‘Tifo’ es feliz con sus ovejas. Las echa de menos cuando libra, es incapaz de desconectar y se despierta sobresaltado en medio de la noche si alguna le preocupa por estar enferma o a punto de un parto difícil. Vive con pasión su oficio de pastor e incluso otorga a los animales que cuida un significado sagrado. Es musulmán, de Tánger, y relata la historia de Abraham, «algo muy antiguo, muy antiguo, de antes del profeta Mahoma» para mostrarnos que la relación entre el hombre y el cordero es algo milenario y que forman parte de su vida.
Abdelatif Kebour, su verdadero nombre, llegó hace 8 años a Castil de Peones y desde entonces trabaja para Joaquín Vilumbrales, un ganadero de la localidad con el que forma un buen tándem. Juntos sacan adelante a un rebaño de 800 ovejas, de las que obtienen leche y corderos, y una pieza fundamental es el pastor marroquí de manos y rostro curtidos por el viento o el sol, y cuya pericia alaba sin dudarlo el patrón.
‘Tifo’, como le conocen hasta sus amigos y familia (tiene mujer y dos hijos que viven con él en Briviesca), le pone el corazón a una tarea que reconoce como dura, pero que no cambiaría ahora mismo por nada. «Es difícil sobre todo cuando llueve. Te mojas hasta el ‘slip’ y te llenas de barro», expresa en un castellano trufado de expresiones burgalesas (nada más espontáneo que un taco o un «majo» para demostrar su arraigo).
Sin radio, sin libros, solo con el móvil por si el jefe le necesita, se pasa el día en el campo de monte a monte, sacando a pastar a los ovinos por lotes, para que no se le desmadren. «Es el mejor de los animales», relata con ojos brillantes. Acaricia las ubres de una oveja ya muy preñada, peina el lomo a otra y repite una rutina que le permite ganarse la vida con un oficio que no hace tanto tiempo nadie quería. Ahora ya no existe de eso.
Hubo unos años en los que los servicios públicos de empleo tenían muy complicado encontrar camareros, soldadores o electricistas en Burgos. En 2005, cuando la economía iba como un tiro, había vacantes que los españoles no querían y hubo que crear una lista bautizada como «Catálogo de ocupaciones de difícil cobertura» y que implicaba para el empleador la posibilidad de tramitar la autorización para residir y trabajar dirigida a un extranjero.
Hasta el año 2008 ese listado de actualización trimestral dio bastante juego. Por allí pasaron las profesiones mencionadas pero también las de mantenimiento industrial, bodeguero vinícola, montador de muebles y hasta empleado de hogar. En junio de aquel año, cuando la crisis todavía no había dado la cara, había dificultades para encontrar señores o señoras que limpiaran y cocinaran para otros en 30 provincias españolas, entre ellas la burgalesa. Tampoco se encontraban sepultureros o fisioterapeutas.
El boom de la construcción provocó que de vez en cuando aparecieran entre las ocupaciones de difícil cobertura en Burgos las de albañiles, pintores o encofradores. O cocineros. O reposteros. O panaderos. También mecánicos del automóvil, fontaneros o peones agrícolas.
Con los ojos actuales, rodeados de un desempleo terrible y de miles de familias en dificultades, aquella situación parece increíble. Y de hecho actualmente lo es. El catálogo ha cumplido ya cuatro años en blanco y no hay una sola labor para la que se demanden profesionales y no se encuentren. O a decir verdad, casi ninguna.
En todas las provincias españolas se mantiene la mención a «deportivas profesionales» y «entrenadores deportivos», algo que también sucede en Burgos y que parece responder más bien a una cuestión de permitir la participación de trabajadores extranjeros en tareas tan especializadas.
Solo los territorios costeros añaden a estos dos epígrafes otros cuantos relacionados con profesiones marítimas. Frigoristas navales, jefes de máquinas de mercantes, mozos de cubierta, sobrecargos, caldereteros o engrasadores de buques están entre ellas. Pero ninguna tiene demanda burgalesa.
La última profesión en desaparecer del listado de demandas fue la de pastor. Oficio milenario donde los haya, legendario por su sacrificio, pocos querían padecer el hielo del invierno y la solana del verano yendo detrás de las ovejas o las cabras cuando había otras muchas ocupaciones disponibles, a resguardo y mejor pagadas. Ahora el panorama ha cambiado.
El ganadero y propietario del rebaño, Joaquín Vilumbrales, recibe cada 15 días la visita de alguien que se ofrece a trabajar para él. Son inmediatamente rechazados los que le argumentan que «no hay empleo de otra cosa». Sus ovejas requieren cuidados vocacionales.