación social. Cuando vas a un pueblo, si tú te implicas eso va a tirar para adelante. No podemos venir a los pueblos y pretender que el pueblo nos lo dé todo. Tú también tienes que ofrecer.
La tendencia, sin embargo, es la de atomizar la sociedad, creando individuos que viven aislados.
Laura: No hay comunidad. Tendemos a una sociedad totalmente individualista. Antes, porque así lo marcaban las condiciones, si no había luz en las casas las mujeres salían al fresco a coser, que era una forma de socializar. Ahora ni siquiera hay quien pueda mantener abiertos los bares de los pueblos, porque con lo que sacan no les da para vivir.
Arturo: En la era de la comunicación estamos más solos que nunca. Es muy triste regresar tras una actuación en agosto a medianoche o a las dos de la mañana y ver en la Plaza Mayalde, donde se reúnen los jóvenes, a veinte chavales de 14 a 16 años con la cara iluminada por las pantallas de sus móviles y sin hablarse. Cuando yo era joven, hace nada, siempre teníamos mil cosas que hacer. Algo está pasando. Nos hemos destrozado. Vivimos la era de la comodidad. Ahora cuando quedas para comer con unos amigos es muy fácil dar a tus hijos la maquinita y dejarlos extasiados con la pantalla. Yo no quiero eso para mi hijo.
En tiempos de globalización, ¿cómo ayuda la música a reconectar con nuestras raíces y a brindarnos un sentimiento de pertenencia?
Arturo: La música tradicional se ha utilizado como símbolo de identidad en época de nacionalismos. En el franquismo, por ejemplo, la Sección Femenina la usó como representación de la identidad propia y proyección hacia el exterior. Pero la música en definitiva es el alma, el hilo conductor de la liturgia de la vida.
Laura: Nosotros tuvimos la oportunidad de darnos cuenta cuando participamos en 'Rondadores contra el virus' durante la pandemia. Nos empezaron a llegar diariamente mensajes de gente de Madrid, Barcelona y de todas partes que nos daban las gracias porque su madre, su padre o ellos mismos nos escuchaban y eso les reconectaba con su tierra, con su abuelo, con su familia y con su pueblo. Profesionales sanitarios que volvían a su casa tras jornadas interminables que te contaban cómo lo único que les salvaba era escucharnos.
Arturo: Que la música ayuda está claro, pero su valor como identidad yo creo que está más claro si cabe. De la música tradicional bebieron los grandes compositores del siglo XIX para componer zarzuelas, igual que ahora bebemos nosotros de lo que la gente nos cuenta y nos canta.
Hace unos años Eusebio nos comentaba que «todo lo que no se renueva, se muere, la endogamia lo mata». Entiendo que cuestiones como el apropiacionismo o la fusión generarán debate en el seno del grupo, en torno a cómo preservar la esencia de la música tradicional.
Arturo: Esa es nuestra constante discusión, estemos en la furgoneta, en las comidas o dando una conferencia en el conservatorio, porque cada uno tiene su manera de verlo. En mi opinión esto es como cualquier arte: la música tradicional tiene que evolucionar. Mi madre, que es muy rígida, lo ve de otra manera, porque ella ha vivido otras cosas y tiene un respeto enorme por esto, pero yo pienso que, en la vida, al final todo ha sido influenciado por algo.
Laura: El problema es que hay quienes aunque han tenido la posibilidad de beber de las fuentes antiguas, han simplificado tanto los toques o el uso de instrumentos antiguos que los acaban desvirtuando. Si te cargas tres golpes de siete en un ritmo, limitando un sonido que era riquísimo, el que venga detrás de ti ¿qué va a dejar?, ¿un único golpe? Me parece estupendo que lo aprovechen para músicas modernas o para lo que quieran, pero respetando los códigos originales.
Eusebio: Hay otras formas de hacer la música tradicional. Hay quien dice: 'Es que se está muriendo'. Pues vamos a hacerle una transfusión, pero a ser posible del mismo grupo sanguíneo. En nuestro seno interno tenemos muchas discusiones sobre ello. Pilar muchas veces es partidaria de no tocar nada, pero entonces qué hacemos: ¿la embalsamamos y momificamos?
Pilar: Yo siento muchísimo respeto por el legado que recibimos y porque creo que tenemos la obligación de seguir transmitiendo eso, porque para otras cosas ya hay otra gente. Si nosotros hemos recibido esta herencia y no somos capaces de seguir adelante con ella y transmitirla como hemos hecho con nuestros hijos y después con nuestros nietos, tras tantas generaciones que lo han hecho, estaríamos rompiendo la cadena y traicionando lo que recibimos.
Eusebio: Las cosas tienen que evolucionar. Así ha sucedido durante miles de años, pero siempre dentro de un mismo contexto y con el poso del tiempo. Lo que está sucediendo ahora es que hay un salto bestial en todo porque ha desaparecido el contexto. Para mí es clave el respeto a la belleza, algo que no sucede en el caso de la música tradicional. ¿Por qué no tiene protección? Porque pertenece al viento y a la gente. Es decir, a mí, como artista plástico, la Capilla Sixtina me puede inspirar, pero no me dejan tocar esas paredes con mis pinceles. Todo el mundo queremos dejar nuestra impronta, sobre todo en el mundo del arte, pero no toques aquello que puede servir como inspiración para el resto. A nadie se le ocurre por ejemplo modificar una partitura de Vivaldi. Tú puedes reinterpretarlo con tu violín, pero la partitura está ahí, escrita. ¿Qué sucede con la música tradicional? Que no hay partitura escrita. Solo hay un cancionero, donde alguien intentó meter al gorrión en una jaula sabiendo que ahí el gorrión se muere.
Una de las palabras que más se han repetido en la charla es 'liturgia'. ¿Cómo se reivindica la liturgia en tiempos de agnosticismo?
Arturo: Practicándola. Los rituales tienen que seguir vivos. Hablaba ahora Eusebio de que se ha perdido el contexto y es cierto. La música que antes se cantaba en una arada nosotros podemos cantarla sobre un escenario, pero el contexto no es el mismo. Ha habido un proceso de transformación y esa liturgia ha cambiado, pero el escenario sigue siendo una liturgia. Cuando subo un escenario, para mí eso es un altar. No porque haya nacido en él, sino porque tiene que serlo. Allí vas a comunicar a mucha gente algo que para ti es muy importante y para quien te está escuchando parece que también. Eso es liturgia y magia: seguir paleando en la fiesta de tu pueblo, seguir poniéndote una mascarada con la que escuchas tu respiración… La sociedad está perdiendo la liturgia y la magia, y estamos yendo hacia la soledad.
En cuanto a su trabajo educativo, ¿cómo reciben los niños su mensaje en conferencias o talleres?
Laura: Los niños flipan. No saben cómo puede salir música de un muñeco con una tabla, de unas manos en una mesa, de una moneda en una barreña o de un roncador. Cuando les cuentas que con seis años antes tenían que hacer esos sonidos para evitar tener miedo al lobo, se quedan con la boca abierta, asombrados por igual ya estén en Girona o en Cartagena de Indias.
Arturo: ¿Cómo no va a haber magia en los ojos de los niños cuando les cuentas que el rano que se tocaba aquí sonaba en medio mundo? Pero eso lo tendrás que enseñar. Volvemos a la implicación. Es que esta sociedad se está dejando de implicar. Por eso tenemos a nuestros jóvenes perdidos. Si no nos implicamos los profesores, padres... todos, como sociedad, estamos perdidos.
Eusebio: Lo que ha sido magia hace dos siglos o tres siglos sigue siendo magia ahora. Mucha más si cabe. Nadie espera que un conejo salga de una chistera. Nadie espera que salga música de un caldero. Y si le cuentas a 500 muchachos de San Sebastián de los Reyes, que llevan zapatillas de 200 euros, que ellos están vivos y tienen para comer tres veces al día porque su abuelo sacó música de un caldero vacío para darle de cenar a su familia esa noche y luego nació él... ¿De qué estamos hablando? ¿De la prehistoria? ¿Del pasado o de la actualidad? ¿O de que ese muchacho no sabe de dónde viene? Y si no sabe de dónde viene, ¿a dónde va? ¿A dónde vas cuando tengas que llorar? ¿A dónde vas cuando te deje la novia? ¿Te metes una pastilla o te tiras por el puente? Ese ha sido el efecto de la música. Nosotros hemos nacido porque mucha gente logró sobrevivir porque fue capaz de cantar. Estamos hablando de la música de la gente pobre, que no tenía dinero para comer y menos para comprarse un instrumento, y que sacó música de donde no la había. Siempre ha sido tanta la necesidad de alimentar al alma que aun no teniendo música para tocar un violín, sacaron música de un caldero o de dos cucharas, o hicieron bailar un muñeco en la soledad del monte con quince años para no suicidarse.
La música ha sido históricamente una herramienta de comunicación intergeneracional pero ahora parece casi un instrumento de brecha. ¿Cuándo se rompe ese hilo?
Eusebio: En el momento que metes al abuelo en la residencia y pones la televisión dentro de casa. Ahí ya metes en tu salón a alguien que comunica, que cuenta historias que no son tuyas, y ya se encargan muy bien los que manejan el mundo de ponerte lo que ellos quieren que veas.
Laura: La gente emigró y dejó atrás algo que para ellos significaba miseria. Dejaron eso apartado y no se lo enseñaron a sus hijos porque a ellos les recordaba la miseria. Décadas después, curiosamente, cuando han escuchado esos sonidos en sus ciudades de acogida, se les ponen los pelos de punta y les hace reencontrarse con aquellos años.
Pilar: El progreso, que trae muchas cosas buenas, también ha sido sustituto de las personas. Antes el mejor sitio de la casa era para el abuelo, que nos contaba, nos cantaba y nos entretenía, y ese espacio lo han ido ocupando, sucesivamente, la radio, la televisión y ahora internet.
Eusebio: Esa ha sido la gran conquista. La historia del hombre, en general, se ha basado en la conquista de territorios. Geográficos, pero también espirituales. En mi juventud si no veías películas de Clint Eastwood y no escuchabas a los Beatles o a la Creedance Clearwater Revival eras un atrasado, un pueblerino. Se trata de venderle a la gente lo máximo y más barato posible, aunque sea una basura. Se trata de que todos seamos ciudadanos del mundo, en un mundo donde la hamburguesa es la comida principal y el reggaeton es la música dominante. Pues si hay que vivir en la resistencia y morir en la resistencia, vamos a morir en la resistencia. Hay que reivindicar que la resistencia es parte importante de la vida de la vida espiritual de la gente.