Los cinco altares célticos de las inmediaciones de Gete (pedanía de Pinilla de los Barruecos) ya eran conocidos. Diversos expertos han estudiado el significado sagrado de estas rocas que emergen en medio del paisaje y dos de ellos incluso son visitables. Pero todavía tienen secretos por revelar.
El periodista Antonio Palacios, autor del libro Viaje al condado de Lara. Trashumando por la cultura, ha elaborado un artículo en el que profundiza sobre uno de estos altares, la denominada Peña del Moro, «un templo de la prehistoria que muestra múltiples caras», como él mismo explica.
Junto a su hermano Juan Carlos, guía turístico y escritor también de varios libros (uno de ellos sobre la historia de Gete que está a punto de ver la luz) ha fotografiado las pareidolias de esta roca sagrada de los celtas y reflexionado sobre el significado que estas moles pétreas podrían haber tenido para nuestros antepasados, seres que desconocían la geología y por tanto dieron a las rocas importancia sobrenatural.
La que estudia Palacios, como recoge en su artículo, «se trata de una mole que mide 9,45 metros de largo, 2,75 de ancho y 3,54 de alto, que debió impresionar a los antiguos pobladores que transitaban por el valle del río Gete. La conocen en el lugar como Peñalmoro».
En ella, y concretamente en su cara septentrional, «la debieron considerar como una cabeza que emerge de la tierra (...) mediante la identificación por semejanza de la piedra con un ser vivo».
Pero además, en la parte oriental, «la peña asemeja la fábrica de un templo y en su pórtico presenta un altar en torno a la apariencia de un rostro». Según el ángulo y la luz del día y de la época del año, prosigue este apasionado de la arqueología y del entorno, «la cabeza adquiere apariencias de un ser sobrenatural cambiante, que semeja a un bóvido».
Debajo de ella hay una pequeña oquedad que se hunde levemente del nivel del suelo. «Al igual que los primeros pobladores y nómadas, al asomarnos nos veremos impresionados por otra cara más, esta fantasmagórica, que nos reencuentra con el espíritu de Peñalmoro y que fue considerada la tumba ancestral de la divinidad local», sostiene.
Y por si fuera poco, «en la cara de poniente hay unos remates que decoran en lo que vendría a parecer un casco de guerrero. Aprovecha la grieta de la roca para crear el contorno de la barbilla y le perfilan los pabellones de las orejas. Lo consideramos un adorno con apariencia defensiva para que parezca una persona desde la lejanía», remata.
La toponimia. Más allá de la observación de estas caras, Palacios subraya la curiosidad del nombre de la gran piedra: ‘Del Moro’. Lejos de identificarla con un origen bereber, con la época islámica o ritos árabes, apunta que «la palabra moro proviene de las lenguas prerromanas y su raíz es del indoeuropeo mouro, que en latín sería mortus, haciendo alusión al espíritu del muerto. Por tanto, una peña mágica que se aparta del mundo de los vivos y adquiere propiedades sobrenaturales».
Porque, insiste, «Peñalmoro fue sacra como corrobora el culto que se le dio desde el Neolítico» con la prueba fehaciente de «una treintena de cazoletas que aparecen en la parte oriental, a la derecha de las entalladuras dispuestas para ascender a la cima, donde se hacían las ofrendas a la divinidad, rogando por la abundancia en las cosechas. Las cazoletas eran el lugar de transmisión por donde las ánimas pasaban al Otro Mundo y en ellas se depositaban las ofrendas de sangre, las primicias de la leche y de la cosecha».
En las peñas de Gete, los celtas dejaron su impronta aunque el paso del tiempo provocó que todos aquellos secretos se perdieran y la tradición oral no fue capaz de darle la continuidad necesaria a los significados de sus tradiciones. Estudios como los de Palacios tratan de desempolvar todos esos misterios de la historia.