En el mapa urbano de la capital es un pequeño rectángulo -el que delimitan las calles Vitoria, Santa Casilda, la avenida del Arlanzón y la plaza del Rey- integrado por varios bloques de pisos levantados hace más de 50 años. Los fines de semana se convierte en un «particular infierno» para sus vecinos, donde es imposible dormir de noche y ahora también de día. Al alboroto de las madrugadas que los lleva martirizando los últimos tres años, suman ahora esa especie de botellones 'toreros' previos a los partidos de fútbol del Plantío, que les «destrozan» las horas de siesta y el resto de la tarde de los sábados o los domingos.
La gota que ha colmado el vaso, si no lo está ya desde hace tiempo, fue el último botellón previo al derbi del Burgos CF-Mirandés, que acabó con la plaza interior de Cicasa-Beyre (hoy plaza del Rey interior) encendida en bengalas y bombos y con todo el suelo plagado de vasos, latas, botellas y suciedad de todo tipo. La fiesta de gritos y cánticos en torno a una de las peñas de aficionados con sede en el lugar duró varias horas -hasta el comienzo del partido (21,00)- y obligó a muchos inquilinos a bajar sus persianas y permanecer aislados en sus viviendas (por cierto, rodeadas de furgonetas antidisturbios de la Policía Nacional).
Si el espectáculo al pisar la calle tras el botellón era ya desolador, el previo en los portales no lo fue menos: aparecieron llenos de orines y de vómitos.
Y no es un hecho puntual, denuncian. La madrugada previa, como tantas otras de fines de semana de los últimos años, ya se sucedieron los incidentes intempestivos en torno al ocio nocturno de la zona: grupos de jóvenes gritando desaforados; peleas multitudinarias y «salvajes»; gente drogándose; parejas copulando en portales, escaleras, ascensores o cajeros automáticos; coches dañados; escaparates de comercios rotos; llamadas a los porteros automáticos en plena noche; amenazas a los paseantes...
Ángela, vecina de 30 años del número 60, reconoce que se ha comprado un bote de espray de pimienta porque «tengo miedo cuando salgo a la calle para ir a trabajar al amanecer, porque la violencia que hay aquí es tremenda».
Ante esta situación, ella y todas las personas consultadas han optado por no dar su imagen para estas denuncias.
Pilar, otra vecina de la zona desde 1983, nos cuenta que aparca el coche lo más lejos posible. «Las cuadrillas esconden grandes bolsas llenas de botellas de bebidas bajo los automóviles para beber después del cierre de la discoteca y son varios casos ya que, al ir a extraerlas, se han cargado tubos de escape o han abollado puertas o roto espejos retrovisores...».
«Aquí tiene que pasar algo para que esto termine... Estamos muy preocupados por la seguridad de nuestros hijos».
Vanesa, madre de familia, reconoce que se ha gastado «un dineral» en cambiar las ventanas de las habitaciones más expuestas a los alborotos nocturnos, y no ha sido la única. «Estoy harta de que mis niños pequeños se despierten asustados y con miedo porque hay un borracho dando alaridos en plena calle a las 6 de la mañana o gente dándose tremendas palizas que acaban con la llegada de las ambulancias».
Vanesa, por cierto, es una de las pocas propietarias que viven en su bloque, tres en concreto. El resto de las viviendas se han ido poniendo en alquiler o en venta. Sus antiguos inquilinos, gente de avanzada edad, o han fallecido o han decidido vivir en un lugar más tranquilo.
Beatriz, que vive en el piso que compró su abuela en 1961 y que teletrabaja desde su casa, asegura que cada vez hay más vivienda vacía, en venta o en alquiler, y que los precios han bajado por la mala fama que ha adquirido la zona. «Era una zona residencial céntrica, tranquila y bien ubicada, pero desde la pandemia la fama le precede y en que viene aquí ya sabe a lo que se expone», se lamenta.
En un portal próximo, Mónica resume indignada el sentir general de todo el vecindario: «En los últimos años se ha llamado decenas y decenas de veces a la Policía Local y también a la Nacional, hemos denunciado nuestra situación al anterior alcalde De la Rosa y a Cristina Ayala, colgamos lo que nos ocurre en redes sociales y, lejos de mejorar, estamos aún peor. Nunca se nos ha atendido».
«Se ha ido de las manos». Ángela trabaja y estudia una oposición. «He llamado varias veces a la Policía a las cuatro de la mañana para denunciar los gritos de los energúmenos que tenemos abajo. Te sacan de la cama sobresaltada porque parece que están matando a alguien. Tenemos los que salen de la discoteca de madrugada, los suelos sucios llenos de cartones de pizzas que se dispensan a través de una máquina a lo largo de toda la noche [lo que atrae a los que aún quedan en la calle Briviesca, otro entorno degradado] y ahora nos vienen los futboleros por las tardes con los bombos y bengalas...».
«Todo esto lo sabe la Policía. Utilizan pirotecnia que está prohibida; beben alcohol en plena calle, que también lo está; y alteran el orden público a todas horas, lo que también es denunciable. ¿Por qué tenemos que soportar esto todos los fines de semana?».
«Fui testigo de una persona que afeó a unos jóvenes que ensuciasen la calle con cartones de pizza y fueron directamente a por él...».
El comercio también sufre.
En esta zona residencial de alta densidad de vivienda hay más locales cerrados que comercios. Varios bares y la discoteca, sobre los que orbitan los problemas de orden público que están denunciando los vecinos en los últimos años.
Alejandro lleva 6 años al frente de una pequeña herboristería que suma 37 abierta al público en esta zona residencial. Es, de lejos, el más antiguo del barrio. «Este año me han roto dos veces las lunas del escaparate y, además, me han robado. Y no solo soporto molestias y daños materiales, en el rincón que tengo en el escaparate encuentro todo tipo de desechos y suciedades cada fin de semana».
No echa la culpa ni al fútbol ni a los establecimientos de hostelería vecinos, sino a un grave problema de educación generalizado. Es un argumento que también sostienen otros vecinos, que defienden que los jóvenes se diviertan, pero sin sobrepasar los límites de la convivencia y el respeto a los demás. Este punto de la ciudad, subrayan, «es un caos consentido por la autoridad».
El otro negocio veterano es el de Pilar, la panadera, que, afortunadamente, opera en horas en las que no hay jaleo, por las mañanas. «Es una pena el deterioro que está sufriendo este entorno y que nadie ponga remedio. Mi madre vive aquí desde el año 62 y sufre todo lo que está ocurriendo».