Hay cascadas que se llevan la fama. No sin merecimiento, claro: los 222 metros del Salto del Nervión, en el Monte Santiago, son imbatibles. Es un verdadero y maravilloso espectáculo, que de un tiempo a esta parte tiene una contraindicación: el turismo masivo y feroz impide a menudo su contemplación, pues más se parece a la Gran Vía de Madrid este entorno que a un paraje agreste del que disfrutar en tranquilidad y armonía con la imponente naturaleza. La provincia de Burgos cuenta con saltos de agua bellísimos al margen del ya citado: el del Jerea en Pedrosa de Tobalina, la cascada de la Yeguamea en Fuenteodra, la de Peñaladros en el Valle de Mena o las de Tubilla del Agua, Orbaneja, Sedano, Tobera o el Valle de Valdebezana, entre otras, también son muy conocidas.
Lo es menos la cascada de San Miguel, quizás por el hecho de que no siempre regala a la vista la espectacularidad de su salto, como está sucediendo desde hace unos cuantos días. Está en la Sierra Salvada y se asoma a uno de los valles más hermosos de la provincia, el de Angulo. Lorena, que vive en el cercano Valle de Losa, sabe que es un privilegio para los sentidos, y no desaprovecha la ocasión, cada vez que pasa por allí, de detenerse a contemplarla. Es, dice, una cascada maravillosa que nada tiene que envidiar al Salto del Nervión. «Hay años en los que no se ve, por eso es una gozada verla así», señala. Explica que hay un sendero que lleva hasta el mismo salto, y que es una ruta de todo punto espectacular y, por fortuna, menos masificada que otras de la provincia.
A caballo entre los valles de Losa y Mena, es el río San Miguel el que se precipita al vacío en una caída de 200 metros, casi la misma que tiene la del río Délica en el Monte Santiago. El río San Miguel nace en la Cueva de San Miguel El Viejo. Apenas recién nacido, salta al vacío desde los farallones de Sierra Salvada en imponente cola de caballo; el agua se va filtrando en los sustratos rocoso de la sierra, y circula por kilómetros de galerías subterráneas hasta llegar a una surgencia que es, en realidad, el desagüe natural de gran parte del sistema kárstico de la zona.
La gran belleza. «El Valle de Angulo destaca por su singular entidad geográfica y la inolvidable belleza de su paisaje», explica el gran naturalista y viajero burgalés Enrique del Rivero. «Presidido por el espectacular circo de paredes enhiestas de la Sierra Salvada -sistema montañoso que continúa por oriente los relieves de los Montes de La Peña- conforma una unidad paisajística que puede incluirse entre los parajes naturales más bellos y con mayor personalidad de todo el norte de España. En Angulo se han combinado una serie de elementos de difícil repetición que han dado lugar a un magnífico mosaico natural: crestas rocosas, espesos bosques caducifolios, profundas cuevas y un río, el de San Miguel o Angulo, que en su corto recorrido se precipita en una interminable sucesión de torrenteras, saltos y cascadas».
El río San Miguel, señala Del Rivero, es un curioso curso de agua estacional, sólo lleva caudal en épocas de fuertes lluvias y deshielo, y antes de brotar a la superficie efectúa un recorrido subterráneo de más de cinco kilómetros por el interior de la cueva de San Miguel el Viejo. «Desde el Puerto de Angulo, en sus inmediaciones existen unos buenos miradores naturales, se divisa el Valle de Angulo en toda su extensión. Por encima quedan, presididos por la inconfundible silueta de la Peña de Aro, los escarpados relieves calizos de la cresta turonense de la Sierra Salvada. Unos cientos de metros por debajo se pueden ver las diferentes poblaciones que salpican los verdes prados que se enseñorean de las zonas más humanizadas del valle: Encima Angulo, Ahedo, Las Fuentes, Cozuela, La Abadía, Oseguera y el abandonado Martijana. Como elegante remate visual aparecen a la izquierda, separando Angulo del resto del Valle de Mena, los también encrespados y grises cantiles de la Sierra de Carbonilla y del Castro Grande».