Citar a María Moliner es rememorar una de las páginas más excelsas de las letras hispanas y también una de las más apasionadas. Tal fue su empeño por un sueño, el de escribir un diccionario de la lengua española, que su vida se convirtió en una especie de novela para alcanzar ese objetivo.
Ahora, 125 años después de su nacimiento, el mundo cultural rememora la épica trayectoria de esta mujer que se formó como filóloga y lexicóloga en la década de los 20 del pasado siglo y que fue una de las pocas féminas que accedió a una plaza del Cuerpo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos, al tiempo que impartía clases en la Universidad de Murcia en la época de la dictadura de Primo de Rivera.
Tras ser apartada de la vida literaria española después de la Guerra Civil y degradada 18 niveles en su puesto de trabajo, María Moliner comenzó con más de 50 años y en absoluta soledad el que es para muchos el mejor diccionario de la lengua, el Diccionario del Uso del Español, un trabajo que le llevó 15 años de estudio.
Todo comenzó en 1952 cuando su hijo Fernando le trajo de París el Learner's Dictionary of Current English de A. S. Hornby, lo que le despertó las ganas de mejorar el ya existente Diccionario de la Lengua.
Entonces, Moliner pensó en trabajar en un pequeño manual durante unos dos años, sin ser consciente de que estaba comenzando a elaborar una de las obras más destacadas de la lengua española de entonces y de ahora.
Así, en las pocas horas libres que tenía y desde el salón de su casa, Moliner escribía de forma manual y en su Olivetti las miles de voces que iba recopilando. La obra terminó teniendo 3.000 páginas divididas en dos volúmenes que incluían definiciones, expresiones, sinónimos, frases hechas y familias de palabras, además de anticipar el uso de palabras que aún no estaban aceptadas por la RAE. Asimismo, hizo aportaciones en cuanto a gramática y sintaxis, y anticipó la ordenación de la Ll en la L, y de la Ch en la C. Aquel manual acabó publicándose en 1966.
Uno de los acontecimientos negativos más significativos en la vida de la lingüista fue el rechazo de la RAE a su candidatura en 1972, propuesta por el presidente, Dámaso Alonso. De haber sido admitida, la lexicógrafa aragonesa hubiera sido la primera mujer en entrar en la institución, en la que había una tradición exclusivamente masculina no escrita, pero la oposición de otros académicos, como Camilo José Cela, lo impidió. Un año después de aquel acontecimiento, la RAE quiso enmendar esa equivocación y le otorgó el premio Lorenzo Nieto López por sus trabajos en la difusión de la lengua, pero Moliner rechazó el galardón.
No sería hasta 1979 cuando la RAE dejó de ser una institución únicamente masculina y se permitió la entrada de Carmen Conde. Fue entonces cuando esta prosista recriminó a los miembros de la Academia que Moliner debería haber entrado antes. «Vuestra decisión pone fin a una tan injusta como vetusta discriminación literaria», sentenció.
Una labor titánica
Una vida tan intensa y vehemente como la de esta agitadora cultural a lo largo del siglo XX bien merece una biografia que recuerde, una vez más, la labor de esta intelectual y mujer en favor de las letras.
Ha sido el escritor hipano-argentino Andrés Neuman (Buenos Aires, 1977) el encargado de llevar a cabo un amplio perfil de María Moliner en Hasta que empieza a brillar (Alfaguara). «Me causaba una curiosidad infinita por qué y cómo una mujer con cuatro hijos criados en plena dictadura decide sentarse a escribir el diccionario de la A a la Z, ella sola, y con esa brillantez», subraya el autor.
La novela está basada en hechos documentados, pero también es un ejercicio de imaginación literaria para rellenar huecos biográficos de la infancia, las emociones o las ideas de la zaragozana.
Para ello, Neuman se inspira en el propio diccionario, que ha leído casi por completo durante años, y en los ejemplos que incluyó su autora para palabras como «cuidar», «libre» o «exilio». «Empecé a ver que además de un monumento a la lengua, en el diccionario de María Moliner había una puerta de entrada secreta a su vida», relata.
Su título proviene del pensamiento de Emily Dickinson: «A veces escribo una palabra y me quedo mirándola hasta que empieza a brillar», algo que, según el autor de El viajero del siglo, Moliner debió de hacer 80.000 veces durante los 15 años en los que levantó esta titánica obra con ese número de términos.