Tradiciones que se renuevan para bien y para mal

LETICIA ORTIZ / Burgos
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Ismael Martín desoreja a 'Burgalés', el toro de su alternativa. El Fandile acompaña por la Puerta Grande gracias a su entrega y Escribano deja una imagen solvente ante una deslucida corrida de Bañuelos

Ismael Martín cayó de pie en el Coliseum el día de su alternativa. - Foto: Valdivielso

Entonaba gran parte de la plaza la letra de la mítica canción mexicana El Rey y uno podía caer en la cuenta de lo poco que cuesta que se consolide una tradición en la plaza de Burgos. Para bien y para mal. Para bien, por ejemplo, como esos compases del Rey cantados a pleno pulmón antes de que salga el sexto de la tarde. O, mejor aún, el Himno a Burgos que ya es santo y seña del Coliseum en el inicio del festejo del 29 de junio. Y eso que últimamente se realiza casi en la clandestinidad, sin la vistosidad del paseíllo formado sobre el albero. 

Una tradición que ya forma parte de la personalidad de la plaza es entregarse a quien se entrega. El Coliseum se rinde siempre ante aquellos toreros que no se guardan nada... y en el cartel de ayer había anunciados tres toreros de ese corte. Y, por eso, el público respondió -casi lleno en los tendidos- y reconoció la labor de una terna que a punto estuvo de acabar el festejo con la exitosa fotografía de una triple Puerta Grande. Incluso Ismael Martín, el más desconocido del cartel pues no obstante era el día de su alternativa, cayó de pie y presentó sus credenciales en forma de ganas, ambición de triunfador y prometedor futuro para convertirse en uno de los consentidos del coso burgalés.

El, de momento, día más importante de la carrera del salmantino no pudo empezar mejor para él, con un doble trofeo ante Burgalés, el toro de su alternativa. Marcando lo que iba a ser la tónica general de la corrida de Antonio Bañuelos, el astado embestía con clase y calidad a las telas de Martín desde el inicio, pero con una alarmante falta de fuerza y raza. Quería pero no podía. Y las ganas del salmantino, que quería el triunfo por lo civil o por lo criminal, tampoco ayudaron al animal a confiarse. Era más de seda que de látigo. Pero, ante eso, Martín tiró de garra y puso lo que consideró que le faltó al de Bañuelos. Dos orejas y Puerta Grande en el primer toro de su vida.

Cuando dio su verdadera dimensión y dejó esas ganas de verle en más ferias, sin embargo, fue en el sexto, un toro más complicado, por lo corto e incierto de cada embestida. Lo mismo regalaba una embestida profunda como en la siguiente buscaba al torero sin tiempo para quitarse. Variado -como ya mostró en el primer toro- con el capote, muleta en mano, el toricantano buscó torear siempre en el sitio, sin media ventaja para su oponente, sin aliviarse, jugándose los muslos ante lo incierto del astado que le tocó en suerte. Valor seco y quizá poco cantado hasta que el toro se lo echó a los lomos sin mayores consecuencias. De no haberse atascado con los aceros hubiera cortado como mínimo una oreja de ley. 

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