Mientras el resto de los visitantes toma fotografías desde la pasarela que lleva a la torre, o desde lo alto de la misma -que ofrece una hermosa panorámica del embalse, de ese Ebro remansado con las montañas cántabras de fondo y verdes praderas en sus orillas-, María Ángeles Fernández y Jairo Marcos observan las aguas en silencio, apoyados sobre la barandilla de madera. Al igual que el resto de quienes, en ese momento, disfrutan de este sugerente rincón -de la singular experiencia de adentrarse en la torre que parece emerger del agua de forma mágica- admiten que el lugar tiene belleza y hechizo.
Sin embargo, su visión no se queda en la epidermis del paisaje que se ofrece a los ojos. Ellos ven más allá: no hacia lo lejos, sino hacia el fondo, a cuanto duerme bajo este espejo del cielo, que es mucho más que arena; están mirando los pueblos que sepultó el pantano, evocando las vidas de quienes los habitaron y recordando la ominosa historia de dolor, desarraigo, nostalgia y tragedia que rodeó la construcción del que sigue siendo uno de los embalses más grandes de España.
Y lo hacen porque estos dos periodistas (ella extremeña y él burgalés) acaban de firmar, tras años de investigación y arduo trabajo, un libro importante: Memorias ahogadas (Editorial Pepitas de Calabaza), «una inmersión en las vidas y las historias de quienes, en diversos lugares de España, tuvieron que dejar sus pueblos, tierras y hogares, sus quehaceres, raíces y formas de vida, también sus muertos, debido a la construcción de un embalse». La obra rastrea en esa memoria tantas veces invisible y tantas invisibilizada, y la reconstruye, la exhuma del olvido (del fondo de las aguas) a partir de los testimonios de aquellos forzados exiliados. «España es el país de Europa que más represas tiene y el quinto del mundo», explican. Memorias ahogadas transita entre el reportaje periodístico de largo aliento y la literatura de no ficción para componer un fresco caleidoscópico que logra contenerlo todo y que, además, consigue aunar un relato común, por más que cada embalse atesore su propia historia, diferente a las demás.
Estos periodistas han rescatado del naufragio del olvido la memoria de los pueblos que duermen bajo las aguas. - Foto: PatriciaEsta historia se ha contado de manera aislada y parcial. El objetivo era hacer un retrato general»
«Son muchos pantanos. Y no son casos aislados. Hay un relato común y compartido.La idea era hacer ese relato compartido de país, de Estado, de territorio; entender por qué pasó en diferentes lugares, esa lógica. Es una historia de dolor, sí, pero hemos querido ir más allá: quién los ideaba -esas mentes pensantes que querían controlar la naturaleza-; quién los construyó (en el caso del embalse del Ebro fue mano de obra presa); las vidas y familias que se rompieron; el patrimonio que ha quedado inundado y no está documentado. Hemos intentado indagar en todo eso y en qué significa la memoria: en muchos casos la gente, los afectados, reclaman que no se ha reconocido su sacrificio por el bien común».
Se salen de los márgenes estos dos periodistas freelance, y no se dejan nada en las profundidades: del embalse del Ebro al de Riaño pasando por el de Jánovas o Valdecañas, el libro también cuenta la historia de los pueblos de colonización o las tragedias que acaecieron en Torrejón o Ribadelago. «Hacemos un retrato de país. En vez de conocer cada lucha de forma individual, saber a qué responde todo, las estructuras que hay detrás. La imagen sitúa a España como Estado hidráulico. Hay una ordenación del territorio, una ordenación de las personas y un sacrificio colectivo, un dolor. Y todo ello estaba silenciado. Muchas de las personas, cuando nos acercamos a ellas, mostraron sorpresa frente a nuestro interés por sus historias. Luego se han sentido muy agradecidos, y les ha reconfortado saber que no están solos y que ese sacrificio, y ese dolor, es compartido en otros lugares», señalan.
Dicen María Ángeles Fernández y Jairo Marcos que es una historia de silencio. «Se ha contado siempre de manera aislada y parcial. Así que el objetivo era hacer un retrato general; escuchar a gente a la que nunca se ha preguntado salvo localmente o de forma anecdótica. Las historias estaban ahí, pero muy localizadas». Subyace, en todos aquellos lugares marcados por estas faraónicas obras hidráulicas, un poso memorialista: siempre hay quien ha tratado de conservar la historia de los pueblos que duermen bajo las aguas, de reivindicarla atesorando información profusa. «Existía toda esta memoria, pero faltaba el hilo común», subrayan.
Sucede que, aunque casi siempre trató de borrarse cualquier vestigio de los lugares desaparecidos, estos se obstinaron por recordar que existieron, como es el caso de la torre de la iglesia de Villanueva de las Rozas, convertida en todo un símbolo en las aguas del embalse del Ebro. «Solían volar o derruir las casas y las iglesias, como una manera de tratar de ocultar esa memoria». Así pasó también con el Puente Noguerol, construido para unir las localidades de Arija, en Burgos, y La Población, en Cantabria. La estructura colapsó y se vino abajo antes de que fuera inaugurado. Durante décadas, un manto de silencio cayó sobre aquel desastre que provocó la incomunicación de Arija y su entorno con la comarca cántabra de Campoo de Yuso: el franquismo se ocupó de que así sucediera. Pero no todas las infamias pueden ser enterradas: cuando el nivel de las aguas del embalse está bajo, afloran como una afrenta los restos del puente, símbolo silencioso de la humillación y la indecencia. «Muchas de las promesas que en su momento se hicieron para quienes iban a verse afectados no se cumplieron, como es el caso de la de este puente.Y esa reivindicación sigue viva pese al tiempo transcurrido», subrayan.
En estos lugares se vivió una ruptura total y en muchos casos de forma traumática»
Cambia el territorio, cambia el paisaje, cambia incluso el clima. «En estos lugares se vivió una ruptura total, y en muchos casos traumática: a la mayoría les pagaron las indemnizaciones tarde y mal después de haber pasado esa experiencia en los años más duros, en plena posguerra. Es una historia de ignominia, de maltrato» .Cuentan Fernández y Marcos que quienes sí permanecieron en los territorios afectados por los embalses (los pocos que no emigraron) crecieron con miedo a esas aguas. El embalse del Ebro que comparten Burgos y Cantabria ocupa uno de los grandes capítulos del libro. A través de los recuerdos de Amparo, vecina de la comarca, emerge del olvido una historia a la vez hermosa y triste, ominosa por cuanto fue construido por mano de obra republicana, pura esclavitud y por todo el desarraigo que provocó en tantas y tantas personas. «Durante nuestras conversaciones, Amparo se emocionaba cuando recordaba cómo vivían los presos». Retrato de país, testimonios, historias de memoria, este libro era una deuda pendiente, una suerte de tributo y un acto de justicia para quienes tuvieron que hacer oblación de sus vidas, de sus recuerdos, de sus casas, de sus particulares paraísos en aras de un presunto bien común.
Escrito con pulso literario, por momentos es una obra coral, riquísima y llena de matices. Luminosa siempre, porque trata de conjurar las sombras. Influenciados por la literatura del gran Julio Llamazares, gran conocedor de realidades como las que recoge el libro (el escritor nació en Vegamián, pueblo leonés que yace bajo las aguas del Porma), Fernández y Marcos enseñan que no hay una sola forma de mirar el agua.