La vida suele ponernos enfrente muchos camino. El futuro de cada cual depende, en gran parte, del que decidamos seguir. En el caso de Inés Lara, esta mujer menuda, pero de gran fortaleza, no rehusó nunca tomar en su momento el sendero que se le ofrecía, aunque fuera pedregoso. Los primeros fueron de dificultad alta, pero todos los pasos le ayudaron a ser más fuerte, a aprender, a madurar y a saber de la vida más allá de su Mahamud natal, donde nació en 1949.
Llama la atención como hoy, a pesar de haber pasado más de medio siglo, Inés no se pregunte qué narices hacía una niña de 14 años esperando un autobús que la llevase a Plencia, en el País Vasco. Podría echarse las manos a la cabeza, maldecir de sus padres por mandarla a servir, justificar que eran muchas bocas a alimentar -son 5 hermanos- pero no, Inés tiene interiorizado que en aquellas décadas era así, acababas la escuela y si no ibas a estudiar, tocaba ganarse la vida. Siempre había por ahí alguna persona que conocía a alguien en zonas más ricas y colocaba a las chicas en esas casas de la ciudad. Y para allá que se fue Inés, a despertar a la vida, a saber qué secretos escondían otros rincones alejados de su pueblo.
Inés salía hacia Plencia un día que nunca olvidará porque tocó la lotería en el vecino pueblo de Santa María del Campo, el pueblo en el que acabaría casándose, tendría a sus hijos y viviría, vive, una buena vida. Eran las Navidades de 1963.
Y a Plencia, donde sirvió en casa de doña Amparo, le siguió Madrid varios años y despues Burgos, donde empezó a estudiar, pero una dolencia de corazón marcó su devenir; de hecho, con 23 años le operaron en la capital de España. "Y no creas, que en aquellos años no se operaba a tanta gente del corazón", dice como dando las gracias por tener ella tanta suerte.
Se emociona al dar al reverse para volver atrás, un pasado con muchas vidas y plenas, por qué no decirlo, aunque fuera en una casa humilde de jornaleros que hoy estaban en un trabajo y mañana en otro. Venera a sus padres, sus sacrificios, sus enseñanzas, como cuando le dejaron muy claro aquello de una peseta que veas, ahí la dejas, que tiene dueño, o tú hasta que no repartas la última carta, no vuelvas a casa. Gente honrada, gente esencialmente buena, como diría Machado.
Así que estando de vuelta en Mahamud tras las aventuras de servir y la dolencia del corazón le llegó una buena oportunidad. Y a partir de ahí, la vida cogió su propio impulso e Inés no desaprovechó ninguna oportunidad. Sucedió que se marchaban los que entonces llevaban la central de teléfono del pueblo, y allá que se metió ella, en aquella cabina metiendo y sacando clavijas que conectaban a sus vecinos con los familiares que tenían fuera. "Ya parece que nos hemos olvidado, pero aquellos años nadie tenía teléfono en casa", recuerda.
Algo parecido sucedió con lo de ser cartera, profesión que ha desarrollando durante varias décadas. Por aquel entonces, también se jubilaba el cartero que repartía en Mahamud y Santa María del Campo; éste le dijo a su madre que por qué no lo cogía Inesita... y lo intentó y lo consiguió, porque su madre también le enseñó a no temer a ningún trabajo; ella también trabajaba duro, sabía de lo que hablaba y lo de cartera pintaba bien, mejor que volver a servir en alguna casa. También por entonces Inés se sacó el carne de conducir.
Hoy Inés se hace de cruces cuando oye que son miles y miles los chavales que se preparan oposiciones a Correos, incluso con estudios universitarios; ella no necesitó tal cosa, lo solicitó y le dieron el servicio ‘provisional’; tuvo que trasladarse a Santa María donde le acomodaron un cuarto como oficina. Año a año el reparto se fue extendiendo a más y más pueblos. Fue más tarde, en los 80, cuando el entonces ministro Álvarez del Manzano convocó un concurso restringido y muchos carteros como Inés pasaron a ser funcionarios.
Ahora lleva 10 años jubilada, pero Inés siempre será la cartera, y la cartera siempre llama dos, tres o cuatro veces a la puerta, las que haga falta hasta que alguien aparece en la puerta a recoger su carta. Cartas de amor, cartas de pésame, cartas de los hijos desde donde hacían la mili o desde donde tuvieron que marchar a trabajar o estudiar, cartas de hermanos, postales desde cualquier lugar de vacaciones, cientos de cartas por Navidad, avisos que no siempre traían algo bueno o sí... Y hasta ha repartido el periódico.
¡Cuantas manos se han alargado hacía Inés para recoger esos sobres, esos paquetes!, ¡Cuanta emoción ha visto en los rostros! y ¡Cuantas pequeñas charlas que demandaban personas que vivían solas!. "Ha sido muy gratificante, yo decía, soy como el médico al que todo el mundo quiere y aprecia en los pueblos, que igual entra en la casa del rico que en la del pobre, o en la de gente necesitada que te agradecía que entraras y les dieras un poco de conversación", recuerda emocionada.
Y todo ello conciliándolo como podía con su vida familiar, con la crianza de sus dos hijos, con subirlos a Burgos a natación o al conservatorios por las tardes -tuvo ayuda en casa, sino imposible llegar a todo-, con echar una mano a Dositeo con lo que hiciera falta, porque Inés se casó con Dositeo Martín y desde entonces vive en Santa María del Campo. Al lado de Dosi, todo un símbolo de lucha por el medio rural, Inés nunca se ha aburrido; por el contrario, ha disfrutado de una vida en permanente reivindicación: que si los precios del cereal, que si las crisis del porcino, que si la presa de Castrovido, que si la sanidad rural, que si la España vaciada... Nunca faltan motivos para enarborar una bandera y salir a la calle.
Siempre que ha podido, Inés se ha puesto en modo ‘lucha’, cogido la pancarta y acompañado a Dosi y a los compañeros de la UCCL, pero también junto con Asaja y COAG y otros colectivos para defender los derechos de los hombres y mujeres del campo. Las últimas batallas están aún por ganar: una sanidad rural de calidad y la lucha contra la despoblación.
A Inés, la calle sigue esperándola.